El Pais (Madrid) - El País Semanal

Jean-Luc van den Heede, navegar al límite

Navegación al límite A los 73 años se ha convertido en el patrón de mayor edad en ganar una vuelta al mundo a vela en solitario sin GPS ni piloto automático. Este profesor de matemática­s retirado ya es una leyenda del mar.

- POR MIGUEL Á. ARIAS FOTOGRAFÍA DE ED ALCOCK

LA NIEBLA apenas dejaba ver la vela de color azul en la proa del Matmut, el barco con el que el experiment­ado marino JeanLuc van den Heede, de 73 años, regresaba después de siete meses de competició­n a Les Sables d’Olonne, la pequeña localidad en la costa atlántica francesa donde los navegantes son recibidos como héroes. El 29 de enero, a bordo de su Rustler 36, un robusto velero de menos de 11 metros de eslora, cruzaba bajo la lluvia la línea de meta de la Golden Globe Race, la regata conmemorat­iva del 50º aniversari­o de la primera vuelta al mundo a vela en solitario, sin escalas ni asistencia.

“Encontrar las verdaderas raíces de la navegación de hace medio siglo fue lo que me entusiasmó

de la regata”, señala Van den Heede, que completó su sexta circunnave­gación. Durante la prueba utilizó el sextante para obtener su posición en el mar y trazar el rumbo. Sin GPS ni piloto automático, no contaba a bordo con ningún instrument­o electrónic­o con el que beneficiar­se de la asistencia a la navegación disponible hoy. Con su victoria, el viejo exprofesor de matemática­s se ha convertido en la última leyenda de la vela oceánica y en el patrón de mayor edad en ganar una vuelta al mundo a vela en solitario.

Van den Heede comenzó a navegar a los 17 años, inspirado en las historias de hombres legendario­s como Slocum, Moitessier, Gerbault, Bardiaux, Tabarly o Vito Dumas. A esa misma edad, sus padres le regalaron un curso en la prestigios­a escuela de vela de Glénans, en Concarneau (Francia). “En la primera clase que salí a navegar logré volcar el barco”, cuenta con ironía. En 1967 compró su primer velero, el Gide. Ha tenido un total de 18 embarcacio­nes, todas ellas bautizadas por Eugene, uno de sus mejores amigos.

VHD, como se le conoce en los pantalanes, es un excelente marinero empujado por una misteriosa fuerza centrífuga. Un bretón de 1,90 metros y casi 100 kilos, de hombros anchos y manos grandes, y una leve cojera que le hace caminar balanceánd­ose de babor a estribor. Siempre está de

Es un excelente marino de 1,90, casi 100 kilos y una leve cojera que le hace andar balanceánd­ose de lado a lado

buen humor, y lo demuestra con una risa contagiosa que cuando menos lo esperas surge durante la entrevista que concedió a El País Semanal antes de recoger este año el premio Sail in Festival en Bilbao.

Van den Heede nació el 8 de junio de 1945 en Amiens (norte de Francia), lejos del mar. Hasta los 12 años creció junto a sus abuelos. De niño tenía dos pasiones, los trenes y los barcos. Construyó una balsa de madera con un palo de escoba de mástil y una sábana vieja como única vela, y muchas tardes se pasaba horas en el jardín trasero de su casa soñando despierto que surcaba a bordo de ella los océanos. “Gracias a Dios, el barco nunca salió de aquel jardín. No creo que eso flotase”, comenta con una sonrisa.

Antes de ser un notable marino, trabajó en Lorient como profesor en varios centros de enseñanza. Admite que en su etapa de secundaria, “impartir la misma clase de matemática­s cuatro veces al día” no era lo que más le gustaba. En 1989 dejó la docencia para convertirs­e en profesiona­l de la vela a tiempo completo.

El experto patrón cuenta con un palmarés impresiona­nte: ha doblado el mítico cabo de Hornos, en el archipiéla­go de Tierra del Fuego, al sur de Chile, en una decena de ocasiones. Desde 2004 tiene el récord de la vuelta al mundo en sentido “equivocado” (de este a oeste), navegando en contra de los vientos predominan­tes y de las corrientes.

Como todo navegante solitario, siente una misteriosa atracción por el mar, pero al mismo tiempo permanece anclado a tierra firme: amarrado a su actual compañera, Odile, profesora de matemática­s como él; a sus dos hijos, Eric y Elisabeth, y a sus cinco nietos. Fue instructor de vela y durante los últimos años ha estado organizand­o regatas, seminarios y dando conferenci­as sobre sus experienci­as como navegante solitario y con tripulació­n: espíritu de equipo, motivación y liderazgo.

A bordo del Matmut, nombre de la compañía de seguros que le patrocinab­a (aunque su barco se llama Mojito), el viejo patrón se llevó tres pequeños peluches. Uno de ellos, regalo de sus dos hijos, ha dado la vuelta al mundo con él en seis ocasiones; otro es un regalo de sus nietos, y el tercero pertenecía a Sitran, un centro de investigac­ión de enfer

A bordo del barco, el viejo patrón llevó tres peluches, libros de Jack London y Herman Hesse y 20 garrafas de vino

medades neurodegen­erativas al que lo entregó al regresar para ser subastado y recaudar fondos. Jack London y Hermann Hesse, dos de sus autores preferidos, viajaban con él. También embarcó 20 garrafas de tres litros de vino cada una, suficiente para tomar un vaso al día: “Cuando navego soy feliz, estoy contento. Una travesía tan larga hay que disfrutarl­a”, dice.

Para VDH, la preparació­n mental es aún más importante que la física: “Hay que estar preparado para sobrelleva­r la soledad tanto tiempo en el mar”. Durante la regata, solo pudo hablar una vez con su compañera, a principios de noviembre tras volcar el barco en medio del Pacífico.

A finales de enero, después de 211 días, 23 horas y 12 minutos sin pisar tierra firme, cruzaba la línea de meta. Sir Robin Knox-Johnston, ganador de la Sunday Times Golden Globe Race 1968-1969, estaba allí para recibirlo. Esa misma noche, junto a su banda de rock, Globalemen­t Vôtre, se fue a celebrar su primera victoria en una vuelta al mundo en solitario.

A la pregunta de si habrá una séptima vuelta al mundo, contesta con rotundidad: “No, no volveré a hacerlo, soy muy mayor”. “Por mucho que me gusten los desafíos y estar en el mar, la soledad me pesa”. Sobre la mesa de cartas del Matmut quedó un despertado­r oxidado, un barómetro, algunas cartas náuticas con muchas anotacione­s y un cuaderno lleno de cálculos astronómic­os. Sin embargo, con su viejo barco, que aún conserva un olor caracterís­tico a humedad que le recordaba sus primeras navegacion­es, Van den Heede seguirá haciendo lo que siempre hizo, navegar.

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 ??  ?? A la izquierda, el navegante con un sextante. En esta página, una carta náutica usada en su travesía; portada de Paris Match de 1969, sobre la primera edición de la Golden Globe, con la foto de un participan­te, y un peluche que llevó Van den Heede en su viaje.
A la izquierda, el navegante con un sextante. En esta página, una carta náutica usada en su travesía; portada de Paris Match de 1969, sobre la primera edición de la Golden Globe, con la foto de un participan­te, y un peluche que llevó Van den Heede en su viaje.
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 ??  ?? Arriba, Van den Heede junto a su barco en Les Sables d’Olonne. A la izquierda, el navegante durante su travesía, cerca de la isla de Tasmania. En la página siguiente, un retrato suyo en el interior del velero.
Arriba, Van den Heede junto a su barco en Les Sables d’Olonne. A la izquierda, el navegante durante su travesía, cerca de la isla de Tasmania. En la página siguiente, un retrato suyo en el interior del velero.
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