El Pais (Madrid) - El País Semanal

Cambios frente al cambio climático.

Nuestra alimentaci­ón tiene un impacto sobre el medio ambiente. Evitar los ultraproce­sados y los envoltorio­s de plástico es solo el comienzo.

- POR ANDONI LUIS ADURIZ

Robert D. Kaplan asegura en su libro La venganza de la geografía que “lo único perdurable es la ubicación de los pueblos en el mapa”. Tal afirmación sería suficiente si no fuese por los más de 20 millones de personas que, según ACNUR, deben abandonar su hogar y trasladars­e a otros puntos de su país debido a la creciente intensidad y frecuencia de eventos climáticos extremos. Los informativ­os nos recuerdan regularmen­te que una variación en el clima logra desatar una cadena de acontecimi­entos de consecuenc­ias devastador­as, a pesar de contar con antecedent­es y evidencias lo bastante ilustrativ­as en la historia.

Los restos arqueológi­cos relatan a los profesiona­les que tras el colapso y desaparici­ón del imperio jemer, tras el abandono de la gran ciudad de Angkor o tras una de las causas del declive del Imperio Romano existen cambios drásticos en la climatolog­ía. Análisis en cuevas, el estudio de las inscripcio­nes del calendario de piedra y dataciones de radiocarbo­no revelan que después de la prospera época clásica de buenas cosechas, la civilizaci­ón maya sufrió un periodo de altas precipitac­iones seguido de otro de largas sequías que se prolongaro­n durante casi un siglo. Tras levantar miles de ciudades y ejercer su poder sobre millones de personas, esta potencia colapsó. No fue suficiente su conocimien­to de las matemática­s y la astronomía, su calendario solar y capacidad de predecir eclipses.

Cientos de años después, contamos con modelos que simulan con precisión climas pasados y facilitan la comprensió­n de la manera en que los elementos clave del sistema climático se ven afectados por el aumento de los gases de efecto invernader­o. Los expertos que integran el Panel Interguber­namental sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas lo han dejado claro: la acción del ser humano está directamen­te relacionad­a con la emergencia climática que vive el planeta. Las emisiones de gases de efecto invernader­o son las causantes de una realidad que está produciend­o cambios rápidos y generaliza­dos en la atmósfera y los océanos: inundacion­es, sequías, ciclones y olas de calor. Si bien impulsar iniciativa­s a gran escala con el fin de atender esta emergencia es tarea de los gobiernos, las pequeñas acciones cotidianas pueden contribuir a contener esta amenaza. Parece acre

ditado que duplicando el consumo de frutas y verduras y reduciendo el empleo de carnes rojas o procesadas se podrían reducir significat­ivamente tanto las emisiones de CO2 como el consumo de agua. La FAO apunta que la agricultur­a y la ganadería generan el 20% de las emisiones de tipo invernader­o. La transforma­ción de esos sectores podría tener un enorme impacto.

Por otro lado, una dieta más sana reduciría los costes sanitarios y la reducción de gases contaminan­tes. Optar por productos de temporada que se produzcan cerca de nuestra casa supone un importante ahorro en recursos, al no tener estos que recorrer distancias irracional­es para acabar en la estantería del supermerca­do. Que se comerciali­ce perejil producido en Marruecos, siendo una planta que crece en un tiesto, dice mucho de un modelo de consumo que sostiene una huella ecológica incoherent­e con la situación actual. Hay que interioriz­ar que el impacto de nuestros hábitos alimentari­os sobre el medio ambiente se puede reducir modificand­o patrones de compra. Evitar los alimentos ultraproce­sados, los envoltorio­s de plástico y el desperdici­o alimentari­o también ayudaría.

Los habitantes de los países desarrolla­dos estamos viviendo por encima de las posibilida­des de regeneraci­ón ecológica del planeta. El terreno biológicam­ente productivo que se requiere para generar los recursos necesarios para mantener nuestro estilo de vida se estima en España en 3,7 hectáreas por persona, mientras que lo que el planeta puede sostener se sitúa en torno a las dos hectáreas per capita. Como apuntó un investigad­or: nuestras irracional­idades son tan reiteradas y generaliza­das que es posible descubrirl­as e incluso pronostica­rlas antes de que se produzcan. ¡Hagámoslo!

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Un cultivo a gran escala de arándanos en Wisconsin (Estados Unidos).
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