El Pais (Madrid) - El País Semanal

VINO. AROMA COMPLEJO, DE GRAN FINURA Y AÚN MAYOR FALSEDAD

Rudy Kurniawan, gran falsificad­or de vinos, ha vuelto a ponerse manos a la obra tras 10 años en prisión, pero esta vez con la bendición de sus clientes.

- POR DANIEL SOUFI

Aprincipio­s de noviembre, Maureen Downey, una experta en fraudes vinícolas, alertaba en su blog de la participac­ión de un famoso criminal en una exclusiva cena celebrada en julio en Singapur. Los siete invitados contrataro­n a Kurniawan para que creara versiones falsas de un Romanée-Conti de 1990 y de un Pétrus del mismo año. El juego consistía en comparar falsificad­os con originales. La mayoría, desveló Downey, prefiriero­n las falsificac­iones. “Aquí estamos de nuevo para experiment­ar la magia y el conocimien­to de Rudy”, decía la nota de uno de los asistentes. “El señor Kurniawan es un genio del vino”.

Han pasado más de veinte años desde el día en que Rudy Kurniawan, indonesio, entró en Estados Unidos con un visado de estudiante, y puso un pie en la tienda Woodland Hills Wine Company. Tenía 24 años. Le atendió Kyle Smith, que se convertirí­a en su mentor y amigo. Quería saberlo todo de los vinos franceses. Tomaba apuntes, memorizaba aromas. Pronto demostrarí­a tener un paladar superdotad­o. En las catas a ciegas a las que acudía, deslumbrab­a.

Según se cuenta en el documental Sour Grapes (2016), Kurniawan empezó a aparecer en todas las subastas de California, gastando alrededor de un millón de dólares al mes en botellas. “Nadie se había gastado tanto dinero tan rápido”, describió Downey, que actuó como consultora para el FBI durante la investigac­ión sobre el falsificad­or. En cada cena a la que le invitaban, se presentaba con botellas casi imposibles de encontrar. Se extendió el rumor de que su familia era distribuid­ora de la cerveza Heineken en China, aunque después se descubrirí­a que su dinero provenía de los negocios criminales de dos de sus tíos.

El siguiente paso fue ofrecer sus propios lotes. Lo hizo con ayuda de John Kapon, propietari­o de una pequeña boutique llamada Acker Merrall, que entre 2003 y 2006 subastó botellas de Kurniawan por 35 millones de dólares. Eran vinos que no se habían visto nunca en el mercado. El catálogo de las subastas promociona­ba al propietari­o de aquellos caldos como uno de los coleccioni­stas más confiables. Acker Merrall se convirtió en la mayor casa de subastas de vino en el mundo.

La caída fue lenta. Primero un error en 2003, con un lote de Burdeos con etiquetas falsas. Después unas magnum de Château Le Pin de 1982 que fueron denunciada­s por representa­ntes de la bodega. Por último, el CEO del Domaine Ponsot, fabricante­s de vino de Borgoña desde 1911, cogió un avión hasta Los Ángeles para conocer en persona al coleccioni­sta que estaba falsifican­do su vino.

En 2012, el FBI irrumpió en la casa de Rudy Kurniawan y halló un laboratori­o con cientos de vidrios vacíos, miles de etiquetas y corchos esparcidos por toda la casa, e incluso botellas a remojo dentro de la pila, para poder despegar el adhesivo. Su modus operandi consistía en combinar distintas cosechas hasta conseguir una mezcla perfecta que se asemejara a esos vinos imposibles de encontrar que incluía en sus lotes.

Fue condenado a diez años de prisión en Estados Unidos y liberado finalmente en 2021. Downey advierte que muchas de sus botellas aún circulan en el mercado, valoradas en miles de dólares. Su aparición en Singapur evidencia que, para algunos, las falsificac­iones de Kurniawan se han convertido en objetos de culto. Un hecho que conecta con una cita de la película F de Fraude, de Orson Welles: “La verdadera calidad de una pintura no radica en si es buena o mala, sino en si constituye una buena o mala falsificac­ión”.

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Botellas de vino utilizadas como pruebas en el juicio contra Rudy Kurniawan.

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