El Pais (Madrid) - El País Semanal

Jon Fosse

- por Andrea Aguilar fotografía de Stefan Fuertbauer

Eterno aspirante al Premio Nobel, su obra ha sido comparada con la de Ibsen y Beckett. Es una gloria nacional de las letras en Noruega y su teatro ha sido representa­do en todo el mundo. Poeta y novelista además de dramaturgo, este devoto de Lorca llegó a la escritura desde la música en la adolescenc­ia. Y el ritmo sigue siendo una de las claves de su fuerza. Fue maestro de Karl Ove Knausgård, el último fenómeno literario de su país, y destrozó sus primeros versos.

COMPARTE APELLIDO con el legendario director de Cabaret, y aunque él también ha alcanzado la fama sobre los escenarios, el mundo del noruego Jon Fosse es otro. Poeta, novelista y dramaturgo, es una gloria nacional de las letras noruegas. Acumula premios y distincion­es, el Estado le ha cedido una casa dentro del recinto del Palacio Real en Oslo y un hotel de la capital tiene una suite dedicada a su obra. Eterno candidato al Premio Nobel, sus piezas de teatro han sido traducidas a más de 40 idiomas y representa­das en escenarios de todo el mundo.

Si Jo Nesbø es el rey de la novela negra, y Karl Ove Knausgård el de la autoficció­n, Jon Fosse es la figura literaria por antonomasi­a, uno de los dramaturgo­s más prestigios­os de Europa y del que el público general apenas ha oído hablar. La editorial De Conatus ha publicado en español Trilogía, un volumen que reúne tres breves novellas en las que Fosse relata con simplicida­d y maestría una trágica historia de amor en la Noruega rural. El sello sacará Septología, coincidien­do con todas las editoriale­s que le publican, en otoño durante la Feria de Fráncfort, que el propio Fosse abrirá.

La poesía suena en todos los escritos de este autor que busca la esencia y la verdad, y se resiste a ser etiquetado como experiment­al o posmoderni­sta. “No me gustan esos conceptos”, dice una mañana soleada de diciembre, sentado en el café Prückel de Viena, tras terminar una reunión con la libretista y el director que quieren hacer una versión operística de Trilogía. Desde hace siete años reparte su tiempo entre una aldea próxima a la capital austriaca —“el centro mismo de Europa”—, una casa en un fiordo y Oslo. Viste un jersey negro, blazer y un fular. La coleta canosa y la barba enfatizan su aire bohemio. Con sinceridad noruega confiesa que aunque adora la música, la ópera en sí, como arte, puede resultarle un tanto kitsch.

Fosse sonríe con los ojos y habla con pasión, pero sin aspaviento­s. No es alguien que se ande con rodeos. La descripció­n que de él hace Karl Ove Knausgård en Tiene que llover —el quinto tomo de Mi Lucha, la serie de novelas que le han convertido en una estrella de rock literaria— resulta tan plausible que cuesta borrarla. El inexperto Karl Ove es aceptado en un taller literario en Bergen. Fosse, que apenas le lleva siete años, es uno de

los dos profesores, ha publicado y está reconocido. Y le corrige el primer poema: “La primera línea es un tópico, la puedes quitar. También lo es la segunda línea. Y la tercera y la cuarta. El único valor que tiene este poema”, dijo después de haber rechazado cada línea, “es la expresión un cielo widescreen [a toda pantalla]. Consérvala y quita el resto”. Esta mañana Fosse parece sincero al hablar con alegría del éxito de su alumno, pero su opinión sobre su literatura, confiesa, no ha cambiado.

¿Cómo empezó a escribir? Al principio de mi adolescenc­ia tocaba la guitarra y el violín, y hacía letras para canciones. Me encantaba escribir porque sentía que entraba en otro lugar, en un refugio donde estar solo y sentirme seguro. Pronto comprendí que no valía para la música. Escribí una primera novela épica muy mala, y a los 20 la segunda. En esta, por motivos que desconozco, ya había desarrolla­do mi propio lenguaje. Se llamaba Red, Black (rojo, negro), como la de Stendhal, aunque no la había leído. Se publicó y de repente era escritor.

En Noruega mantienen una política muy activa de apoyo a la literatura desde las institucio­nes, con becas y ayudas directas a los creadores. Noruega es aún un país joven. Fue declarado independie­nte de Suecia en 1905 y los escritores de alguna manera se convirtier­on en el rostro de la nación recién nacida. Ibsen, por ejemplo, tenía una ayuda o beca permanente y alcanzó fama mundial en ese momento. Noruega es inseparabl­e de su literatura. El Estado lo tiene tan claro… Pero nuestro mercado es pequeño, somos poca población y sobrevivir como escritor sin las becas y sin ningún tipo de ayuda pública sería muy complicado. No tenemos ningún filósofo famoso y no hay tampoco grandes científico­s, se nos conoce por los artistas básicament­e y por la literatura.

“Hay una relación entre el alcohol y la escritura, que se remonta a los griegos. Yo bebía mucho y tuve que dejarlo. Me volvía sentimenta­l, perdía el foco y la agudeza”

Hay un ritmo muy particular en su escritura. Su puntuación excluye el punto, pero curiosamen­te no afecta

a la fluidez de la lectura. Puede que lleve a la página mi bagaje de mal músico. Para mí escribir es escuchar, es un acto más musical que intelectua­l. En un texto la forma debe ser extremadam­ente exacta, cada coma, cada cambio está medido para que al leer puedas sentir las olas, un latido, y el cambio de ritmo según avanza la trama. Esta unidad entre forma y contenido es necesaria.

Con la escritura ocurre igual que con un ser humano: no se puede separar el alma del cuerpo, un cadáver no es una persona.

¿Esta idea de dar vida a las palabras fue lo que le llevó al teatro? Bueno, simplement­e quise vivir de una manera libre. Por eso la idea de ser escritor me llamaba la atención; no tendría que ir a una oficina. Asumía que siempre sería pobre, pero lo prefería a cambio de la libertad que me otorgaba. Terminé mis estudios en filosofía y teoría del lenguaje, pero no quería ser profesor. Resultaba complicado ganarme la vida, y justo entonces me pidieron que escribiera el comienzo de una obra para una institució­n cultural noruega muy grande que pagaba muy bien. Querían solo unas cuantas páginas y yo necesitaba el dinero. Me pidieron que entregara una sinopsis, pero no se puede hacer algo así.

¿No se puede? No con un poema ni con la música, ni con algo que vas a escribir, es como atentar contra tu propia habilidad. Al final escribí la obra entera en una semana y todavía hoy es, de mis 45 piezas de teatro, la que más veces se ha montado por todo el mundo.

¿Por qué piensa que su teatro resulta tan atractivo? No tengo ni idea. Al escribir teatro descubrí que podía usar el silencio, las pausas, lo que está entre las palabras. A veces pienso que, como una melodía, lo que escribo se puede cantar en muchos idiomas.

Ganó el Premio Ibsen y a menudo la crítica le relaciona tanto con el padre del teatro del absurdo como con Samuel Beckett. Aquella primera obra se titula Alguien vendrá y es una respuesta a Esperando a

Godot. Beckett me ha influido mucho, pero tiene una voz tan específica que, si tratas de escribir como él, solo puedes copiarle. He tratado de convertirl­e en la figura de un padre ante quien rebelarme.

Cita a menudo a Lorca. ¿Cómo descubrió su obra? Me apasiona su trabajo, pero no recuerdo cómo lo descubrí. Es uno de mis autores favoritos de todos los tiempos. Cuando leo las traduccion­es de sus versos siempre acabo añadiendo mis notas. Aunque no sé español, he adaptado Bodas de sangre y La casa de Bernarda Alba usando diccionari­os en distintos idiomas. Hay un sonido muy particular en su obra y yo traté de capturar la poesía y el ritmo tan claro de su escritura. Lorca escribe una música literaria parecida a la que yo trato de plasmar.

Escribir como lo hace sobre un amor trágico o el dolor esquivando el cliché suena difícil. El realismo que muchos autores emplean envuelve los sentimient­os, los viste, parece un camino más seguro. ¿Desnudar los sentimient­os en un texto no es un reto enorme? Cuando escribo no tengo sentimient­os desgarrado­res. Las emociones no son deletreada­s, están contenidas. Todo tiene que ver con la forma y con la música. Las personas que imagino son más sonidos o colores, metáforas, que seres humanos. Aun así, hay personajes, no son textos abstractos. Un buen arranque contiene el conjunto de la historia, solo tengo que seguir. Y, cuando lo logro, yo mismo me sorprendo. Alumbré algo nuevo, y eso es lo fascinante: ese rol de creador. Es lo contrario de escribir una sinopsis.

Trilogía narra una historia de amor, pero nunca se habla de amor sino de volar, y de libertad. Hay un momento en el que el protagonis­ta toca música en una boda y siente que vuela, y al hacerlo la ve a ella. Eso para mí es la literatura, hay que llegar ahí si eres realmente un escritor verdadero. La mayoría no lo son, lo fingen. Pero es tan fácil diferencia­r lo que es la literatura falsa de la verdadera.

¿Cómo de fácil? Muy fácil. Puedo leer un par de páginas en noruego o en alguna de las lenguas que hablo y lo veo muy rápido. Cuando estaba en la universida­d encontré esa cita de Adorno que dice que todas las frases deben mantener la misma distancia respecto del centro. La buena escritura es así: cada frase debe venir de ese mismo centro, de lo que sea que veas y que es imposible de describir. Es un alma o una especie de llamada espiritual, como en Lorca. ¿Cuál es el secreto? Es

la musicalida­d, la forma de hacer metáforas, las historias que cuenta. Pero al final lo que importa es la suma de todo, y eso es algo distinto.

¿En Oslo vive dentro del recinto del Palacio Real? Sí, Dios mío, así es. En 2011 me ofrecieron esa casa en la que podía quedarme toda la vida gratis. Hubo otros escritores antes. La construyó un poeta que no es famoso fuera de Noruega, porque es imposible traducirle, pero que es una gran figura nacional y todos los niños estudian su obra en el colegio. Luego se arruinó y la abandonó. Desde los años treinta es cedida a un escritor o compositor. Está en la esquina del parque, junto a la casa del jefe del Tribunal Supremo. Así que están el rey y la reina, la juez y yo. Es extraño.

¿Dónde creció? En una comunidad muy pequeña cerca de uno de los fiordos más famosos del país. Crecí en este pueblo a un par de horas de Bergen. Me fui de allí a los 16, y no he vuelto a vivir en ese lugar.

Su nombre lleva tiempo sonando en todas las quinielas del Premio Nobel, pero este año no se dio. Sí, para un extranjero parece una locura toda la historia de la cancelació­n del premio.

¿Qué le pareció el Nobel a Bob Dylan? Fue una cosa loca. He traducido a John Ashbery al noruego y pensé en él. ¿Cómo podían dárselo a Dylan y no a Ashbery? No lo comprendo. Luego Ashbery murió, así que ya no lo ganará. Hay algo que está mal. Dylan tiene canciones maravillos­as y Mr. Tambourine Man es gran poesía en forma de letras de canciones. Pero es mucho mejor cuando lo escuchas cantado que cuando lo lees, y la clave para mí es que si esto es un premio de literatura en el sentido estricto, ¿por qué no Ashbery?

¿Hace lecturas de sus poemas? Dejé de hacerlo hace años. Aunque escribo mucho teatro, no me gusta estar en un escenario. Algo de mi escritura me es tan cercano que me parece demasiado. Me gusta mi privacidad.

¿Es difícil ver a actores encarnando sus palabras? A los intérprete­s y a los directores les gusta mi escritura porque deja margen a la interpreta­ción. Mis obras se pueden montar de muchas maneras. Cuando escribo no visualizo las escenas de forma realista. Luego, en escena, la mayoría de las produccion­es no son maravillos­as. Es muy difícil hacer teatro y que salga algo realmente bueno. He pasado 20 años viajando por el mundo para ver montajes de mis piezas, pero ya dejé de hacerlo. Mi vida cambió totalmente: dejé de hacer lecturas, dejé de ir a ver las adaptacion­es de mis obras y dejé de beber. Bebía mucho y tuve que dejarlo.

“El Nobel a Dylan fue una cosa local. Tiene canciones con letras maravillos­as, pero es mucho mejor cuando lo escuchas cantado que cuando lo lees”

¿Qué relación siente que hay entre el alcohol y la escritura? Hay una relación, de eso no cabe duda, que se remonta a tiempo atrás. En la antigua Atenas se hablaba de los poetas borrachos. Ese espacio seguro que encontré en la escritura a los 12 años nunca ha cambiado, siempre escribo desde ahí. He tenido críticas malas y muchas crisis, pero nunca ha afectado a ese espacio. Nunca he podido escribir cuando bebía, porque me volvía sentimenta­l, perdía la precisión, la agudeza, el foco, la claridad; incluso con una pequeña cantidad de alcohol mi escritura se volvía pésima. No escribo todos los días, pero cuando lo hacía, la combinació­n durante muchos años era escribir de día y beber de noche. Cuando empecé a hacerlo por las mañanas tuve que parar. Y lo logré.

Del pintor Munch al escultor Gustav Vigeland, pasando por el novelista Knausgård, todos son muy prolíficos. ¿En la tradición noruega hay un particular tipo de romanticis­mo intenso, un ansia por retratar el sentimient­o cotidiano y absolutame­nte todas las etapas de la vida? Es difícil verlo si eres noruego porque no tienes esa distancia. Mencionast­e Knausgård y siempre he pensado que escribir lo que experiment­o, solo y exactament­e como lo siento, es mala escritura, no será literatura, no se elevará hasta alcanzar esa forma de la que hablaba antes. Esto es lo contrario de lo que postula Karl Ove.

¿Llegó a leer Mi lucha de Karl Ove? La verdad es que solo trozos, no leo casi a autores contemporá­neos, prefiero cosas antiguas. Últimament­e, he estado muy metido en textos de teología. Me encantaría ser un cura, creo.

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