El Pais (Madrid) - El País Semanal
GASTRONOMÍA INNOVADORA Por Andoni Luis Aduriz
Resulta paradójico que, habiendo conocimiento y técnica para comer cada vez mejor, la oferta se encuentre plagada de artículos mediocres a bajo coste.
POSEEMOS TECNOLOGÍAS y conocimientos que permiten entender y dominar los procesos necesarios para obtener alimentos seguros y de calidad en nuestras mesas. Hoy día todo lo que ingerimos está regulado y controlado por organismos y leyes; también supervisado por protocolos y análisis que nos deberían permitir despreocuparnos en gran medida de lo que nos llevamos a la boca. No obstante, durante miles de años, muchos procedimientos se ejecutaban a ojo, a través de un elemental
de ensayo y error que se transmitía de generación en generación.
Nuestros ancestros convivían entre ciclos de necesidad y, en momentos concretos, de abundancia. De ahí provienen tantas y tantas elaboraciones que en todas las culturas han procurado preservar los excedentes, macerándolos en salmueras, lías de sake, vinagres, grasas, cal o cenizas; secándolos al sol, al aire frío o con humo. Cada vez que probamos una cuña de queso, una loncha de cecina, un bocado de mojama o un trocito de pulpo seco, estamos tomando una cantidad asombrosa de conocimiento.
No llegamos a ser conscientes de toda la técnica y tecnolo
gía que hay tras un familiar sorbo de vino, que, con el paso de los siglos, ha ido mutando bajo parámetros culturales hasta llegar a ser lo que es hoy. Quizá por ello no deja de ser paradójico el hecho de que pudiendo seleccionar mejor lo que sembramos; cultivar con precisión milimétrica a fin de optimizar espacio, agua y la expresión de ciertas características de lo plantado; habiéndose logrado conservar con frío e incluso congelar con procedimientos para inhibir la formación de cristales de hielo…, pues que, a pesar de todo ello, el mercado esté plagado de artículos mediocres. Es como para cuestionar la utilidad de tantos expertos cuya función ha sido mediar entre el consumidor y las opciones existentes, con el fin de evitarle tener que sortear entre lo que hay hasta dar con lo más adecuado. ¿Para qué tanta maestría si después se ignora todo ante el resplandor de las promesas a bajo coste?
Asomarse a supermercados, grandes almacenes y tiendas de alimentación, por no hablar de los expositores de las gasolineras o las mesas de los bufés, es constatar cómo una parte importante del saber y competenmétodo
cias adquiridas en el ámbito alimentario hasta la actualidad se destinan a impulsar el abaratamiento de la producción a costa de la devaluación de la calidad. El esfuerzo de muchas industrias se ha dirigido no a dar de comer mejor, sino a hacer más accesible aquello que antes era de consumo esporádico. De este modo, ingredientes y bebidas que se disfrutaban en fechas señaladas y momentos concretos del año se exponen en los menús diarios y en ofertas de descuento entre semana. Las etiquetas, rótulos y presentación de los envases van sobrados de esfuerzos técnicos en pos de la apariencia y de la imagen. Y como somos consumidores de iconos, las propuestas de los cruceros van de la mano de un público ataviado de gala, dispuesto a comerse un bogavante capturado y congelado a miles de kilómetros y un plato de fruta pelada y troceada sin aroma ni sabor mientras se brinda con un champán al límite de lo considerado como tal.
Y aquí aflora otra de las cuestiones en este pulso entre la ostentación y lo asequible: si hay conocimiento y técnica para comer cada vez mejor, ¿dónde está el problema? En buena medida, en un público que no puede o no quiere pagar. Se desea rechupetear langostinos a precio de tomates, masticar solomillo a coste de pollo y olisquear jamón por un importe menor al pagado por un DVD. Y obviamente, siempre hay alguien dispuesto a leer las demandas del público. Sería positivo interiorizar que lo verdaderamente extraordinario es amoldar nuestros antojos y apetitos a la infinidad de opciones excepcionales y accesibles que cada temporada nos ofrece el mercado. Ese y no otro es el verdadero lujo.