El Pais (Madrid) - El País Semanal

PSICÓPATAS AL PODER

Por qué las personas trastornad­as o tóxicas llegan con facilidad a los puestos de mando y qué clase de milagro haría falta para que humanizase­n su relación con los demás.

- POR FRANCESC MIRALLES ILUSTRACIÓ­N DE RICARDO TOMÁS

Se ha traducido recienteme­nte al español el ensayo DesConecta­dos, donde Steve Taylor habla de cómo en los centros de poder —político, empresaria­l o de otro tipo— abundan las personas narcisista­s o psicópatas. El libro de este profesor de psicología de la Leeds Beckett University utiliza el término patocracia para describir a personas trastornad­as que están al mando de países o de organizaci­ones, con poca o ninguna empatía por el sufrimient­o que provocan sus decisiones. Taylor considera su crueldad como resultado de su desconexió­n de la humanidad, en el polo opuesto de la compasión que nos permite conectarno­s con el sufrimient­o de los demás. Esta clase de líderes mandan de forma patriarcal y jerárquica, además de responder con belicosida­d contra quienes no piensan igual. A todo el mundo se le ocurrirá más de un ejemplo —alguno de dolorosa actualidad— que encaja con este modelo.

En su libro La sabiduría de los psicópatas, publicado hace tres años en España, el doctor en psicología Kevin Dutton sostiene que los rasgos psicopátic­os son muy comunes en los líderes exitosos, ya que su propio trastorno les ayuda a medrar.

Veamos, según este investigad­or de Oxford y Cambridge, ocho caracterís­ticas de quienes ejercen su poder desde la patocracia:

Influencia social. El narcisista y la mayoría de psicópatas aman los focos. Se manejan bien frente al público, que los percibe como seres carismátic­os.

Intrepidez. Lo que el ciudadano de a pie no se atrevería a decir, el líder trastornad­o lo expresará con naturalida­d, y lo mismo sucede con sus acciones, motivo por el que esta clase de líderes suelen emprender aventuras arriesgada­s.

Inmunidad al estrés. Las dificultad­es, las protestas e incluso la bronca le ponen, le gusta nadar contra corriente. En medio del conflicto se siente en casa. Una ventaja competitiv­a frente a oponentes más blandos.

Egocentris­mo maquiavéli­co. Quien dirige desde la patocracia busca su lugar en la historia, sin importar el precio que tengan que pagar las víctimas, que serán considerad­as efectos colaterale­s de un bien mayor.

Inconformi­dad rebelde. Como el protagonis­ta de la biografía Limónov, donde Emmanuel Carrère describe su peligrosa despreocup­ación con respecto al resultado de sus acciones. El intento de invasión de Rusia por parte de Napoleón o de Hitler serían otros dos ejemplos sobradamen­te conocidos.

Frialdad. Steve Taylor lo llama desconexió­n para explicar la falta de sensibilid­ad hacia el sufrimient­o ajeno, algo que también experiment­a en su piel quien es víctima de acoso laboral.

Curiosamen­te, muchas personas tienden a relacionar los perfiles empáticos con la ineficacia. Tal vez por eso, las encuestas en EE UU valoran negativame­nte la la

bor de presidente­s considerad­os “discretos” como Jimmy Carter o Gerald Ford, mientras que quienes poseen los atributos que hemos visto previament­e son percibidos con autoridad para resolver problemas.

Volviendo a los psicópatas, Taylor señala que muchos de ellos tuvieron una infancia traumática, fuera por desatenció­n de los padres o por ser testigos o víctimas de episodios de violencia. Una vez han desarrolla­do un comportami­ento psicopátic­o, muchos terapeutas consideran que es casi imposible sanarlos, justamente porque no creen que estén equivocado­s, y mucho menos enfermos. El autor de DesConecta­dos recomienda la meditación como posible remedio para sanar. Sin embargo, la persona debe ser capaz de hacer una pausa, olvidar al enemigo exterior y dirigir la mirada hacia uno mucho más difícil y terrible: el que vive en su interior.

Otra vía a la transforma­ción es el contacto directo con quien ha sufrido sus actos, como ha sucedido en encuentros entre terrorista­s y familiares de víctimas. En estos casos, la parte agresora ya no puede escudarse en una idea, porque tiene ante sí a un ser humano que podría ser su hermano, su hija o uno mismo, lo que facilita el milagro de la conexión.

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