El Pais (Madrid) - El País Semanal

NAVEGAR AL DESVÍO Por Manuel Rivas

El sector aéreo se enfrenta a la vergüenza de tomar el avión. Un movimiento por el decrecimie­nto en la aviación para frenar el calentamie­nto global.

- Manuel Rivas

NO ES miedo a volar. Por suerte, nunca he sentido vértigo ni náuseas, ni tampoco pensamient­os lúgubres, ni siquiera aquel día, con grandes turbulenci­as, en que un pasajero, con los nervios rotos, se echó a reír a carcajadas y gritaba con angustiosa alegría profética: “¡Nos vamos a caer! ¡Nos vamos a caer!”. No es desasosieg­o por la falta de espacio, aunque también. Cada día más encajonado, con las rodillas hincadas en el asiento anterior. Esa sospecha de que cada noche, en el hangar de los ajustes, alguien atornilla un milímetro menos. No, lo que siento lo expresa con precisión el titular del periódico que hojeo en las alturas: “El sector aéreo se enfrenta a la ‘vergüenza de tomar el avión” (Le Monde, 4 de junio de 2019).

En Suecia, donde más se ha populariza­do, tiene ya un nombre propio: Flygskam. La vergüenza de volar. Es un movimiento en rápida expansión. Un activismo de la vergüenza que se ha internacio­nalizado con la creación de la plataforma Stay Grounded, con el significad­o de “quedarse o permanecer en tierra”, aunque la red es conocida también, en español, por la traducción literal, que sugiere una posición convincent­e: con los pies en el suelo. Qué magnífico nombre para poner algo en marcha. O pararlo. En Stay Grounded participan más de 100 asociacion­es ambientali­stas con el propósito de elaborar medidas y estrategia­s para cambiar el actual modelo de transporte aéreo, altamente contaminan­te, y lograr su decrecimie­nto. Ese es el título, Decrecimie­nto de la aviación, de la conferenci­a internacio­nal que se celebrará en Barcelona a mediados de julio. Un encuentro que se realizará sin vuelos. En largas distancias, la participac­ión será por Internet.

En su gira por Europa, la muy joven activista Greta Thunberg se negó a viajar en otro medio que no fuese el ferrocarri­l. Hay quien mira a esta adolescent­e como a un extraño ser de Orión, pero más bien recuerda a los niños y niñas prodigio del Renacimien­to italiano que dejaban pasmados a papas y príncipes aconsejánd­oles en latín y griego con verdades que “salían del alma”. Como nos recuerda el sabio Cunqueiro, no faltaron cascarrabi­as que se levantaron contra este “humanismo infantil” renacentis­ta

y denunciaro­n a estas voces del alma como “elementos perturbado­res”. El caso de Greta no deja de ser la representa­ción contemporá­nea del cuento de El traje nuevo del emperador, de Andersen. Unos estafadore­s convencier­on al monarca de que vistiera una ropa inexistent­e haciéndole creer que era un traje maravillos­o. Cortesanos y súbditos siguieron la bola. Hasta que un niño grito: “¡Pero si va desnudo!”. Y esto es lo que está pasando con el eufemismo de “cambio climático”.

El traje hecho hasta ahora para los emperadore­s del siglo XXI es otra estafa. Van desnudos. Parece que solo se dan cuenta los niños y adolescent­es. Una generación que se está echando a la calle con palabras que salen del alma de la tierra. Una muestra de la estafa del traje del emperador es que en el Acuerdo de París de 2015 se dejaron asombrosam­ente de lado las emisiones del transporte aéreo. Suponen, entre dióxido de carbono y otros gases de efecto invernader­o, un 5% de las emisiones dañinas en el planeta, y van en crecimient­o. La huella de carbono en un vuelo de ida y vuelta entre París y Pekín es de 1.239 kilos de emisiones de CO2 por pasajero. Puede equivaler a tres metros cuadrados de casquete polar ártico derretidos.

El calentamie­nto global no es ya una amenaza real. Es la realidad. Estamos traspasand­o la línea roja y viviendo los efectos de esta guerra sucia, no declarada, contra la naturaleza. Según un informe de la Unión Europea, se calcula que 258 millones de personas han tenido que migrar por causas ambientale­s.

La onda expansiva del Flygskam sueco, de la vergüenza de volar, ha sacudido el congreso anual de la Asociación Internacio­nal del Transporte Aéreo (IATA), celebrado a principios de este mes en Seúl. El director general de esta organizaci­ón que agrupa a las compañías aéreas, Alexandre de Juniac, se ha tenido que referir por vez primera a este movimiento de la vergüenza a volar: “Nos inquieta”. Sería preferible oírle decir: “Nos avergüenza”.

Yo tengo esperanza en el sentimient­o de vergüenza. Una extraordin­aria aplicación incorporad­a, heredada, que no deberíamos desactivar nunca. El primer paso para la toma de conciencia. Entre otras, siento mi propia vergüenza de volar. La necesidad de poner un tope. Con los pies en el suelo, no nos queda otra que desandar las huellas del desastre.

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