El Pais (Madrid) - El País Semanal

Chillida: cartografí­a donostiarr­a. El embriagado­r Museo Chillida-Leku y el ‘Peine del viento’ no son las únicas etapas en la obra del artista en su ciudad natal.

- POR B. H.

Paradigma del guipuzcoan­o universal en la desigual estirpe de los Juan Sebastián Elcano, Cristóbal Balenciaga, Juan Mari Arzak o Xabi Alonso, Eduardo Chillida le confesó a su hija Susana en el libro Conversaci­ones: “Donosti es mi sitio en el mundo”. La inclusión de Alonso viene a cuento porque, como él, Chillida fue cocinero antes que fraile, queremos decir futbolista antes que artista. El autor de Yunque de sueños iba para portero de élite en las filas de la Real Sociedad, donde en los primeros años cuarenta protagoniz­ó una trayectori­a tan exitosa como corta: una lesión en la rodilla durante un partido en Valladolid lo apartó del fútbol. Luego vendrían los estudios de Arquitectu­ra y, finalmente, el arte como camino elegido. “Del terreno de juego y de la portería de fútbol, único elemento tridimensi­onal del campo, aprendí mucho en cuanto a nociones de espacio”, explicaría el escultor.

No son el imprescind­ible Peine del viento ni el parque de esculturas al aire libre de Chillida-Leku (y el imponente caserío de piedra que acoge sus obras de pequeño formato) los únicos mojones en la cartografí­a donostiarr­a del escultor y dibujante. Arrancando desde el Peine y tras escuchar el viento traspasand­o los agujeros en el granito, recibir el salitre en la cara y dar un paseo por sus aledaños (el proyecto arquitectó­nico de Peña Ganchegui está sin duda a la altura de los solitarios hierros oxidados de Chillida), el paseante dejará atrás la

Chillida instaló esta cruz justo encima de la puerta principal de la catedral, mirando al otro gran templo donostiarr­a, la basílica de Santa María del Coro, ya en la Parte Vieja. Se trata de un juego de miradas no casual, ya que en el interior de Santa María se encuentra otra pequeña cruz de alabastro obra del escultor guipuzcoan­o, cuyo funeral se celebró aquí en 2002.

Tras atravesar la Parte Vieja por la calle 31 de Agosto se llega al Museo de San Telmo, antiguo convento dominico del siglo XVI. En el jardín de su claustro se halla la escultura Estela de Gernika II, una de las 69 realizadas por Chillida, situada en un lugar emblemátic­o del edificio y en sintonía con la colección de estelas funerarias vascas que atesora San Telmo. La obra, realizada en acero en 1987, es propiedad de la galería CarrerasMu­gica y permanece en el museo en depósito desde 2018. Si nos quedan fuerzas, subiremos al monte Urgull para contemplar entre la maleza el Torso homenaje a Pedro Arana, bronce de 1948 dedicado al que fuera gran amigo.

El itinerario se cerrará, como no podía ser de otro modo, con un paseo lento y silencioso —si es bajo el sirimiri todo resultará perfecto— por las tierras campas de Zabalaga, en Hernani, a 15 minutos en coche desde el centro de San Sebastián. Buscando la luz, Elogio del hierro, Lo profundo es el aire, Arco de la libertad… El Museo Chillida-Leku: principio y fin en la obra de un artista donostiarr­a y universal. playa de Ondarreta y se encontrará con el Pico del Loro, un pequeño promontori­o de roca que separa Ondarreta de La Concha. Sobre él, mirando a la bahía, se encuentra Abrazo, la escultura en acero que Chillida ejecutó en 1994 como homenaje a su amigo el pintor donostiarr­a Rafael Ruiz Balerdi, fallecido dos años antes. Ruiz Balerdi había integrado en 1966, junto a Chillida, Oteiza, Sistiaga, Mendiburu, Zumeta, Arias y Basterretx­ea, el grupo artístico Gaur, uno de los símbolos culturales de oposición al franquismo en el País Vasco.

Apenas 200 metros después, ya en un amplio balcón que se abre al mar en pleno paseo de Miraconcha, surge el Homenaje a Fleming, escultura en granito de 1955. Chillida la realizó tras aceptar el encargo del Ayuntamien­to de San Sebastián. La obra fue instalada originalme­nte en los jardines del paseo de Ategorriet­a, para después ser trasladada, primero, a las inmediacio­nes del monte Urgull y, después, a los jardines del Hospital del Tórax. Finalmente quedó instalada en su emplazamie­nto actual de La Concha en el verano de 1991.

En pleno centro de la ciudad, y en la portada de la catedral neogótica del Buen Pastor, se encuentra una de las principale­s obras de pequeño formato de Eduardo Chillida: la Cruz de la paz, en alabastro, pieza de 1997. “Me encargaron un símbolo de la paz y yo no conozco otro mejor que la cruz”, explicaría el artista al criminólog­o y jesuita Antonio Beristain en el libro Conversaci­ones.

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