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A Amberes, por vías secundaria­s

Con calma, disfrutand­o del paisaje, llegamos a la ciudad portuaria tras descubrir pequeños pueblos residencia­les. En nuestro destino nos espera la tradición y el diseño más actual.

- POR JUAN LUCIO

Parece que cuando se viaja a Bélgica existe una línea imaginaria de la que no hay que salirse: Bruselas-Brujas, y si acaso Gante y Lieja. Mucho Manneken Pis, Atomiun, canales, cerveza y mejillones. Fuera de ese itinerario es como si el resto del país no existiese. Sin embargo, hay vida más allá de esa línea. Un ejemplo es Amberes, un lugar lleno de atractivos multicultu­rales.

El elegante Nexus LX 450 que conduzco se desenvuelv­e muy bien camino de la ciudad portuaria, que se halla a 50 kilómetros de Bruselas. Abandonamo­s pronto la A-12, una autopista que une los dos puertos más importante­s de Europa: Amberes y Róterdam (Países Bajos), para tomar una red de carreteras secundaria­s, a veces caminos agrícolas, que permiten sumergirse en la plácida vida de los belgas.

Las ciudades que atravesamo­s son tranquilas y en muchos casos residencia­les. Casas bajas, con jardines bien cuidados. Viviendas alejadas del ritmo trepidante de Bruselas, donde Europa y el mundo se juegan el futuro con una invasión de fondo. Como Flandes es territorio ciclista, las dos ruedas mandan sobre los demás vehículos. Con el coche, precaución, aunque el tráfico por estas estrechas vías no es ni complicado ni intenso. Eso sí, obras no faltan.

Unas cuantas paradas

En Meise, el Jardín Botánico Nacional es parada obligada para los amantes de flores y plantas, que siempre los hay; en Willebroek llama la atención el Puente de la Paz (construido entre 1947 y 1952), un mastodonte industrial de gran altura sobre el canal navegable Bruselas-Escalda, uno de los más antiguos de Europa. Y en Middelheim es reseñable su museo de arte moderno y escultura al aire libre.

El caso de Boom es particular. Así, a bote pronto, suena muy poco, si acaso a la onomatopey­a explosiva. No llega a los 20.000 habitantes. Sin embargo, el próximo mes de julio, la tranquilid­ad tendrá hilo musical: el de los dj que pinchen en Tomorrowla­nd, el festival de música electrónic­a más grande del mundo. Se esperan unos 400.000 visitantes que llenarán las praderas del parque Schorre al ritmo que les impongan Armin Van Buuren o Daddy K, entre otros.

En la llanura se suceden las granjas y tierras de labor; mientras que en el ambiente, el porcino y el vacuno dejan rastro… olfativo. En el horizonte pocos escollos, salvo las torres de algunas iglesias locales que llaman la atención por su esbeltez, como la de san Pedro en Puurs. Mucho más divertidas resultan las bodegas que han surgido desde hace unos años junto a sus viñedos. Construcci­ones arquitectó­nicas modernas, cocina internacio­nal con productos de proximidad y vinos con estilo propio perfectos para brindar en cualquier ocasión (Valke Vleug Winery).

Vanguardia belga

Amberes es una mezcla de lo clásico con lo moderno. Lo medieval y las tendencias más actuales viven en armonía. Dan carácter. Monumental­es son su estación central, la Grote Markt (plaza del mercado) y el castillo de Steen a las orillas del río, como delicioso es pasear por el barrio Cogels-Osylei y sus casas belle époque; y vanguardia de alta gama es la Casa del Puerto, obra de Zaha Hadid, que construyó sobre la vieja instalació­n portuaria un enorme diamante con 2.000 paneles de cristal, y el MAS, museo sobre el río a base de arenisca roja y cristal. En la zona de los muelles se suceden galerías, restaurant­es y comercios donde antes había viejos almacenes.

El desarrollo renacentis­ta se aloja en el Museo PlantinMor­etus, patrimonio de la Humanidad, que rinde homenaje a la imprenta como vehículo de conocimien­to e ilustració­n. Y el actual lleva el sello de la moda y el diseño. Allí surgió un colectivo, Los seis de Amberes, que marca estilo en las pasarelas internacio­nales: Dries Van Noten, Dirk Bikkemberg­s y Ann Demeulemee­ster, los más conocidos. También hay creadores artesanale­s, como la zapatera Natalie Van Lijsebette­ns, que regenta Collectif d’Anvers, una boutique-taller donde descubrir los diseños más atrevidos.

Si tiene el paladar fino, olvídese de frites, cerveza y gofres populares, porque hay lugares para “darse un homenaje de alta gama” a base de ostras y sake en deliciosas recetas (Bar Atelier Paul Morel), cenas con estrellas Michelin y espacios donde beber apreciados cócteles. Eso sí, no se olvide de llevar la tarjeta y de traer chocolate. De los diamantes, mejor hablamos otro día. Están por las nubes.

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Zaha Hadid. Izda.: exuberanci­a tropical en el Jardín Botánico Nacional en Meise. Junto a estas líneas, esculturas al aire libre en Middelheim. Las ostras, un imprescind­ible en nuestra escapada. Debajo, el taller de zapatería Collectif d'Anvers.
Arriba, la imponente Casa del Puerto de Amberes, de Zaha Hadid. Izda.: exuberanci­a tropical en el Jardín Botánico Nacional en Meise. Junto a estas líneas, esculturas al aire libre en Middelheim. Las ostras, un imprescind­ible en nuestra escapada. Debajo, el taller de zapatería Collectif d'Anvers.
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