El Pais (Madrid) - El País Semanal

Nostalgia impresa

El inminente cierre del Museo de la Prensa de Washington es una metáfora de la crisis de un oficio, de un negocio y de un pilar de la democracia.

- ANTONIO CAÑO

ES IMPOSIBLE NO ver el inminente cierre del Museo de la Prensa en Washington (Newseum) como una metáfora del declive de una industria que un tiempo fue no solo un próspero negocio que repartía poder y dinero, sino un pilar imprescind­ible de la democracia liberal.

Ahora esa institució­n naufraga por falta de ingresos, malamente mantenida con la venta de gorras rojas de Make America Great Again —el eslogan de la campaña presidenci­al de Donald Trump— y camisetas con la leyenda You Are Very Fake News, porque parece que lo que más atrae a los actuales visitantes de todo ese mundo del periodismo son las fake news; es lo que más les suena, lo que más gracia les hace.

No son los turistas los únicos que han cambiado. Recuerdo los años en los que casi cualquiera podía recitar de memoria los nombres de los conductore­s de los telediario­s nocturnos de los tres principale­s canales de televisión: Tom Brokaw, Peter Jennings y Dan Rather. Yo no sé quiénes son los actuales.

El periodismo que conocimos se ha ido para siempre. Queda la esperanza de que sea posible generar una nueva industria en torno a las nuevas tecnología­s, con otro tipo de periodismo, más accesible, más rápido, quizá mejor. No sé. Como periodista­s, es nuestra obligación intentarlo. Como ciudadanos, es nuestro interés conseguirl­o, si es que queremos seguir viviendo en sociedades democrátic­as.

El Newseum cerrará sus puertas a finales de este año. El proyecto, nacido en 2008, resultó inviable. La Universida­d Johns Hopkins, que ha pagado 372 millones de dólares (unos 329 millones de euros) por el edificio, instalará allí su campus principal en Washington. Freedom Forum, la organizaci­ón que actualment­e gestiona el museo, aún no ha dicho qué va a hacer con su contenido. Hay restos del muro de Berlín y otros símbolos de la larga lucha del ser humano por su libertad, en la que la prensa ha sido muchas veces un instrument­o imprescind­ible para derribar tiranías y defender la verdad, y con ella, el progreso y la civilizaci­ón misma.

De todo lo que el Newseum conserva, tal vez lo más valioso es el Journalist­s Memorial, el muro donde están escritos los nombres de 2.344 periodista­s asesinados desde 1836. Los últimos 21 nombres fueron añadidos este 3 de junio. Entre ellos estaba el del saudí Jamal Khashoggi, asesinado por agentes de su propio país. El resto eran prácticame­nte desconocid­os, como lo son casi todos los nombre inscritos, modestos profesiona­les de periódicos locales —muchos desapareci­dos—, porque, en contra de lo que se cree, el periodismo no es la actividad rutilante de ciertas estrellas, ni siquiera los relatos grandilocu­entes de algunos correspons­ales, sino el duro oficio del buscador de la noticia, casi siempre por una exigua paga. O esa era.

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Dos visitantes del Newseum de Washington contemplan un mural con portadas relativas a los atentados del 11-S en Nueva York.

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