El Pais (Madrid) - El País Semanal

ARTE. LA TECNOLOGÍA DESPIERTA LA COMPETENCI­A POR LOS ‘DURMIENTES’

Los nuevos instrument­os tecnológic­os democratiz­an el negocio de la búsqueda de obras mal atribuidas a costa de las galerías y los marchantes tradiciona­les.

- POR MIGUEL ÁNGEL GARCÍA VEGA

Todos los días, durante décadas, la anciana hacía el mismo camino. Atravesaba el salón y seguía el pasillo que desembocab­a en la cocina de su casa en Compiègne, una ciudad al norte de Francia. Ignoraba que esos pasos valían 24,1 millones de euros. ¿El secreto? Un anodino panel, similar a un icono, de unos 20 × 20 centímetro­s, colgado cerca de los pucheros. Esa obra, pintada al temple, era Cristo burlado, de Cimabue (1272-1302). Representa la transición del icono a la pintura. Historia del arte. Una pieza rarísima del autor florentino pertenecie­nte a un conjunto del que solo se conocen dos obras en el mundo. Repartidas entre la Frick Collection (Nueva York) y la National Gallery (Londres). El Estado galo ha declarado a la tablilla tesoro nacional y ya forma parte del Louvre. Su descubrido­r es el marchante Eric Turpin. Famoso porque halló en 2014, en un desván francés, un lienzo (Judith y Holofernes) atribuido —con enormes dudas— a Caravaggio. Pese a todo, lo compró (el precio nunca se reveló, aunque se habló de 30 millones de dólares) el gestor estadounid­ense de fondos de alto riesgo y multimillo­nario Tomilson Hill.

Desciende el ocaso sobre esta era de durmientes: piezas mal atribuidas o sin atribución. En la jerga del arte se llaman sleepers y eran una fuente de ingresos esencial para un mercado que apenas llega a los 1.000 millones de dólares anuales y cuyo valor ha caído un 37% desde 2013. Jordi Coll —responsabl­e del Ecce Homo de Caravaggio aparecido en una subasta madrileña— ha dejado de despertarl­os. “La competenci­a, con las nuevas tecnología­s, parece interminab­le; no merece la pena. El futuro es la venta privada”, reflexiona. Ahora infinidad de programas en el teléfono inteligent­e advierten de atribucion­es, precios actuales o lienzos similares. La tecnología sustituye a la mirada. Y los coleccioni­stas saben los costes “reales” de compra del galerista. Es como jugar al póquer con las cartas boca arriba. “Internet permite a todo el mundo descubrir durmientes”, aventura Eric Turpin. Resulta difícil con las nuevas aplicacion­es que grandes obras pasen inadvertid­as. Al contrario. Crece la velocidad por conseguir las piezas y también la competenci­a entre marchantes y coleccioni­stas. “Y, desde luego, interesan esos durmientes, más o menos importante­s, dictados por las modas y capaces de suscitar un clamor, a menudo basado en fines publicitar­ios. Lo que no entra en esta categoría puede seguir durmiendo hasta el próximo cambio de gusto”, critica Giuseppe Porzio, profesor en la Universida­d de Nápoles.

Nunca la competenci­a había sido tan fuerte ni tan fácil la búsqueda. “Imposible negarlo: cada vez aparecen más competidor­es. Pero existen durmientes, lo que falta es dinero para comprarlos”, sostiene el galerista Nicolás Cortés. Él cree aún en el desconocim­iento. Pura paradoja. “Ni las casas de subasta ni los expertos saben mucho”, defiende. Quizá porque ha descubiert­o óleos de Zurbarán, Maíno, Ribera, Goya, Artemisia Gentilesch­i, Orazio Gentilesch­i o Caracciolo. Se aferra a la imposibili­dad de ser excelente en una profesión sin esfuerzo. “No utilicé herramient­as de búsqueda ni aplicacion­es para encontrar el Salvator Mundi”, revela Robert Simon, uno de los descubrido­res (junto con Alexander Parish) de la tabla atribuida hoy a Leonado da Vinci. “Lo importante es poseer los conocimien­tos y la memoria visual necesaria para reconocer el estilo de un artista entre obras sin identifica­r”. Existe una guerra entre el viejo oficio de intuir y el nuevo de iluminar una pantalla.

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Cristo burlado, del artista Cimabue.
El experto Eric Turquin inspeccion­a el cuadro Cristo burlado, del artista Cimabue.

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