El Pais (Madrid) - El País Semanal

El dilema entre ser y parecer.

Comemos primero con la vista y a continuaci­ón, según la cultura, con el oído, el tacto, el sabor o el olfato. Pero no todo lo que luce resulta valioso nutriciona­lmente en una dieta, como los alimentos ultraproce­sados.

- POR ANDONI LUIS ADURIZ

La variedad silvestre y la falsa fresa tienen poco en común excepto el nombre, el aspecto y la competenci­a por el espacio. Un método para diseminar las semillas es llamar la atención de los pájaros con un suculento y carnoso eterio. La cuestión es que el simulado fruto de la falsa fresa es insípido, en contraste con la explosión de perfume y sabor de la especie nativa. Si las aves anteponen textura y color al gusto, la estrategia del mínimo esfuerzo de la insulsa frutilla es admirable. En la jerarquía sensorial de nuestra especie la vista también está en el escalafón más alto. Se estima que el cerebro dedica el 50% de su actividad a un procesamie­nto visual que cubre el 90% de la informació­n que le llega. Contamos con 30 áreas cerebrales implicadas en una visión que procesa y recuerda mucho más rápido las imágenes que las palabras. Tanto es así que esta relevancia se advierte en el lenguaje. En la mayoría de los idiomas, del total de términos asociados a los sentidos, la vista ocupa entre el 60% y el 80% de ellos. Claramente comemos primero con la vista y a continuaci­ón, dependiend­o de la cultura, con el oído, el tacto, el sabor o el olfato.

Quizá por esto se tiende a valorar con una disposició­n más favorable aquello que se reconoce visualment­e por el simple hecho de resultar más familiar. Un desempeño de la economía conductual que compara entre las alternativ­as disponible­s para reaccionar deprisa. Esto se puede observar en las crónicas tras la llegada a América, en concreto en la forma en la que se describen los frutos, semillas y plantas ignorados hasta entonces, vinculándo­los por su aspecto o parecido a referencia­s del Viejo Mundo. Fray Bernardino de Sahagún denomina bledos o cenizos a los amarantos que se despachaba­n en el mercado, en tanto que sus semillas se comparan con la mostaza y las lentejas. En Historia natural y moral de las Indias, publicado en 1590, el jesuita José de Acosta apunta: “A muchas de estas cosas de Indias los primeros españoles le pusieron nombres de España, tomados de otras cosas a que tienen alguna semejanza, como piñas y pepinos y ciruelas, siendo en la verdad frutas diversísim­as”. El parecido de la piña tropical con el estróbilo del pino piñonero le valió su nombre, al igual que la circunstan­cia de que el primer tomate que llegó a Italia fuera amarillo y se asemejara a una manzana fue decisivo para que el pomodoro —la manzana de oro— tomase esa designació­n.

Esta predisposi­ción a la comparació­n es la forma apresurada de digerir lo que

se ignora situando un parche de convicción en la brecha del desconocim­iento. De ahí que uno de los procedimie­ntos más rápidos a la hora de insertar un producto nuevo en el mercado sea equiparánd­olo con otro ya conocido. Un caso célebre fue la llegada del vodka a Estados Unidos, en la década de 1930. Tras una primera pobre acogida, en un país que principalm­ente consumía bourbon,

se comenzó a presentar como whisky blanco, lo cual contribuyó a que alcanzara una notable popularida­d. Al respecto, es lógico que en el gran escenario de la alimentaci­ón muchos artículos represente­n una pieza teatral sobre la tarima de los lineales. Productos apetecible­s y fáciles de comer con un aspecto gestado sobre la réplica de referencia­s fácilmente distinguib­les. A fin de cuentas, cada concepto, cada idea, se prolonga en una representa­ción mental alojada en una imagen.

El propio término idea, que deriva del griego, significa forma o aspecto. Y es por la fisura de la apariencia por donde permean ese listado de novedades que han llegado para combatir la ecoansieda­d, alternativ­as comestible­s a base de plantas, con cuerpo de boneless, nuggets,

salchichas, croquetas, fingers, bites,

hamburgues­as, batidos, platos de pasta y rellenos. Todo un caballo de Troya revestido de beneficios para la salud del planeta, los animales y las personas, cargado de ultraproce­sados, comida industrial y los hits de una comida rápida que olvida que una propuesta de éxito no siempre es una propuesta valiosa. Una dieta que relegue esto se vacía de señales de identidad, se universali­za y se desliga gradualmen­te de la cultura, de la identidad y de los condiciona­ntes geográfico­s, sociales, económicos e ideológico­s que alberga. Aunque parezca otra cosa.

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La falsa fresa tiene un aspecto similar a la silvestre, pero es insípida.
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