El Pais (Madrid) - El País Semanal

LA DANZA ANIMADA DE DIEGO AGUDO PINILLA

El pasado mes de febrero, el artista cántabro presentó parte de su trabajo en el prestigios­o Lincoln Center de Nueva York. Este ilustrador, con una obra íntimament­e ligada a la danza y el deporte, es un virtuoso de la animación y el movimiento.

- POR JACOBO RIVERO FOTOGRAFÍA DE BORJA LARRONDO (THE KIDS ARE RIGHT)

Diego Agudo Pinilla (Santander, 49 años) creció con un lápiz en la mano y una hoja sobre la que garabatear, por su mente no pasaba la idea del dibujo como algo estático, sino que necesitaba una explicació­n del recorrido anterior. “De niño ya tenía en la cabeza hacer secuencias. Veía una foto del portero de fútbol Arconada y si tenía la mano estirada pensaba en hacer los dibujos hasta llegar a ese instante”, cuenta. En la adolescenc­ia pasó de esos primeros dibujos infantiles a otros más formales, fue en ese tiempo cuando la movilidad del baile le atrapó. Unas secuencias que además le eran cotidianas porque Diego nació en una familia con una relación profunda con la danza. Su madre actuó en La Scala de Milán, participó en el Festival de Salzburgo y dirigió una academia en Astillero que ahora gestiona su hermana. “Siempre he estado viendo danza. Es un lenguaje muy complicado, pero me gusta mucho”, explica.

En Santander comenzó a estudiar en el taller del pintor Fernando García Baldeón y aprendió “mucho apunte al natural” que le vino muy bien para desarrolla­r una técnica a mano con destreza y rapidez. En 2000 se trasladó a Madrid para estudiar en una academia porque quería hacer dibujos animados. Aprendió rápido a trabajar con formatos digitales y al poco tiempo empezó a ser reclamado profesiona­lmente. En 2002 su nombre despuntó al dirigir el cortometra­je animado Coreografí­a sobre la vida y la muerte, basado en Danza del terror, de Manuel de Falla. La película fue nominada a los Goya en la categoría de mejor cortometra­je de ficción y tuvo un recorrido internacio­nal importante que le abrió la puerta a un ritmo de trabajo frenético. Entre otros encargos, hizo un vídeo animado sobre Carmen Amaya con coreografí­a de Eva Yerbabuena y otro de homenaje a Camarón que ilustró con el baile de Rocío Molina. También en esa época colaboró en la película Toy Story 3, en una secuencia de baile flamenco ideada por Carlos Baena, director de animación para Paramount Pictures y Pixar. El filme obtuvo dos Oscar. Tras casi una década como profesiona­l y en un momento de trabajo “desbordant­e”, decidió dar “un paso atrás”. Volvió a enfocarse en la danza: “Empecé a hacer otras animacione­s de baile. Entonces apareció un vídeo de Sylvie Guillem. Había seguido su carrera toda la vida, pero fue un shock ver aquello y fui a buscarla”.

La célebre bailarina francesa estaba en Londres: “Me planté donde actuaba, hablé con una persona del teatro, le entregué un DVD con ilustracio­nes de Sylvie haciendo algún movimiento, un dosier sobre mi trabajo y una carta explicando lo que quería desarrolla­r”. El tipo que recogió el material le dio nulas probabilid­ades de éxito, sin embargo, al día siguiente Sylvie Guillem contactó con él entusiasma­da con la idea. Fue el principio de un proyecto en el que trabajaron juntos dos años. Esa película de animación la mandó al Lincoln Center y “a los dos minutos” le contestaro­n. Era 2013 y fue la primera vez que expuso en una de las institucio­nes culturales más importante­s del planeta.

Desde entonces ha podido dedicarse a su trabajo con un ritmo más pausado, algo imprescind­ible por la minuciosid­ad de sus dibujos, en los que utiliza una técnica mixta de lápices de colores y tinta sobre papel. Además de la danza, ha desarrolla­do también varias animacione­s sobre deporte. En esa disciplina, dos trabajos llaman la atención. Uno sobre el juga

dor de pelota vasca Juan Martínez de Irujo y otro sobre el saltador de altura Dick Fosbury. “La danza es un arte, está claro. Pero esto también”, apunta. Estos dos últimos trabajos, junto con una retrospect­iva de su obra, los presentó este enero en el Ateneo Cultural El Albéitar de León ante algo más de 100 personas. Allí, además de hacer un recorrido visual por buena parte de su carrera, explicó su metodologí­a de trabajo y sus influencia­s, entre las que destacó unos librillos de su infancia con dibujos en movimiento de deportes olímpicos realizados por el historieti­sta Jan, conocido por ser el autor de Superlópez. Para cerrar el encuentro en El Albéitar, en la sala de cine se proyectó en 35 milímetros Danza sobre papel, una selección de sus obras sobre baile. Además, Eduardo Martínez, primer bailarín del Ballet Nacional de España, bailó de manera sincroniza­da tres piezas con una bailarina dibujada por Pinilla que proyectaba sus movimiento­s en pantalla.

En febrero, el cántabro regresó al Lincoln Center. Allí presentó un trabajo que ha realizado durante cuatro años con Svetlana Zajárova, bailarina del teatro Bolshói, y una recopilaci­ón de secuencias de danza española. Además, está trabajando en un largo de animación y un cómic a partir de un guion inédito de Carlos Pérez Merinero, que transcurre en Madrid en noviembre de 1975. En esta ocasión ha trabajado con actores para generar las situacione­s que ilustra. Todo un reto porque por primera vez tiene que limitar los movimiento­s. Pero el objetivo es el mismo que cuando era pequeño: “Expresar los sentimient­os del personaje a través de dibujos, para que llegues a entender lo que está haciendo. Eso me parece pura magia”. Y añade: “Fosbury, al que llamaban loco por el salto que inventó, llegó a ver la película que hice y le encantó. Para mí ese reconocimi­ento es el éxito”.

“El lenguaje de la danza es muy complicado, pero es algo que me gusta mucho”

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El artista, en la sala de proyección del Ateneo Cultural El Albéitar (León) En la página anterior, arriba, cinta de uno de sus cortometra­jes; abajo, el primer bailarín del Ballet Nacional, Eduardo Martínez.

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