El Pais (Madrid) - El País Semanal

BORDAR ES FLOTAR

Loly Ghirardi luchó años por ser madre. No pudo. El empeño la dejó exhausta, pero aprendió a dar puntadas contra la angustia. Cosió la pena. Como Srta. Lylo introduce a miles de seguidores al balsámico poder de la aguja, el hilo y el dedal.

- POR KARELIA VÁZQUEZ FOTOGRAFÍA DE ANNA HUIX

Bordar es liberador y subversivo. Lo saben las mujeres desde los siglos XVI y XVII, pero Loly Ghirardi (Srta. Lylo en Instagram, con 109.000 seguidores) lo descubrió a los 35 años, mientras intentaba sortear con todo tipo de trampas las esperas de un larguísimo proceso de reproducci­ón asistida que incluyó tres tratamient­os de ovodonació­n y otros tres de fecundació­n in vitro, 34 ecografías, 12 test de embarazo, 24 inyeccione­s de estimulaci­ón ovárica, 38 horas de terapia, un embarazo ectópico, una extirpació­n de trompa y tres abortos espontáneo­s. Doce años de angustia y frustració­n.

Para aliviar la ansiedad que le generaban sus intentos de ser madre, Ghirardi (Buenos Aires, 1975) se apuntaba a todo: patinaje, aprender a tocar el ukelele, ganchillo…, pero solo bordando su cabeza y su cuerpo consiguier­on ser libres, al menos durante los momentos en que sus dos manos danzaban de puntada en puntada y su cabeza ocupada no iba más allá del diseño que debía rellenar en un lienzo tensado en un bastidor.

Digámoslo cuanto antes: Diario de una bordadora (Lumen 2023), el libro que cuenta la historia de Loly Ghirardi, no es una fábula de superación personal, no hay moralina ni sublimació­n del trabajo manual, no se emiten moralejas desde ninguna atalaya ética: “Odio los mensajes Mr. Wonderful”, avisa. Ghirardi es una mujer con una herida que la acompaña siempre y prefiere hablar de “rescate”. Cuando decidió abandonar los tratamient­os, estaba exhausta y deprimida, como cualquiera que renuncia a un camino vital muy deseado. Bordar la salvó, pero no borró el dolor, simplement­e le mostró otro camino para la satisfacci­ón. Que no es poco. Ella prefiere decir que lo lleva mejor que antes, que no ser madre no es lo único que la define, que se hizo amiga de lo que le pasaba. No lo atravesó ni lo superó. No es una guerrera, en todo caso es una bordadora.

El bordado es poderoso porque se le tiene por dócil e inofensivo. Durante siglos ha sido una labor asociada al amor y al deber, siempre en la periferia de las artes, en el límite entre las tareas domésticas y la artesanía. La historiado­ra británica Rozsika Parker afirmaba en su libro The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine: “La división jerárquica histórica de las artes en bellas artes y artesanía ha sido una fuerza importante en la marginació­n del trabajo de las mujeres”.

Entre hilos y puntadas, las mujeres crearon fuertes vínculos sociales y de colaboraci­ón. Libres de todo sentimient­o de culpa —en definitiva, estaban haciendo sus labores— ganaban tiempo y espacio para ellas, aprendían a leer, pues ya desde los siglos XVI y XVII bordaban a escondidas el abecedario, y de paso se reconocían en sus ataduras y sumisiones.

Pero nada de esto estaba en la cabeza de Loly Ghirardi, diseñadora gráfica de profesión, cuando a los 35 años pasó por un local de Barcelona, donde reside hace más de dos décadas, y unos colores extravagan­tes la pegaron como un imán a la puerta. Dentro había mujeres en silencio, con las manos ocupadas y concentrad­as en hilvanar sus dibujos. Nadie parecía interesado en hacer las preguntas indiscreta­s que parecían interpelar­la en todas partes. ¿Qué edad tienes? ¿Qué esperas? ¿Por qué no tienes hijos? Se te va a pasar el arroz. Que nadie la conociera era un atractivo poderoso para una mujer cansada de responder entre dientes. Entró al local y se apuntó a su primera clase de bordado. “Tenía demasiada ansiedad y el bordado me transporta­ba y me calmaba”, recuerda. A los cinco años era ella quien enseñaba. “Al principio no contaba la verdad, decía que bordaba para mantener las manos ocupadas y escaparme de las pantallas, después empecé a reconcilia­rme con lo que yo era y a contarlo todo, empecé a comprobar que la gente bajaba la guardia y compartía sus historias”. Srta. Lylo no ha sido madre, pero se ha convertido en un fenómeno del bordado, seguida por decenas de miles de personas, con más de 50.000 alumnos, hombres y mujeres, en sus cursos de Domestika.

Para esta sesión de fotos se ha bordado una blusa blanca, lleva el pelo recogido en unas trenzas, las uñas pop art y los labios muy rojos: una identidad que se fue construyen­do en los días más oscuros para hacerle creer a su cerebro que estaba a gusto con su vida. No era así.

“Necesitaba montarme este personaje porque así era como quería sentirme. Pensaba que ese personaje podría rescatarme. Era como decir: ‘Bueno, vamos a pasarlo bien un

rato’. Lo curioso fue que cuando el ánimo cambió mantuvo el look, y en medio de la euforia por las celebracio­nes de su nuevo libro, las trenzas empezaron a soltarse. “Está siendo una liberación, y me estoy amigando con mi pelo”. A las uñas le presta una atención desmesurad­a. “En las clases online las cámaras enfocaban mucho las manos, así que decidí tomármelas en serio”. Muestra sus manos: “Estas son uñas de firmar libros”.

—¿Por qué tardaste tanto en tirar la toalla con la maternidad?

—Porque no tenemos límite. Y luego está el pensamient­o mágico. Oyes historias de gente que lo consiguió cuando ya no lo esperaba y piensas que quizás te va a pasar lo mismo.

Ghirardi cree que el atractivo del bordado en 2024 está vinculado a la búsqueda de bienestar. “La gente quiere hacer cosas que le hagan bien, y luego deciden si están aprendiend­o o no algo útil. Los que nunca han bordado y se apuntan a su primera clase —que dura tres o cuatro horas— se sorprenden: el tiempo vuela. Y, claro, también está el desafío de aprender algo nuevo a cierta edad”.

—¿Y qué enseña el bordado? —Es un máster de paciencia. Es el 80%, la técnica se acaba dominando con el tiempo y la práctica, pero hay que aprender a esperar, olvidarse de tener algo terminado en un solo día. No se puede bordar más de tres horas seguidas. Hay que parar, descansar, hacer otra cosa y luego retomar. Es como una terapia. No vas a llenar el bastidor en una hora, necesitas ocho. No puedes correr. Tienes que hacerte amiga de los pequeños avances.

Dice Srta. Lylo que mientras se borda no se puede hacer nada más. “Nada. Es incompatib­le con la multitarea. Las dos manos están realmente ocupadas. No puedes fumar. No puedes coger el móvil. Y luego está la concentrac­ión, si te desconcent­ras tienes que volver atrás y deshacer lo hecho. A mí no me gusta, prefiero ver dónde me lleva el hilo”. Su puntada preferida es el punto cadeneta —“me parece un buen fondo de armario, aporta textura y me gusta que una misma puntada sirva para hacer contorno y relleno”— y sus consejos para principian­tes, cortos y claros: “Compra hilos de calidad que no destiñan, las cosas tienen que durar. Aprende con telas que no sean elásticas hasta dominar la puntada. No bordes siempre sobre fondo blanco. Y, como en la vida misma, hay que saber parar y poner punto final”.

“El bordado es un máster de paciencia. Hay que aprender a esperar, olvidarse de tener algo terminado en un solo día”

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Bastidor con bordado casi terminado de una serie dedicada a mujeres de espaldas con sombrero. A la derecha, bragas con mensaje. En la página siguiente, Loly Ghirardi, con una blusa bordada por ella.
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 ?? ?? 1 1. Srta. Lylo borda a veces en manteles de su familia.
1 1. Srta. Lylo borda a veces en manteles de su familia.
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3. Cajón de hilos de colores en el taller de Srta. Lylo. 3
 ?? ?? 2 2. Un ramillete de flores representa­do por la artista en un pañuelo.
2 2. Un ramillete de flores representa­do por la artista en un pañuelo.
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