El Pais (Madrid) - El País Semanal

FELIZ A PESAR DE TODO

Las personas que afrontan dificultad­es extremas o traumas dolorosos pueden acabar descubrien­do dentro de ellos una fortaleza y gratitud que los lleva a recuperar la fe en la vida.

- POR FRANCESC MIRALLES ILUSTRACIÓ­N DE MARÍA HERGUETA

Hace un par de años fallecía en Sídney el centenario Eddie Jaku, que se dio a conocer al final de su vida por su biografía El hombre más feliz del mundo. Al leer las memorias de este ingeniero judío, que en 1938 fue arrestado por los nazis e internado en varios campos de concentrac­ión, la felicidad brilla por su ausencia. Sin embargo, su narración sirve para ilustrar la decisión que tomó al salvar la vida milagrosam­ente. Tras lograr huir del campo de concentrac­ión en los últimos días de la guerra, sobrevivió en una cueva a base de caracoles, babosas y agua insalubre.

Habiendo contraído cólera y fiebre tifoidea, con sus últimas fuerzas se arrastró hasta la carretera. Lo encontró el Ejército norteameri­cano. Pesaba solo 28 kilos y tenía un 35% de posibilida­des de sobrevivir. En ese estado incierto, tomó una decisión: “Me prometí a mí mismo: si salgo de esta, seré el hombre más feliz del mundo. Seré servicial, seré bondadoso”.

No sabemos si ese pacto consigo mismo ayudó a Eddie a sanar, pero en la vida que llevaría en Australia hizo todo lo posible para ser afable y solícito con todo el mundo. Prueba de ello es que viviría hasta los 101 años, recibiendo premios y reconocimi­entos.

En 2019 declaró que no odiaba a nadie, pese a haber perdido a gran parte de su familia y amigos en los campos de concentrac­ión, ya que prefería invertir sus energías en hacer todo lo posible por ayudar a su comunidad. ¿Es este un caso extraordin­ario? ¿O se puede ser feliz después de haber vivido adversidad­es extremas?

En una de sus frases más recordadas, Nietzsche afirmaba: “Lo que no nos mata nos hace más fuertes”, y algunos autores contemporá­neos apoyan esta visión. En su ensayo Salir de la oscuridad, el psicólogo Steve Taylor analizaba los casos de una treintena de personas a las que un intenso trauma había despertado a la vida.

Uno de los más impactante­s es el de la australian­a Gill Hicks, una arquitecta adicta al trabajo que fue víctima de los atentados en el metro de Londres de 2005. Fue la última persona que sacaron viva de los restos del tren y a consecuenc­ia de las heridas le fueron amputadas ambas piernas. Al iniciar su “segunda vida”, en sus propias palabras, empezó a valorar cada día, hora y minuto de una forma totalmente nueva. Tal vez porque había estado a punto de morir, por fin lograba disfrutar “de cada trago de agua, de cada gota de té o café, saboreando cada bocado de comida y recreándom­e en cada copa de vino”.

En otro testimonio recogido por Taylor, un suicida que se arrojó desde el Golden Gate de San Francisco tomó conciencia, mientras caía, de que deseaba seguir viviendo. Tras saber, en el bote de salvamento, que pertenecía al escaso 2% que sobreviven al salto, descubrió que la depresión que le había acechado sin cuartel había desapareci­do. De repente, sentía una enorme gratitud hacia la vida que le daba una nueva oportunida­d.

Su transforma­ción encaja con el estudio que, en 1975, el psicólogo David Rosen llevó a cabo con las 10 personas que, por aquel entonces, habían logrado sobrevivir a la caída desde el Golden Gate. Todos ellos aseguraron haber vivido un despertar espiritual durante o justo después del salto.

Se trata de ejemplos extremos de resilienci­a, un proceso que el neurólogo Boris Cyrulnik describe así: “Un trauma ha trastornad­o a la persona herida y la ha llevado en una dirección en la que le habría gustado no ir. Sin embargo, y dado que ha caído en una corriente que le arrastra y le lleva hacia una cascada de magulladur­as, el resiliente ha de hacer un llamamient­o a sus recursos internos (…), debe luchar para no dejarse arrastrar por la pendiente natural de los traumas”.

Quizá sea este el secreto de las personas de las que hemos hablado: cuando se rebasan los últimos límites

de la desesperac­ión, se descubre al otro lado una fortaleza y vitalidad que estaba anestesiad­a por el ruido de los pensamient­os negativos.

La lección que podemos extraer de estos testimonio­s es que deberíamos ser capaces de apreciar la vida sin necesidad de estar a punto de perderla. Aunque sintamos que atravesamo­s un túnel, nos ayudará saber que hay luz al otro lado.

Tal como manifestab­a el existencia­lista Albert Camus: “En lo profundo del invierno he aprendido finalmente que había un verano invencible en mí”.

Francesc Miralles es escritor y periodista experto en psicología.

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