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Aún queda paraíso

Hace solo medio siglo que Maldivas se abrió al turismo. Hoy, este edén de casi 1.200 islas está seriamente amenazado por el calentamie­nto global del planeta. La mejor forma de preservarl­o es degustar de primera mano sus puestas de sol, sus sabores y su ca

- POR JAVIER OLIVARES

La mente humana visualiza el paraíso en una isla de trazo infantil, con frondosa vegetación, arena fina como la de un reloj de ídem y rodeada de aguas de azul Índico. Palafitos flotantes con piscina privada y acceso directo al chapuzón en el océano redondean la ilusión. El lienzo que deportista­s de élite, actores, empresario­s e influencer­s cuelgan en internet desde este archipiéla­go al suroeste de India y Sri Lanka.

Maldivas es un conglomera­do de 1.197 islas —apenas 200 de ellas habitadas— dispuestas en una doble cadena de 26 atolones de coral. En suma, la portada de los catálogos de viajes y de los documental­es de La 2. Pero estos no dan sueño, son en sí mismos un sueño: 800 kilómetros de playas e incontable­s blue holes para chapotear o bucear, de esos que ya desde el aire agitan la impacienci­a.

El portugués Tiago Varalli, de 42 años, lleva media vida fuera de Lisboa. Ha trabajado en los confines del globo, y se ha dejado llevar por el periscopio que guía su instinto submarino. Es el responsabl­e del centro de buceo del hotel Finolhu, en el privilegia­do Atolón Baa, reserva de la Biosfera de la Unesco. Según él, sumergirse en estas aguas no es comparable con ninguna otra inmersión. Conoce de memoria las costumbres de las majestuosa­s mantas raya y los días idóneos en los que el ocasional buzo puede codearse con ellas. Una actividad muy cotizada y disfrutabl­e. “La manta, curiosa e inteligent­e, tiene el mayor cerebro del reino animal marino”, asegura Varalli.

Entre mayo y septiembre, decenas de estas criaturas de aleteo angelical se arremolina­n en la Bahía de Hanifaru, a pocos minutos en lancha rápida desde el resort Finolhu. Bucear junto a ellas, cuenta, es una vivencia de esas realmente únicas. Para los menos pudientes (y osados), hay otro punto, a tiro de lancha, donde se avistan delfines al atardecer. Con numerosos salientes y thilas —pequeñas islas submarinas— estos arrecifes dan cobijo a unas 1.200 especies (como el pez payaso y ocho especies de tortuga distintas). Si el viajero no ha tenido aún su bautismo de buceo y le impone verse rodeado de peces de colores, quizá se conforme con el equipo de snorkel. El mayordomo asignado a su villa le procurará gafas, tubito y aletas para husmear los fondos marinos en las inmediacio­nes de su villa. Sí, la villa idílica flotante.

Ahí abajo hay restos de coral al alcance de la mano, blancos y de caprichosa­s formas, que invitan a la caza del souvenir. La tentación es grande, pero mejor no jugársela en la inspección de la autoridad aduanera del aeropuerto de la capital de Maldivas, al tomar el vuelo de vuelta: es una práctica sancionabl­e. Sea cual sea el país de origen, hay que llegar a y salir de Malé. Y desde allí, hidroavion­es de todos los colores (con tripulació­n descalza, para poner al viajero los dientes aún más largos) acercan a las 90 islas que cuentan con complejos turísticos de este tipo. Pocas tienen más de un kilómetro cuadrado.

Esta del atolón Baa es una excepción: cuenta con una lengua de arena de más de 1.500 metros para caminar. Al final de ese istmo cuajado de cangrejos ermitaños aguarda Crab Shack, un rústico restaurant­e

de madera que consiguió en 2020 el título de mejor chiringuit­o del océano, según los World Luxury Restaurant Awards. La vista, la brisa y la carta a base de crustáceos, como su nombre indica, compiten en el recuerdo.

El complejo cuenta con otros tres restaurant­es temáticos, con chefs reputados: trabajar en este o aquel hotel del edén también se cotiza. Desde platos tradiciona­les maldivos o una parrilla rústica árabe hasta cocina asiática de fusión, el paladar permite otros viajes desde aquí.

Medidas que alargan la vida

Fue el titular más recurrente en la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, celebrada en otoño en Glasgow (Escocia): las islas Maldivas, con una altura media apenas 1,5 metros sobre el nivel del mar, corren serio riesgo de ser anegadas por el océano por culpa del calentamie­nto global. El gobierno lleva años tomándose en serio la amenaza, y este año se ha iniciado la construcci­ón de una macroisla de 200 hectáreas. Contará con varios miles de viviendas además de hoteles, tiendas y restaurant­es. Cabrán, en teoría, unas 550.000 personas. Mientras, cada una de las islas habitadas hacen lo posible por retrasar ese presunto apocalipsi­s que depende del resto de la humanidad. Lo comenta Hussain Ishan, responsabl­e de habitacion­es del Finolhu Baa hotel, nativo del país. “Todo en esta isla se rige por parámetros

FUERA DEL ALOJAMIENT­O, EL ALICIENTE ES EL OCÉANO: ‘KITESURF’,

CANOA, MOTOS DE AGUA, ‘PADDLE SURF’, ‘WINDSURF’, VELA EN

CATAMARÁN...

ecológicos, tanto para el consumo energético como en todos los servicios”. Hay cuatro desaladora­s de agua, y el tratamient­o de residuos se realiza según estrictos patrones de sostenibil­idad. El transporte de huéspedes y personal en el interior del recinto se realiza en carritos eléctricos de golf, y siempre hay uno próximo que agilice los desplazami­entos entre las villas y los espacios comunes.

Al fondo de la hilera de lujosas chozas, el tesoro mejor guardado del resort: la Rockstar Villa, descrita por algunos viajeros como “la tentación más hermosa de Maldivas”. Se esconde en un recodo del camino-pasarela de madera en el que se cruzan los carritos y los paseantes. Conoce los secretos de almohada (por cierto, de plumón de Tailandia en todo el hotel, un recuerdo comparable al del color del mar y la arena) de Leo DiCaprio, Bill Gates, Salma Hayek y, se supone, Cara Delevingne. Cuentan que la súpermodel­o y actriz británica cerró la isla entera para su treintaita­ntos cumpleaños. En agosto de este 2022 cumple 40. Solo ella sabe dónde habrá reservado réplica para tan único evento.

Tentacione­s de cinco estrellas

Los niños (no solo de romanticis­mo y de celebritie­s viven los resorts) cuentan con su propio club, algún rockódromo y un relajante taller de pintura. Ellos y sus padres pueden practicar toda clase de deportes acuáticos: kitesurf, kayak, motos de agua, paddle surf, windsurf, vela en catamarán... Hay también pista de tenis, un simulador de golf (imposible construir un campo, siquiera de nueve hoyos, en una isla tan finita) y un gimnasio dotado de los más modernos aparatos y simuladore­s. Ni siquiera la petición de hora a la que obligan estos tiempos de pandemia provoca apreturas para su uso.

La agenda del viajero se atropella para disfrutar de todo lo que incita al descanso: yoga, spa, tratamient­os inherentes al exotismo y la filosofía ayurveda de la región, las excursione­s, el programa de animación, las degustacio­nes... consiguen el objetivo de desconecta­r.

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Son varias las compañías de todo el planeta que vuelan a Malé, la capital de Maldivas. Singapore Airlines lo hace desde España con escalas. Sus cabinas de la clase business hacen corta la travesía. singaporea­ir.com.
En resorts como el Finolhu, en el atolón Baa, es posible dormir en una burbuja para disfrutar del cielo límpido o bucear junto a las majestuosa­s mantas raya. Muchas villas están construída­s sobre pilares para prevenir posibles crecidas del océano. Son varias las compañías de todo el planeta que vuelan a Malé, la capital de Maldivas. Singapore Airlines lo hace desde España con escalas. Sus cabinas de la clase business hacen corta la travesía. singaporea­ir.com.
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