El Pais (Madrid) - El País Semanal

Objetos colecciona­bles

- Juan José Millás

Sigo con pasión y envidia las compras de bienes inmuebles que Amancio Ortega lleva a cabo de forma compulsiva desde hace algunos años. He padecido, entre otras, la compulsión de fumar y recuerdo perfectame­nte la fuerza de aquel apremio subterráne­o que me obligaba a encender un cigarrillo con la colilla del anterior desde que me levantaba hasta que me acostaba, aunque también cuando soñaba, pues me veía en ellos, en los sueños, echando humo sin parar, como las chimeneas de los altos hornos, que emiten gases las 24 horas del día los 365 días al año. No había razonamien­to económico ni de salud ni parches de nicotina ni chicles medicinale­s ni terapias ortodoxas o alternativ­as capaces de hacerme desistir del vicio, porque al desistir, pensaba, moriría. De hecho, agonizaba cuando extraviaba el mechero, por ejemplo, de manera que llegué a encender los cigarrillo­s en la terraza de mi piso, concentran­do los rayos del sol sobre su punta con una lupa adquirida para otro menester.

¿Era agradable aquel comportami­ento? Para nada. Pero resultaba liberador porque mientras yo tuviera un cigarrillo encendido entre los dedos, el mundo no se apagaría. Algo semejante le debe de ocurrir a Ortega con la compra de rascacielo­s. Tal vez piense que, si pasa más de seis meses sin adquirir uno, todo su imperio comience a retroceder. El mundo está lleno de objetos colecciona­bles, pero me parece que nos eligen ellos a nosotros más que nosotros a ellos. Los rascacielo­s erectos (valga la redundanci­a) han elegido a Amancio Ortega. El último, situado en Nueva York, es el que se aprecia en la fotografía.

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