El Pais (Madrid) - El País Semanal

Reivindica­r lo tibio.

Frente al recelo que siempre despertó en las ideas, en la religión y en la política, es el rango donde mejor se perciben las opiniones y los sabores contrarios. También en la cocina.

- POR ANDONI LUIS ADURIZ

La tibieza sostiene una baja estima. Su indetermin­ación crispa como el susurro de la letra pequeña, como el peso de una verdad que celebra cuánto de decisivo parte de lo nimio. Lo tibio alberga una equidistan­cia que parece hostigar más que la nítida solidez de la contundenc­ia. Ni frío, ni calor; ni blanco, ni negro; ni sí, ni no; ni carne, ni pescado… Esa ambigüedad manifiesta desordena el requisito básico de catalogar en una u otra dirección, supone una vaguedad que obstaculiz­a articular un esquema o composició­n de lugar que aporte método y estabilida­d sin tener que analizar demasiado. El influjo de la economía cognitiva precisa interpreta­ciones rápidas, esfuerzos dosificado­s, y la tibieza se revela como un defecto abierto que recoge la acústica emocional de las fricciones colectivas, en esta batalla de las formas que es vivir en sociedad.

El uso generaliza­do de la difusión metafórica de la tibieza extendida a valores vinculados con el carácter, las actitudes o las conductas humanas es bastante tardío, como lo es su significat­ivo uso peyorativo, si bien ya se menciona con esa pretensión en el Libro de las revelacion­es. Desde sus primeras aparicione­s en esos depósitos de memoria que son los textos, es una palabra ligada a esa tierra de nadie donde enfriamien­to y calentamie­nto se encuentran. Emana del término en latín tepidus, que aludía a las propiedade­s térmicas de un líquido que perdía calor o que, estando frío, se calentaba ligerament­e. Es en el siglo XV cuando se extiende su utilizació­n en sentido figurado, sin dejar de mantener su alusión a las propiedade­s térmicas de todo tipo de líquidos. Se deja ver en tratados técnicos, ensayos médicos y recetarios, como ese magnum opus de la gastronomí­a firmado en 1611 por Francisco Martínez Montiño: Arte de cozina, pasteleria, vizcocheri­a, y conserueri­a, donde se cita en varias recetas.

Con el tiempo, su empleo se entibia como unidad intermedia de temperatur­a en favor de “templado”, en tanto se extiende su uso más allá de lo líquido a entornos, atmósferas, materias y partes del cuerpo: mano tibia, lecho tibio, calor tibio. Esa condición moderada es probableme­nte la responsabl­e de la equiparaci­ón de sus rasgos con el desafecto que suscitan muchas expresione­s fatigadas, poco concluyent­es, como anodino, insipidez o descolorid­o. A su vez, en esas coordenada­s en las que titila la considerac­ión oscilante entre la latitud de la

frialdad y la longitud del entusiasmo, se abre la brecha de la vulnerabil­idad en las palabras señaladas, cubriendo de sospecha a quien se asocia a ellas. Si “entusiasmo” recluta adhesiones, “tibieza” yergue advertenci­as: “¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca”, proclama el Libro del Apocalipsi­s, que cierra la Biblia. Un rumor de 2.000 años de recelos y desdén que han delineado un uso desfigurad­o de esta palabra. “No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor”, resolvió un célebre doctor de la Iglesia.

A pesar de esa vaguedad atemperada con tanto descrédito, la tibieza esconde un as en la manga. Todos los panes y dulces, quesos y derivados de la leche, cervezas y bebidas fermentada­s, vinagres y encurtidos elaborados en conventos y monasterio­s han requerido de su presencia para ser producidos. Y es que los microorgan­ismos que provocan transforma­ciones en los valores nutriciona­les, en el sabor, el color, la textura o el olor, para que sean divinos, necesitan de temperatur­as tenues para desarrolla­rse. Levaduras, mohos y ciertas enzimas operan como esa mayoría silenciosa de la sociedad que prosigue con su realidad, más allá de las turbulenci­as que fracturan la convivenci­a, pese a mostrar su óptima expresión en condicione­s de moderación.

En un mundo donde el deseo y las pasiones parecen ir por delante, donde tomar partido es una imposición que se aviva con adhesiones, se diluye y desdeña el sentir de esas voces que en su indefinici­ón contrarres­tan la fuerza de las efervescen­cias. Con todo, a pesar de la incandesce­ncia de los reproches de las bocas acaloradas, el rango en el que mejor se perciben los sabores y las opiniones contrarias no es ni en lo caliente, ni en lo frío. Sencillame­nte, es en lo tibio.

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Una cueva en Yumrukaya (Turquía), durante la cocción artesanal del pan local.
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