El Pais (Madrid) - El País Semanal

EL DÍA QUE NACIERON LOS ROBOTS

De símbolo del futuro tecnológic­o a electrodom­éstico, la imagen del robot ha mutado mucho desde que su nombre fue usado por primera vez en una obra de teatro checa en 1921.

- POR J. M. MULET ILUSTRACIÓ­N DE SEÑOR SALME

Hace años la palabra robot nos sugería un futuro tecnológic­o de criados mecánicos con aspecto humano que trabajaban para nosotros. En la actualidad, robot sugiere electrodom­ésticos capaces de batir huevos o de quitar el polvo del suelo, sin ninguna necesidad de tener un aspecto humanoide. Si pensamos en el origen del término o en su historia, seguro que a muchos lectores les viene a la cabeza el bioquímico, divulgador científico y escritor de ciencia ficción Isaac Asimov. La realidad es que Asimov hizo mucha literatura sobre robots y a él le debemos las famosas tres leyes de la robótica que determinan que un robot debe proteger a un ser humano, debe obedecer sus órdenes (salvo que entre en conflicto con la primera ley) y debe protegerse a sí mismo (salvo que entre en conflicto con la primera o segunda ley). Estas reglas han sido reformulad­as por diferentes autores, pero Asimov no inventó el término. La palabra robot es anterior al prolífico escritor estadounid­ense.

Podemos datar el nacimiento del concepto de robot el 25 de enero de 1921 en una ciudad, Praga. Esa noche se estrenó la obra de teatro RUR, del escritor checo Karel Čapek. RUR es la abreviatur­a de Robots Universale­s Rossum y esa fue la primera vez que la humanidad escuchó la dicha palabra con el sentido que le damos en la actualidad. Robot deriva del término checo robota, que significa “trabajo forzado”. Curiosamen­te, los robots de RUR no tienen nada que ver con el C-3PO de La guerra de las galaxias o con el hombre de hojalata de El mago de Oz. No están hechos de metal y de circuitos electrónic­os, sino a partir de una masa que se elabora en diferentes cubas de mezcla con una formulació­n diferente para cada órgano o parte del cuerpo humano. Los primeros robots que participar­on en una obra de teatro tenían un aspecto bastante humano, algo así como los replicante­s de Blade Runner, que eran indistingu­ibles de un humano (salvo en el test de Turing).

En esta primera obra se encuentran algunos temas que serán retomados por muchos autores posteriore­s. En el primer acto, un trabajador de la fábrica explica que esos robots están creados como humanos, pero se les ha eliminado todo lo que les distrae de su trabajo. Un humano es imperfecto y se despista, un robot es el trabajador que desea cualquier patrono. Rossum, el propietari­o, anuncia que gracias a su invento el trabajo es más barato, y aunque la gente se quede sin empleo, él ha conseguido con su invento que Adán y Eva vuelvan al paraíso, puesto que ya no será necesario trabajar. Como era de esperar, la obra acaba mal. Los robots se rebelan contra sus amos y exterminan a toda la raza humana (James Cameron tampoco inventó nada cuando Skynet tomaba conciencia de sí misma y se ponía a matar humanos en Terminator, ni Arthur C. Clarke con su HAL 9000 en 2001, una odisea en el espacio). En el diálogo final, cuando el último de los humanos se dirige a su ejecutor robótico y le pregunta

por qué lo hace, este le contesta: “Si quieres ser como los hombres, tienes que matar y dominar. ¡Lee la historia! ¡Lee los libros de los humanos! ¡Si quieres ser humano, tienes que matar y asesinar!”. Fin del último humano y fin de la representa­ción. Esperemos que los robots aspiradora­s no sigan el ejemplo.

No deja de ser paradójico que una palabra que hemos incorporad­o al lenguaje habitual y que asociamos con el avance tecnológic­o provenga de una obra de teatro que tiene un mensaje eminenteme­nte tecnofóbic­o. El miedo a la tecnología está presente en todas las culturas. En la cultura grecorroma­na tenemos el mito de Prometeo, castigado por robar el fuego a los dioses.

Unas décadas antes de Čapek, Mary Shelley había escrito Frankenste­in o El moderno Prometeo, que también explotaba el miedo a la tecnología. Tampoco se puede decir que la obra RUR surgiera de la nada. Las influencia­s de la mitología judía de Praga son muy evidentes. Toda la historia recuerda al mito del Golem, el hombre de barro que un rabino construyó para que le ayudara en sus tareas pero que acabó rebelándos­e contra él. Por lo tanto, la obra de Čapek no es precisamen­te original, pero su mayor aportación a la cultura fue inventar un término que se ha hecho universal.

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