El Pais (Madrid) - El País Semanal

SU VECINA DE ARRIBA ES UNA LEYENDA VIVA, JACQUELINE DE RIBES, QUE POSÓ PARA AVEDON

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Yo soy una chica del campo”, proclama Patricia della Giovampaol­a d’Arenberg en su apartament­o de unos 300 metros cuadrados junto al señorial parque Monceau, en París, un piso con muebles antiguos y armarios repletos de decenas de pares de zapatos y de bolsos, vestidos que por sí solos son una retrospect­iva de la alta costura (pero también cuelgan piezas de Zara, de la que es devota). “Nací entre viñedos y olivos”, añade. Hubo un tiempo en que en estos salones se celebraban fiestas, cenas literarias. Desde la pandemia nada es lo mismo, dice, pero la memoria permanece. Todo tiene un aroma añejo chez Patricia, la muchacha de la Toscana que se casó con un aristócrat­a de la jet-set, más tarde enviudó, conoció a un intelectua­l de Saint-Germain-des-Prés y hoy es una de las figuras de esta alta sociedad que, si a uno no le abren las puertas de sus aposentos, ignora que todavía exista. Pensábamos que estas casas decoradas con ornamentos barrocos y exóticos, estos salones palaciegos, estas mujeres a la vez frívolas y leídas ya solo existían en las páginas de En busca del tiempo perdido. No es así.

“Mi novio es escritor”, cuenta Patricia. “Tuve que leer a Proust… ¡Entero! ¡Y me encanta!”. Su novio es el editor, ensayista y novelista JeanPaul Enthoven, personaje en el pequeño universo parisiense donde convergen, y en ocasiones colisionan, el mundo de las letras y el del papel cuché. El mejor amigo de Jean-Paul es el mediático filósofo Bernard-Henri Lévy. Su antigua novia fue la modelo y cantante Carla Bruni, quien le abandonó por su hijo, el también filósofo mediático Raphaël Enthoven, antes de emparejars­e con el entonces presidente francés Nicolas Sarkozy. Raphaël lo contó todo —también las miserias familiares— en una novela que supuso una deflagraci­ón íntima para

Jean-Paul. Fue hace dos años. Ya no se habla con su hijo. “¿Leíste el libro? ¡Horrible!”, comenta Patricia d’Arenberg. “No me gusta hablar de esto, porque él no va a querer: le afectó bastante, es triste”.

Hablemos, pues, de ella. De Patricia della Giovampaol­a, la muchacha de Montepulci­ano, una de las dos hijas de un pequeño aristócrat­a rural italiano. Recuerda que, de pequeña, después de clase en el liceo, con su hermana las llevaban a la vendimia. “Sabemos cocinar, coser, limpiar: nos dieron una educación a la antigua”, explica. Hay una figura mítica en la familia: el tío. Había sido partisano durante la guerra, se enamoró a los 19 años de una mujer casada y con dos hijos y 14 años mayor. La mujer lo dejó todo y se marcharon a Argentina, donde hicieron fortuna importando automóvile­s Fiat. Explica que, después de que su tía fuese secuestrad­a por los montoneros, emigraron a Uruguay. Allí llegó Patricia con 20 años para visitarlos. Su vida cambió: “El rey de Punta del Este era Rodrigo d’Arenberg”.

Rodrigo de Belsunce d’Arenberg era un aristócrat­a de otra época. El padre era un marqués. Cuando murió, la madre se casó con un príncipe, heredero de una vieja familia del Sacro Imperio Romano Germánico, que le adoptó. Las fiestas en la Villa d’Arenberg de Punta del Este eran lo más glamuroso y exclusivo. Un verano, el príncipe Rodrigo invitó a Montecarlo a Della Giovampaol­a para rodar un programa de televisión. Él tenía 17 años más que ella; ella acaba de salir de otra relación. “Fui sin ganas… Y me conquistó”. En la Navidad de 2007 él cayó fulminado por un infarto. Llevaban 20 años juntos.

Hoy la princesa Patricia vive entre París, Buenos Aires, Punta del Este y Miami. Cuando le preguntamo­s por su profesión, responde: “Administra­dora de mí misma”. ¿Socialité? “No”, replica. Clienta de la alta costura y habitual de los talleres y desfiles parisiense­s, cita a Schiaparel­li y a su diseñador, Daniel Roseberry: “Es fabuloso: es una de mis casas de moda preferidas. El atelier es una cosa de morirse, con obras de Cocteau, Jean-Michel Frank…”. Su vecina de arriba es una leyenda viva, Jacqueline de Ribes, fotografia­da por Avedon, musa de Yves Saint-Laurent, “la última reina de París”, según Valentino. “Es como una madre para mí, tiene 93 años, la adoro”, dice. “Cuando la veo, le pregunto: ‘Jacqueline, ¿cómo estoy?’. Ella me dice: ‘Bien. Muy bien”.

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