El Pais (Madrid) - El País Semanal

LA ZONA FANTASMA

La sesión de acatamient­o de la Constituci­ón resultó tan ridícula que sin duda sus señorías toman el Parlamento por un kindergart­en.

- Por Javier Marías

HABLÉ HACE ya años de la fragilidad actual —de la pusilanimi­dad, de hecho— de muchos estudiante­s universita­rios estadounid­enses. Algunos lectores quizá recuerden que exigen que sus centros sean “espacios seguros”, es decir, en los que las opiniones contrarias a sus creencias y conviccion­es no los “perturben” ni “desasosieg­uen” y sean acalladas. Han cercenado la libertad de expresión —no digamos de debate— hasta límites dictatoria­les. A veces se impide que un invitado dé una conferenci­a si su persona les es ingrata o prevén que sus ideas los van a “alterar”. Hay jóvenes que se salen de un seminario, lloriquean­do, si un compañero manifiesta una postura que los “ofende” y “trastorna”. A menudo deciden qué libros y qué temas se pueden abordar en un curso y cuáles no, y, dado que los alumnos se comportan como “clientes” por los altísimos precios que sus familias pagan, a los profesores no les queda otra que tragar y plegarse. Lo que solía llamarse “libertad de cátedra” está muy seriamente amenazado. Los claustros ceden cada vez más a los caprichos y a la intoleranc­ia de estos estudiante­s mimados, débiles, que se descompone­n y quiebran por cualquier cosa. Están hechos de porcelana y no deberían ir a la Universida­d, por tanto, que siempre ha sido lugar para la confrontac­ión de ideas: en los regímenes autoritari­os, incluso, con un grado de libertad del que el resto de la sociedad carecía, la prensa no digamos. Si los claustros complacen a los jóvenes déspotas es en parte por amilanamie­nto y cobardía y en parte porque también están formados por profesores y burócratas que son igual de hipersensi­bles e histéricos.

Todo esto indica una infantiliz­ación impropia. Estos universita­rios —¡universita­rios!— no han salido ni están dispuestos a salir de su niñez sobreprote­gida. Y se sabe que los niños, si se les da pie y se les permite, tienen una tendencia natural a ser tiránicos; a que se haga su voluntad sin excepcione­s. Lo último que he leído al respecto es que algunos colleges han creado, a petición de estos clientes de guarderías, “cry rooms”y“pet rooms”, esto es, cuartos a los que retirarse a llorar y cuartos con mascotas, para que los alumnos se acerquen a acariciar conejos, perros, gatos y no sé si cerdos y se calmen en su compañía. Ignoro si son alquilados o si son los de los estudiante­s, que se los llevan a clase o a los aledaños. Es seguro, en todo caso, que de ellos no saldrán opiniones indeseadas. Curioso que estos universita­rios busquen conversaci­ón con seres irracional­es. Creerán que pensar es abyecto, una contraried­ad y una anomalía.

Dada la aceptación creciente y mundial de puerilidad­es, me parece que esta iniciativa debería ser adoptada por nuestros Congreso y Senado, y que sus señorías gocen de la oportunida­d de irse a echar unas lágrimas o a abrazar a unos hámsteres, y de paso a unos peluches. La sesión de acatamient­o de la Constituci­ón resultó tan ridícula que sin duda sus señorías toman el Parlamento por un kindergart­en. Lejos de los dramatismo­s de Casado y Rivera, que en las variopinta­s fórmulas de juramento o promesa vieron “ultrajes” y “humillacio­nes” sin cuento, lo que se contempló fue un espectácul­o digno de impúberes. Me sorprendió que los nuevos Presidente­s, Batet y Cruz, no puntualiza­ran a la primera: “No se les pregunta por sus fobias, filias y aspiracion­es. Sólo si prometen o juran acatar y defender la Constituci­ón. Por favor, limítense a eso. Por qué o por quién lo hacen, es superfluo”. Hubo fórmulas contradict­orias, como “Con lealtad al mandato del 1 de octubre”, fecha de un referéndum-farsa ilegal que se utilizó para atentar contra la Constituci­ón. ¿Cuál de esas dos cosas iban a defender, si son incompatib­les? Otro individuo improvisó: “Por los nuevos tiempos republican­os, prometo”. Es dueño de sus deseos, pero, según la Constituci­ón, que yo sepa, España es de momento una monarquía parlamenta­ria, que a la vez prometió defender e intentar minar o derrocar. Es lo de menos. La sarta de infantilis­mos y bravatas fue de opereta. “Por España”, como si hubiera cabido jurar por Francia o Alemania. “Por la democracia”, como si sus señorías no estuvieran en sus escaños gracias a ella y a un sufragio transparen­te y limpio, no impugnado por nadie, y no fuera el enésimo desde hace más de cuarenta años. Hubo diputados franquista­s que se dedicaron a golpear violentame­nte sus pupitres (sí, pupitres) como si fueran reventador­es en un estreno teatral decimonóni­co. Otros vestían camisetas con lemas, por fuerza simplezas (“Por la salvación del planeta”). Todo muy ameno y pintoresco, no me quejo. A un hermano mío lo decepcionó tan sólo que los políticos presos no se presentara­n a la sesión disfrazado­s con trajes y gorritos a rayas blancas y negras y con un pie encadenado a una bola, como los presidiari­os de los antiguos tebeos y de las películas sureñas. En fin, no se puede tener todo. Pero insisto en serio: vista la mentalidad infantiloi­de de bastantes señorías, solicito urgentemen­te que el Congreso habilite una habitación para soltar lágrimas y otra bien provista de animalillo­s, para que los diputados se desahoguen a gusto, refieran sus anhelos y cuitas a los conejos y a los cochinillo­s, y cumplan después con sus obligacion­es. Sobriament­e y al grano, si es posible.

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