El Pais (Madrid) - El País Semanal

URBANISMO. ¡QUITE ESE RASCACIELO­S DE MI VISTA!

La construcci­ón de un nuevo coloso delante del mítico Empire State, tapando su visión, abre el debate sobre una regulación del skyline de Manhattan.

- POR USE LAHOZ

De todas las definicion­es de la palabra rascacielo­s, una bastante brillante se encuentra en el libro y podcast La ciudad invisible, de Roman Mars y Kurt Kohlstedt: “Máquina diseñada para convertir la tierra en dinero”. Las ciudades empezaron a crecer hacia arriba por una cuestión económica. Hizo falta mucha tecnología para llegar tan alto y tuvimos suerte de que el señor Elisha Otis diera con la solución en 1854 e inventara el ascensor seguro. La carrera que se inició entonces en Chicago aún no ha terminado.

El crítico de arquitectu­ra de The New York Times Michael Kimmelman publicó en octubre un exhaustivo artículo titulado ‘Cuando el rascacielo­s que odias bloquea el rascacielo­s que amas’. Hablaba del Empire State Building, prodigiosa y colosal torre que fue acogida por los neoyorquin­os con enorme cariño por ser en 1931 el edificio más alto del mundo y símbolo de la superación de la Gran Depresión, que además mezclaba oficinista­s y trabajador­es de la confección con banqueros y comerciant­es de diamantes. Hasta hace poco, cuando se dejaba atrás el edificio Flatiron y se entraba en Madison Square Park, cerca de la Quinta Avenida se vislumbrab­a el perfil hipnótico del Empire State y toda la memoria visual se ponía en marcha. Sin embargo, cuando hoy enfilas la salida noroeste de la plaza se ve un rascacielo­s insulso que impide apreciar el Empire State. Dice Kimmelman: “Los que en 1931 gastaban un dólar podían visitar el mirador y contemplar Nueva York como un dios. Como el puente de Brooklyn en el siglo XIX, el Empire State convirtió la estratosfe­ra de la ciudad en una plaza pública, y el horizonte en un recurso que los neoyorquin­os sentían que compartían”. Y lamenta que hoy el precio sea de 72 dólares para tener delante una nueva torre de lujo de 262 metros. ¿Es este nuevo rascacielo­s símbolo de progreso? ¿Debe Nueva York regular su horizonte?

Miriam Berman, conservaci­onista y autora del libro Madison Square: The Park and Its Celebrated Landmarks además de guía profesiona­l, solía invitar a los visitantes a prestar atención al diálogo visual que durante años han mantenido la proa del Flatiron con la musculatur­a del Empire State a través de la Quinta Avenida. A su juicio, “la conservaci­ón de una línea de visión meritoria es tan importante como la de un monumento histórico emblemátic­o”.

El Empire State se desdibuja. “Otra anoréxica supertalla para millonario­s, que se eleva en la calle 29, lo oculta”, dice Kimmelman, y ante esa ausencia uno rememora la época en que salía del metro y miraba al cielo y se orientaba gracias a los rascacielo­s icónicos, e incluso recuerda las Torres Gemelas de Minoru Yamasaki, que sufría de acrofobia, la fobia a las alturas.

El irreconoci­ble horizonte de Nueva York está siendo, continúa Kimmelman, “ocupado por apartament­os de multimillo­narios, y ha pasado a simbolizar cada vez más la creciente diferencia de ingresos de la ciudad y el disparado coste de la vivienda”. En el transcurso de su investigac­ión, ha sabido que el edificio delgado como un lápiz (en el 262 de la Quinta Avenida) que estropea las vistas del Empire State está diseñado por la empresa rusa Meganom, va a tener 56 pisos y, según la agencia Crain’s, contendrá solo ¡26 apartament­os!

Cuando desde la planta 28ª afortunada­mente vuelve a verse el Empire en todo su esplendor, uno recuerda a Fran Lebowitz hablando de los rascacielo­s de su ciudad en Pretend it’s a City; “Lo increíble del Chrysler son los detalles y su belleza. Creo que ahora está en venta, y no es que vaya a comprarlo, pero para mí tiene el tamaño perfecto para ser la casa de una sola persona”.

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El nuevo rascacielo­s en el 262 de la Quinta Avenida resta visibilida­d al Empire State.

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