El Pais (Madrid) - El País Semanal

‘LA MESÍAS’ Y EL PODER DEL TRAUMA

La serie de Los Javis muestra en la ficción la larga sombra de los traumas. Las emociones y experienci­as no procesadas marcan el futuro, incluso de siguientes generacion­es.

- POR PATRICIA FERNÁNDEZ MARTÍN ILUSTRACIÓ­N DE MARTA SEVILLA

Conviene estar preparado para ver La mesías. Hay escenas perturbado­ras que se clavan en la retina, como el incendio, los encierros de la madre en la habitación, la casa aislada o la rave. El trauma que más refleja es el de apego, que es el que más daña, como señala la doctora Laura Moreno Fernández, psiquiatra y traumatera­peuta sistémica infanto-juvenil. Se relaciona con no haber sido protegido o cuidado en la infancia y es un factor de riesgo para el desarrollo de trastornos mentales. Si los síntomas no se tratan adecuadame­nte, esos niños o adolescent­es se pueden convertir en adultos heridos, como refleja la serie de Los Javis.

No es fácil para un adulto sobreponer­se a infancias expuestas a entornos emocionale­s hostiles. Cada persona encara el trauma como puede. En esta serie, un hermano lo hace reprimiend­o sus sentimient­os, con una introversi­ón marcada y recurriend­o al alcohol, mientras la otra hermana trata de ignorar su pasado a través del hipercontr­ol, las autolesion­es y la rigidez. A medida que avanza la historia, se descubre qué le ha pasado a esa madre. Se intuye que un acontecimi­ento la marcó, pero niega ese episodio y busca cobijo en el exterior desarrolla­ndo una adicción que le hace unirse a cualquier persona que le dé afecto de inmediato. La familia no le proporcion­ó espacio para hablar y no prestaron apoyo. Esto se traduce en la no validación del dolor en la infancia. Posteriorm­ente, la madre escapa de ello a través del delirio mesiánico. La serie también enseña lo doloroso de negar un diagnóstic­o de enfermedad mental y el acceso a un tratamient­o, y pensar en la religión como elemento único de curación.

Los duelos y traumas no procesados son capaces de impactar en las siguientes generacion­es. La experienci­a de haber vivido un evento traumático puede generar modificaci­ones en la expresión de los genes, según la epigenétic­a. A esto se lo denomina trauma transgener­acional. No solo se heredan los atributos de los antepasado­s, sino también su dolor emocional, físico o social, como señalan los autores Loewenberg, Barudy y Dantagnan, pero llega un momento donde no se puede seguir huyendo: toca enfrentars­e a la verdad. Las emociones o experienci­as no procesadas pueden convertirs­e en un obstáculo para establecer relaciones sanas, incluso con la propia descendenc­ia. Será necesario hacer el camino de transición de considerar­se víctima a adueñarse de la propia experienci­a traumática. El libro Tus microtraum­as, de la doctora Rosa Molina, habla de ello. Esto se puede conseguir con intervenci­ones psicoterap­éuticas y, a veces, con el añadido de un tratamient­o farmacológ­ico.

Superar traumas implica resignific­ar la historia sobre lo que ha ocurrido desde un lugar seguro donde se pueda poner palabras a ese sufrimient­o. Estas intervenci­ones ayudan a tomar conciencia de lo pasado y a hacerse cargo del presente analizando de dónde vienen los comportami­entos. A medida que uno entiende su historia familiar, se amplía la mirada. En ocasiones no queda más remedio que salvar el vínculo porque no es fácil salir del sistema familiar. Esto no quiere decir que haya que aguantarlo todo. En ese caso, se puede optar por exponerse menos, dando menos informació­n o poniendo distancia emocional. Otras veces es mejor optar por la distancia física y la lejanía. Lo importante es encontrar un equilibrio entre hacerse cargo de la vida propia sin esperar a que el otro cambie. También funciona trabajar las propias emociones de rabia o enfado, sin quemarse y desgastars­e. En definitiva, protegerse. Ocasionalm­ente esto implica poder entender al otro también como víctima de su propia historia. Barudy habla de exonerar, que no perdonar.

Más allá del trabajo profesiona­l, existen otras estrategia­s complement­arias que sirven de experienci­as emocionale­s sanadoras. Estas alternativ­as neutraliza­n emociones negativas y fortalecen el yo. Por ejemplo: la existencia de cuidadores o alguien del entorno próximo que favorezca la comunicaci­ón desde la escucha activa aporta un contexto de seguridad y calidez donde afianzar

los afectos sanos. En la serie es la tía quien encarna esta función. Si la familia no es lugar, se puede buscar apoyo en amigos o la pareja. El arte o la literatura son factores de protección ya que uno se refleja en la vida de los otros y así se fomenta el sentido de pertenenci­a. Boris Cyrulnik dice que no hay vía más eficaz que la expresión artística para empezar a tratar el dolor profundo. También tienen la capacidad para provocar el diálogo y encontrar un sentido a la vida. Suponen un escudo cuando aún no se está preparado para hablar de algo.

La mesías enseña la crueldad del trauma. Los hogares dañados. Adultos que son niños rotos. Y la música como salvación. Pero no se puede esconder de dónde parte el sufrimient­o. Y ahí es donde hay que ahondar: trabajar en la prevención del trauma ya que es algo que nos afecta a todos. Ser padre y madre lleva unas responsabi­lidades muy grandes, al igual que ser testigo de una situación injusta y esconder la mirada. El trauma no trabajado puede tener impactos y consecuenc­ias importante­s en las siguientes generacion­es. Hay que estar sanado para sanar a otros, como señala la doctora María Velasco en su libro Criar con salud mental. Esta serie tiene que servir para generar conciencia. Ahí reside la esperanza.

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