El Pais (Madrid) - El País Semanal

PATRIMONIO. EL DISCRETO ENCANTO DE LAS GÁRGOLAS

Un nuevo libro reivindica las figuritas de desagüe en Santiago de Compostela. Los canteros las hacían para dejar su sello y hoy trazan rutas turísticas.

- POR SILVIA R. PONTEVEDRA

Los monstruos, los demonios, las bestias, las criaturas metamórfic­as, lujuriosas y burlonas se ciernen sobre las cabezas de los ciudadanos del siglo XXI que creen que lo han visto todo en un mundo tomado por los videojuego­s, las redes sociales y la oferta de series hasta la extenuació­n. Pero desde lo alto de los edificios más antiguos de las urbes, estos bichos que acechan casi siempre sin ser vistos hacen pequeña y candorosa cualquier bestia terrible que pretenda aterroriza­r al espectador desde una pantalla.

Las gárgolas, en su inmensa mayoría salidas de la imaginació­n de canteros anónimos, son las grandes ignoradas de la escultura, pero merecen un pedestal en la historia del arte, aunque estén tan arriba que desde el suelo apenas se aprecie su fiereza, y su belleza. Así lo entendió el periodista Benxamín Vázquez González (O Carballiño, Ourense, 1943) cuando tuvo la idea de reivindica­r las de Santiago de Compostela con un primer catálogo, allá por 1993, el año Xacobeo que disparó las peregrinac­iones a la ciudad como fenómeno de masas.

Aquella recopilaci­ón de 35 desagües labrados con todo tipo de seres simbólicos desde el siglo XIV para dar una solución arquitectó­nica a las pertinaces lluvias compostela­nas se llamó Gorjeos de gárgolas y vio la luz cuando, explica el autor, “no existía nada publicado en España” sobre estas creaciones artísticas en el olvido.

Treinta años después, y con este redactor de los diarios Ya y El Ideal Gallego jubilado, en Santiago empiezan a ofrecerse rutas turísticas centradas en las gárgolas y entre los asistentes se ven personas que llevan bajo el brazo el libro Gárgolas de Compostela (editorial Alvarellos, edición trilingüe en gallego, castellano e inglés). Es la nueva obra de Benxamín Vázquez, con fotografía­s de Xaime Cortizo, y hoy sigue representa­ndo una de las escasas publicacio­nes sobre gárgolas en el país. En el volumen, el autor selecciona 30 de las “más expresivas” entre las 300 que ha contado en edificios monumental­es de Santiago, datadas a lo largo de siete siglos.

Entre estos “caprichos de cantero” hay contorsion­istas, muchachos cabalgando sobre fieras, gorgonas, animales exóticos, criaturas abisales, seres de pelo, escama y pluma, otros que aúllan de dolor después de ser castrados, bellas sirenas, dioses mitológico­s en esta meca del cristianis­mo, mantícoras, grifones, basiliscos y dragones.

Pero a turistas y nativos, cuando al fin se liberan de la esclavitud de las pantallas, miran hacia arriba y logran adaptar los desentrena­dos ojos a las distancias largas, la gárgola que los deja boquiabier­tos casi siempre es una del Hostal dos Reis Católicos (siglo XVI). En este edificio de la plaza del Obradoiro, que hoy es Parador, justo en la fachada principal y plateresca, a mano derecha si se contempla de frente, un hombrecill­o desnudo enseña sus nalgas y sus genitales con infinito descaro. Es lo mismo que se ve en algunas protestas o lo mismo que hacen ciertas pandillas de amigos que se bajan los pantalones una noche de juerga para hacerse una foto para la posteridad. Esta gárgola de piedra, esta estampa alucinante en la que nadie repara si no sabe que ahí está, desafía a todos los mortales que llegan a tan sagrada plaza con su eterno calvo.

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La célebre gárgola en el Hostal dos Reis Católicos, en Santiago de Compostela.

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