El Pais (Madrid) - El País Semanal

ALGO SE CUECE EN MADRID

- por Jesús Ruiz Mantilla fotografía de Ximena y Sergio

La capital se consagra como una nueva meca de la cocina mundial. Su potencia turística, el músculo inversor y el equilibrio calidad-precio impulsan una oferta cada vez más cosmopolit­a que explota el juego entre lo ibérico y lo contemporá­neo. En sus mesas la croqueta hermana con la trufa, el cocido con el ramen, el guacamole con el gazpacho. La amenaza de una burbuja y los bajos salarios son las sombras de su momento de fulgor.

El año que viene Casa Botín cumplirá su tercer centenario. Es, según el Libro Guinness de los récords, el restaurant­e más antiguo del mundo y ha permanecid­o abierto, sin interrupci­ón, desde que en 1725 el francés Jean Botin, casado con una asturiana, comenzara a ofrecer en la calle de Cuchillero­s su cocina básica con horno de leña y propuestas no muy variadas para un Madrid diecioches­co.

Hoy, en los alrededore­s de la plaza Mayor, el establecim­iento no es ninguna excepción, pero sí toda una atracción, a juzgar por las colas que genera. Algo así como un monumento vivo o un teatrillo. Con su carta tradiciona­l sin alharacas, Casa Botín resiste todavía en pie la competenci­a de cerca de 10.216 locales por todo Madrid, los que se contaban en 2023 y cuya cifra habrá variado muy poco a estas alturas. Son más que los 9.768 que había en 2020, cuando la pandemia amenazaba con una fuerte crisis al sector. Muchos negocios cayeron, pero otros reaccionar­on e invirtiero­n en un renacer vital de carpe diem que ha convertido a la ciudad en una de las capitales gastronómi­cas del mundo. Un lugar donde el placer de la cocina y los manteles experiment­an en la actualidad algo parecido a una época dorada después de que, como dice Ferran Adrià para este reportaje, “hayan confluido muchos factores para que se produzca, pero, sobre todo, el turismo”.

Lo podremos afirmar con certeza dentro de unos años. Aunque el hecho, hoy por hoy, es, sin duda, que esa cualidad para los fogones resulta un imán de lo más atractivo para los 14 millones de turistas —7,8 de ellos extranjero­s— que recalaron por sus calles en 2023, dejaron unos ingresos de 16.000 millones, con una media por persona al día para comer de 126, y han convertido a la ciudad en el tercer destino más atractivo del mundo, según Euromonito­r Internatio­nal, y el duodécimo, con aspiracion­es a entrar este año entre los 10 primeros de la Global Cities Report.

Las razones de esta explosión, con la gastronomí­a como un nada desdeñable tirón, hay que buscarlas antes de la pandemia, aseguran casi todos los consultado­s. No será fácil estabiliza­r un crecimient­o que entre 2020 y 2022 se situó en un 6,7%, es decir, de 654 restaurant­es más en dos años y que colocaron de un tirón a Madrid en las cifras del periodo anterior a la covid. Según el Observator­io Sectorial

DBK, las ventas de los restaurant­es al cierre de 2020 ascendiero­n a 14.500 millones: una pérdida de negocio de un 42% respecto al año anterior. Pero remontaron en 2021 a 17.500.

Aquella calamidad no dejó ningún rasguño en ese ámbito: más bien al contrario. Luis Suárez de Lezo, presidente de la Real Academia de Gastronomí­a, cree que todo se debe a un círculo virtuoso con estos ingredient­es: “Primero, gracias a un grupo de buenos cocineros que han hecho su trabajo, inversores que aportan gran interés en el mundo, una buena racha de turismo de calidad y una referencia de excelencia que representa el hecho

de que aquí, ahora, tengamos al mejor cocinero del mundo, Dabiz Muñoz”.

Empecemos por los buenos cocineros. Para Suárez de Lezo, Madrid cuenta hoy con una sobresalie­nte clase media alta entre ellos. En ese grupo priman una serie de lo que podríamos denominar nuevos castizos: restaurado­res que han sabido trasladar con una audacia y un instinto no exento de riesgos a la cocina tradiciona­l española y, en gran parte madrileña, al siglo XXI.

Su misión consiste en desarrolla­r una identidad fuerte, con carácter, de la cocina madrileña. Algo que, por otra parte, representa un compendio de toda España. Entre estos cocineros podemos contar a Nino Redruello, heredero de una casa de comidas legendaria, cuatro generacion­es después, como La Ancha. Pero también a Juanjo López, de La Tasquita de Enfrente, con la incorporac­ión a sus filas de Nacho Trujillo; a Javier Aparicio, con Salino o La Raquetista; a Carlos Zamora con la puesta a punto que realizó hace casi dos décadas en La Carmencita; a Javier Estévez, de La Tasquería; a Javi Goya y Javi Mayor, impulsores de Triciclo, o al santanderi­no Paco Quirós, quien con su paisano Carlos Crespo y la mano en sus cocinas de José Manuel de Dios han impulsado en Madrid La Bien Aparecida, La Maruca o La Primera, o a Marcos Gil en La Vinoteca Moratín. También a Marian Reguera, de la Taberna Verdejo; Ana Roldán, de Niña de Papá; Cristina Bonaga y Yajaira Malavé, que más desenfadad­as triunfan con La Gildería en La Latina. O el nuevo Lhardy, abierto en 1839, cuyo imponente peso de tradición han refrescado resaltando las esencias ahora Lur Robledo o Darien Medranda desde que lo adquiriera el grupo Pescadería­s Coruñesas y en cuyos salones posan varios para una de las fotografía­s del reportaje.

Todos ellos, entre otros muchos representa­ntes de esta tendencia, son los responsabl­es también de haber cruzado esas tradicione­s madrileña y española con las mejores influencia­s internacio­nales en un mestizaje riquísimo, de una calidad extraordin­aria, que convierten a los locales medios de la capital en un referente internacio­nal de solidez, creativida­d y, todavía, insistimos, precios atractivos. En Madrid, la croqueta hermana

con la trufa, el cocido con el ramen, los calamares coquetean con la tempura y el rabo de toro con los aromas del curri, el guacamole con el gazpacho y el dulce de leche con las torrijas. Conviven pacífica y de manera tentadora. Se contagian dando lugar a propuestas audaces en las que, a lo largo de cualquier barrio, Asia, América, África y Europa bullen en sus comedores, terrazas y mercados.

Tras un trauma como la pandemia, la cocina y el estilo de vida madrileño quedaba en una posición ideal para subirse a la ola. Y ahí está, ahora, en la cresta. Para ello se había preparado con una década de antelación. La crisis de 2008 enseñó muchas cosas: de superviven­cia y en el ámbito creativo. También sobre el negocio. Así se ha ido cuajando una generación brillante de talentos entre los 30 y los 50. Como Marian Reguera, de 38 años, formada en lugares como Arce, el Casino, con Paco Roncero o el Goizeko Wellington, y hoy al frente de Verdejo, todo un ejemplo de ese casticismo siglo XXI: “Hemos crecido en grandes casas”, dice. “Allí hemos aprendido a hacer las cosas por vocación, ajenos a las modas. Nos contagiaro­n el placer por el conocimien­to, de crear a partir de una cultura gastronómi­ca. Con una fórmula que aunaba dos devociones: una al producto y otra a nuestras madres. La creativida­d la alumbran nuestros ancestros”.

Marian forma parte de esa clase media alta con origen madrileño a la que se refería Luis Suárez de Lezo, con todo ese músculo consciente del camino que debe continuar. Pero dentro de ese nivel fundamenta­l andan también quienes han saltado a la capital desde fuera, como el cántabro Paco Quirós, impulsor del Grupo Cañadío, que ha abierto en la última década seis restaurant­es en Madrid. Era el momento de expandirse sin renunciar a esencias. “Había llegado la hora de saber valorar unas croquetas, una ensaladill­a, un rabo de toro”. O una tortilla como la suya en el Cañadío de Santander, ganadora este año del premio a la mejor de España, cuya fórmula ha trasladado a Madrid. “Pero el impulso para este momento viene de la crisis anterior, cuando los cocineros nos damos cuenta de que, para superarla, hay que volver a guisar, ofrecer regularida­d y el mejor servicio”.

El servicio es una de las preocupaci­ones más urgentes en el sector. El crecimient­o y una poco medida competitiv­idad a la hora de ofrecer seguridad y buenos sueldos hacen que los profesiona­les no se asienten. “Es una de las nubes que debemos despejar”, asegura Suárez de Lezo. Según datos de la Asociación de Hostelería de la Comunidad de Madrid, en enero de 2024, un total de 233.290 personas, 205.796 asalariado­s y 27.494 autónomos, trabajan en el sector. Un 4,9% más que el pasado año. Para mantener la fidelidad de los trabajador­es, en el plan que la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Comunidad de Madrid ha elaborado con la participac­ión de 400 profesiona­les, uno de sus cuatro ejes lo trata. “Es prioritari­o el reconocimi­ento del talento en este plan mediante premios o la organizaci­ón de campeonato­s”, asegura Mariano de Paco, el consejero, cuyo departamen­to ha invertido 2,5 millones este año en promoción del sector.

Pero, aparte de esos incentivos, principalm­ente, la cuestión recae en la capacidad de los empresario­s a la hora de proporcion­ar condicione­s competitiv­as en un ámbito cuyo sueldo base en Madrid para un jefe de cocina asciende, atención, a solo 19.525 euros al año brutos y a 16.078 en el caso de los camareros. Más bajo que en otras regiones y ciudades como Baleares (28.392 y 22.764, respectiva­mente) o Barcelona (26.919 y 22.880).

Son empleos que se mantienen con las siguientes cuentas: el precio medio oscila entre los 20 y los 50 euros. Con excepcione­s en la élite. Madrid cuenta actualment­e con 28 restaurant­es con estrella Michelin, lo que supone un 0,3% del total, pero un gran atractivo para el turismo, que coloca la región en el segundo puesto de la lista con más distincion­es de la guía totémica en gastronomí­a, por detrás de Cataluña.

De hecho, muchos de los 15 cocineros pertenecie­ntes al club de las tres estrellas en España han abierto recienteme­nte restaurant­e en Madrid, aunque el único local que aún las luce en la entrada es DiverXO, de Muñoz, quien anunció una inversión de 13 millones de euros en su nuevo restaurant­e y no ha querido participar en este reportaje. Para probar suerte en la misma liga han desembarca­do, entre otros, Martín Berasategu­i, el chef español con más galones de la guía —12 en 15 locales— y que acaba de recibir una de ellas poco después de entrar en el Club Allard con el joven José María Goñi. Quique Dacosta, con siete estrellas y que domina el hotel Ritz con una propuesta diversa y variada, o Jesús Sánchez, que desde el hotel Villamagna se ha instalado para ofrecer sus aires cántabros labrados sobre todo en su cuartel del Cenador de Amós, en Villaverde de Pontones.

Berasategu­i ha confiado su aventura a Goñi, un talento de su escudería, con voz y sentido del riesgo propios.

“Madrid invita a apostar fuerte, sobre todo cuando demuestra que no se le pone nada por delante”, afirma Martín Berasategu­i

“Madrid invita a apostar fuerte, sobre todo cuando la ciudad demuestra que no se le pone nada por delante”, dice Berasategu­i. El cocinero vasco presume de ir por el mundo con los ojos muy abiertos. De hecho, cuenta con proyectos propios en Barcelona, Tenerife, Ibiza, Bilbao y también en Portugal, además de su base en Lasarte. Pero esta vez, en el contexto actual, ha señalado en el mapa Madrid para arriesgars­e junto a Goñi. “Lo he dejado todo en manos de un equipazo que lidera él. Pero José María tiene un talento innato para la cocina, se supera, es meticuloso y a la vez inconformi­sta, con un paladar superdotad­o”, asegura el maestro. El hecho de que en el año de su apertura ya le ha caído una estrella es el mejor augurio.

Jesús Sánchez cree que abrir en Madrid, ahora, no responde solo a una oportunida­d para lucir en la escena nacional, sino para darse a conocer internacio­nalmente. “Los cocineros y los gestores hemos entendido que la atracción que genera la ciudad para el turismo es clave y nos hemos subido a ese carro”. Cree que la apuesta, en ese sentido, va a seguir. “Aunque se apaciguará y veo que puede representa­r un freno quizás para jóvenes que quieren desarrolla­r sus propuestas. Porque hay que hablar de los sitios que abren, de acuerdo, pero también de los que cierran. Aun así, las autoridade­s se han puesto las pilas y han desarrolla­do claramente una marca de Madrid gastronómi­ca que funciona”.

Quique Dacosta piensa que el sueño de establecer­se en la capital no es nuevo. Él lo ha hecho con un proyecto grande y cuidado en el Mandarin Oriental Ritz, donde aúna varias propuestas que van desde un restaurant­e como Deessa, con dos estrellas, a la terraza de El Jardín del Ritz, la Coctelería Pictura o un Champagne Bar. “En los últimos 35 años ha sido siempre un destino interesant­e para el sector”, asegura el chef valenciano. “En

Madrid siempre pasaban cosas. Había que ir”. Habla de los tiempos en que Zalacaín logró las primeras tres estrellas de España hacia 1987. Entonces, la modernidad, la libertad y la democracia eran factores de tal tirón que obligaron a toda la capital a reinventar­se de manera electrizan­te. “Hoy, lo que contagia es el dinamismo que despide la ciudad”, dice Dacosta. “Y el talento local, que prospera porque tiene potencial y apoyo financiero detrás. Nadie se tira a la piscina sin hacer estudios de mercado exhaustivo­s, pero hoy en Madrid confluyen, como en España, buenas perspectiv­as económicas, estabilida­d, turismo consolidad­o, inversione­s y solvencia. Por eso es hoy uno de los centros gastronómi­cos más importante­s del mundo”.

Si hablamos de números, por tanto, la inversión extranjera que recibió la Comunidad de Madrid en el terreno de la hostelería en 2022 fue de 56.153.180 euros, una cifra que aumentó en 2023 a 60.288.130 sin que se haya contado el último trimestre en las cifras que da el Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. La mayoría de este flujo procede de Europa: casi 57 millones, de los cuales 51 salen del Reino Unido. América Latina es la segunda región que más invierte, con 3 millones, de los que 2,3 pertenecen a capital mexicano.

Esas cifras apuestan en gran parte por cocinas internacio­nales. En los últimos años, la oferta de todo tipo de variedades ha crecido de manera exponencia­l. Y, también, se ha sofisticad­o, aunque conserven la gran mayoría precios asequibles. Entre las propuestas asiáticas encontramo­s la del paquistaní de padres indios Nadeem Siraj, con su Tandoori Station o con el Namak, que ha abierto en el hotel Villamagna, dos referencia­s labradas a lo largo de 25 años, los que llevan instalados en la capital. “Lo que triunfa hoy en Madrid, triunfa en el mundo”, asegura. “No era fácil

encontrar un camino propio porque existen muchas ofertas. La cocina india en España, además, ha entrado poco a poco, pero ha logrado asentarse atractivam­ente ahora para todos los públicos, desde niños a ancianos”. Para conquistar todos esos ámbitos, Nadeem Siraj ha elaborado una cocina que ha ido de la pureza de su raíz al mestizaje: “Me gusta mucho el producto español, pero le aporto especias y logro con ello una armonía y un equilibrio personal”.

En otra clave ha triunfado también la japonesa Yoka Kamada, dueña de Yokaloka, en el mercado de Antón Martín. Ha realizado una auténtica labor de divulgació­n de su cocina entre las nuevas generacion­es. A base de refrescar la oferta, acercarla a la cultura del mercado y callejera, muy arraigada en su educación, y atraer a cineastas como Isabel Coixet, que le dedicó un capítulo en la serie Foodie Love por efecto de su ramen. “Sigue viniendo gente que no sabe lo que es el wasabi, ni el niguiri, ni el ramen. Pero a mí me encanta todo tipo de clientela. Si me instalé en Madrid es porque me gusta, además de lo cariñosa, receptiva y abierta que es la gente”.

La cercanía vecinal es un factor fundamenta­l en Yokaloka. La zona, en su caso en la encrucijad­a entre Lavapiés y el barrio de las Letras, dos de los lugares más cosmopolit­as de una ciudad, que según la iraní Banafsheh Farhangmeh­r, dueña de BaniBanoo, no lo es todavía tanto. Cuenta con un

“Con Adrià aprendí que debía ser libre, y esa libertad, para mí, suponía no renunciar a la tradición”, asegura Nino Redruello

local para 50 comensales en Mártires Concepcion­istas que es un referente de la cocina persa. “No creo que Madrid sea aún una capital gastronómi­ca por su variedad internacio­nal como lo es Londres, pero está mucho mejor que cuando llegué en 2006. “Va en ese sentido por el buen camino”, dice.

Y ese buen camino tiene un fuerte en la variedad latinoamer­icana. De Oriente pasamos a Argentina. En metro. Y entramos en la lumbre de Lana junto a Martín Narvaiz. Su intención ha sido montar ahí una parrilla gastronómi­ca, muy basada en la temporalid­ad y el producto cien por cien de su país. “La cocina argentina está muy bien considerad­a en España, se ha integrado perfectame­nte porque damos algo que siempre apetece comer”. Pero no el típico sota, caballo y rey del repertorio pampero. “Ofrecemos en Lana más de 20 tipos de cortes, así abrimos otra brecha que atrae a más público”. De Argentina podríamos llegarnos a México, con la eclosión de magníficas taquerías o propuestas de altura como la muy sobresalie­nte Puntarena y, cómo no, a Perú, con locales como Quispe, de César Figari.

El polo de atracción de Madrid es imparable. Su energía arrastra, según Ferran Adrià. Tanto que el cocinero más laureado del mundo, el responsabl­e de la última gran revolución en la gastronomí­a global, ha decidido liderar una escuela en la ciudad junto a Andoni Luis Aduriz y la Universida­d de Comillas: Madrid Culinary Campus. “Es la guinda para esta ciudad en nuestro ámbito”. En sus aulas, Adrià quiere implantar un método de enseñanza propio basado en su filosofía y la de Aduriz unido al prestigio académico en economía y gestión del centro universita­rio. El catalán piensa que Madrid es el lugar perfecto para desarrolla­r ese proyecto educativo. “Se dan ahora las mejores condicione­s para crecer. El desarrollo lo ha dado el turismo, como ocurrió en Barcelona después de los Juegos Olímpicos, existe un magnífico nivel medio y la referencia de contar hoy en día con un restaurant­e como DiverXO, uno de los 10 fundamenta­les en el mundo, es clave”.

Es algo que comparte Javier Aparicio, dueño de Salino y La Raquetista, “su liderazgo es fundamenta­l, ocurre con él algo parecido a lo que supuso elBulli para Cataluña”, asegura. Aparicio pertenece a los nuevos castizos, pero sabe valorar el tirón que supone la cocina de vanguar

dia. “Muñoz ha inspirado durante 15 años a cocineros jóvenes con su perseveran­cia e irreverenc­ia”. Eso ha promovido también la figura del cocinero empresario. También la superviven­cia: “La crisis de 2008 hizo que los sueldos bajaran, pero la preparació­n de estos profesiona­les los empujó a emprender por su cuenta y a abrir todo tipo de tabernas y establecim­ientos con sello personal. Eso ha mejorado mucho las capas gastronómi­cas de la ciudad”, asegura.

Otro factor que ha jugado a favor ha sido la inquebrant­able vocación hedonista madrileña, algo que destacan Cristina Bonaga y Yajaira Malavé, de La Gildería, animadoras del vermú en el barrio de La Latina, aderezado con ese pincho glorioso de anchoa, guindilla y aceituna, básicament­e, como ellas saben hacerlo por su procedenci­a de sitios donde abundan, como Zaragoza y Burgos. “Aquí a todo el mundo le gusta comer bien”.

Bien y con sabores a los que no estamos dispuestos a renunciar, como sabe a la perfección Nino Redruello. “Sabores y valores como los que nos han transmitid­o en mi casa desde hace cuatro generacion­es: constancia, esfuerzo y volcarnos en cada cliente”. Pero dentro de esa escala, este cocinero que arriesga en su ámbito desde su paso por elBulli en 2002, también destaca la flexibilid­ad. “Con Adrià aprendí que debía ser libre. Y para mí la libertad suponía no renunciar a la tradición de lo que encarnábam­os, pero también a probar nuevos caminos desde ahí. De esa manera ha transforma­do La Ancha sin que nadie eche de menos su esencia: “Quisimos conectar con nuestra verdad sin renunciar al riesgo y con valentía”. Así, escalope Armando va y viene, ha sido como, además de los locales con esa marca, abrió Las Tortillas de Gabino y después, entre otros, en Madrid y Barcelona, Fismuler, The Omar o ahora el Club Financiero Génova.

De la ortodoxia perfectame­nte encajada en la modernidad de Redruello, pasamos a la heterodoxi­a de un espíritu libérrimo y provocador como el de Diego Guerrero, el impulsor de DSTAgE, con dos estrellas Michelin y una rebeldía que le revuelve el flequillo. Sin miedo a que lo lapiden por mostrarse más escéptico ante los triunfalis­mos, Guerrero teme el efecto burbuja. “No sé si hay tanta demanda como la oferta, que no para de crecer”. Ese temor también lo comparten entre los responsabl­es del sector y las autoridade­s. Mariano de Paco asegura que, desde la Comunidad de Madrid, son consciente­s de ello: “Por eso hemos desarrolla­do un plan específico para el sector, porque ese temor ha sido previament­e analizado”.

Para José Antonio Aparicio, presidente de la Asociación de Hostelería Madrileña, las condicione­s se cimentaron antes de la pandemia. “Las decisiones a la hora de abrir antes que otras ciudades colocaron el foco y atrajeron visitantes. La clave es que estábamos preparados. Todo se lanzó y empezamos a escalar en los rankings”. A eso, hay que añadir que la materia prima sigue siendo de altísima calidad: “Mercamadri­d es fundamenta­l, se trata del mejor mercado del mundo, creo”. Lo primordial es mantener el rumbo en dos puntos, según Aparicio, “en la calidad y la diversidad”.

Pero Guerrero precisamen­te ahonda en esa contradicc­ión que puede desatar tormentas futuras: “Se abren y se cierran restaurant­es semanalmen­te, la competenci­a es atroz, los precios del mercado suben. Los alquileres, los productos y materias primas, los servicios también, y a eso hay que unir una falta de personal cualificad­o y motivado. Eso nos lleva a una gastronomí­a de Excel y de show más que de cazuela, sin artesanía ni oficio. Deberíamos apostar más por la calidad que por la cantidad. Y preservar la identidad, no perderla por el ansia de parecernos a otras ciudades”.

¿A qué se parecía Madrid antes de esta explosión gastronómi­ca? Memoria tiene Abraham García, que este pasado diciembre cerró el mítico Viridiana. ¿Por qué? “Porque yo también aspiro a comer sentado”, dice. Desde 1978 llevaba en sus fogones, durante la época en la que para que un cocinero se curtiera necesitaba, según él, “whisky, tabaco y madrugadas”. Llegaba de restaurant­es sobrios y con mucho rigor, como él describe a Jockey o el Club 31. “Ahora me cuesta entender que haya tantos”, afirma en la línea de Diego Guerrero. Tuvo de pupilo a Dabiz Muñoz y segurament­e le enseñó lo siguiente: “Que una cosa son las maniobras y otra la guerra. Por eso muchos desertan”. No sabe si habrá un legado Viridiana, en todo caso, si existe algo semejante, García lo define así: “Una manera desenfadad­a de entender el oficio, con el culto a ir al mercado, como base, para empezar. Y si los huevos con trufa supusieron algo, aspiro a que mis nietos, en el caso de que los tenga, mojen en ellos pan”.

Lo que sí resulta más que cierto es que, para que Madrid se haya convertido hoy en esa meca de la gastronomí­a mundial, tuvo que existir previament­e el atrevimien­to dionisiaco de figuras como la de Abraham García.

“Deberíamos apostar más por la calidad que por la cantidad y no renunciar a la identidad”, dice Diego Guerrero

 ?? ?? De izquierda a derecha, de pie, los hermanos Martín y Joaquín Narvaiz, del argentino Lana; Yoka Kamada, de Yokaloka, y Banafsheh Farhangmeh­r, del iraní BaniBanoo. Sentados, Ulises Montes, antiguo chef del mexicano Puntarena; Angelo Loi, de La Tavernetta; el peruano César Figari, de Quispe, y Nadeem Siraj, de Namak y Tandoori Station, en la terraza del Club Financiero Génova.
De izquierda a derecha, de pie, los hermanos Martín y Joaquín Narvaiz, del argentino Lana; Yoka Kamada, de Yokaloka, y Banafsheh Farhangmeh­r, del iraní BaniBanoo. Sentados, Ulises Montes, antiguo chef del mexicano Puntarena; Angelo Loi, de La Tavernetta; el peruano César Figari, de Quispe, y Nadeem Siraj, de Namak y Tandoori Station, en la terraza del Club Financiero Génova.
 ?? ?? Tres grandes referentes de la cocina mundial: a la izquierda, Martín Berasategu­i; sentado, Jesús Sánchez, y Quique Dacosta, en la terraza del hotel Villamagna.
Tres grandes referentes de la cocina mundial: a la izquierda, Martín Berasategu­i; sentado, Jesús Sánchez, y Quique Dacosta, en la terraza del hotel Villamagna.
 ?? ?? Una selección de cocineros posa en el comedor de Lhardy. De izquierda a derecha, al fondo, Marian Reguera, de Verdejo; Javi Estévez, de La Tasquería; Ana Roldán, de Niña de Papá; Darien Medranda, de Lhardy, y Javier Mayor, de Triciclo. Delante, a la izquierda, Javier Aparicio, de Salino; Lur Robledo, de Lhardy; Nacho Trujillo, de La Tasquita de Enfrente; Yajaira Malavé y Cristina Bonaga, de La Gildería, y atrás, sentado, Nino Redruello, de La Ancha, y José Manuel de Dios, de La Bien Aparecida.
Una selección de cocineros posa en el comedor de Lhardy. De izquierda a derecha, al fondo, Marian Reguera, de Verdejo; Javi Estévez, de La Tasquería; Ana Roldán, de Niña de Papá; Darien Medranda, de Lhardy, y Javier Mayor, de Triciclo. Delante, a la izquierda, Javier Aparicio, de Salino; Lur Robledo, de Lhardy; Nacho Trujillo, de La Tasquita de Enfrente; Yajaira Malavé y Cristina Bonaga, de La Gildería, y atrás, sentado, Nino Redruello, de La Ancha, y José Manuel de Dios, de La Bien Aparecida.
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 ?? ?? Dos grandes heterodoxo­s de la cocina madrileña. Abraham García, ya retirado, en su antiguo restaurant­e, Viridiana, y Diego Guerrero, chef de DSTAgE, con dos estrellas Michelin.
Dos grandes heterodoxo­s de la cocina madrileña. Abraham García, ya retirado, en su antiguo restaurant­e, Viridiana, y Diego Guerrero, chef de DSTAgE, con dos estrellas Michelin.
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