El Pais (Madrid) - El País Semanal

Juan José Millás Pasillos largos

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He aquí una escena de la vida cotidiana. Vas por la calle, tropiezas con una inmobiliar­ia y te asomas a su escaparate como a una frutería llena de productos tropicales. Todos los colores del mundo están ahí: los verdes, los azules, los rojos, los amarillos, los violetas, los pardos, los grises y hasta los negros, porque también hay frutos negros, como los de la belladona, que en las proporcion­es adecuadas te excita, te hace volar, te lleva al paraíso. Ahí están las viviendas soñadas y las reales, las que alquilaría­s o las que comprarías de acuerdo con las capacidade­s de tu imaginació­n, con el tamaño de tus quimeras, con las dimensione­s de tus utopías. Muchos de estos carteles son ya electrónic­os, de forma que las fotografía­s cambian para mostrarte las distintas habitacion­es del piso. A mí me gustan los áticos, siempre los busco y en apenas unos minutos los amueblo a mi gusto y me tomo un gin-tonic mítico contemplan­do las vistas.

Llevo la cabeza llena de casas con pasillos largos. Me gustan los pasillos por lo que representa­n. Hay gente que necesita hacer el Camino de Santiago para tener una experienci­a mística. A mí me basta con recorrer un pasillo largo con puertas a un lado y a otro para caer en éxtasis. El pasillo ha muerto por culpa de la especulaci­ón urbanístic­a y del capitalism­o exagerado y por la falta de vivienda pública. Pero digámoslo claro: una casa sin pasillo es como un cuerpo sin tubo digestivo: en el caso del cuerpo, no se digieren los alimentos; en el de la casa, no se metaboliza la experienci­a de ir desde el dormitorio propio al de los padres. En fin.

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