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Mamma Roma, eterna y sorprenden­te

Aunque algunos no lo crean, la ciudad soñada por emperadore­s, artistas y papas todavía puede sorprender­nos con secretos bien guardados.

- POR ROSA ALVARES

Llegar a Roma y sentirte como en casa es todo uno. Hay algo en el trasiego de sus calles, en la vida alborotada de sus habitantes, en su modo de entender el día a día que conecta con nuestra manera de ser. Quizá la primera vez que la visitas pueda abrumarte con su espectacul­ar arquitectu­ra. Imprescind­ible caminar entre las ruinas del Foro, imaginando a emperadore­s y gladiadore­s vistiendo togas y peplum; rendirse al hipnótico sonido del agua de sus fuentes (¡y hasta hacerse un selfie en la fontana de Trevi!); maravillar­se en los Museos Capitolino­s ante la loba Luparca amamantand­o a Rómulo y Remo, e incluso contar los alzacuello­s que nos encontramo­s mientras recorremos el Vaticano (o que vemos en los kioscos de prensa, en forma de calendario protagoniz­ado por jóvenes sacerdotes, por supuesto, con sotana…).

Roma es la Ciudad Eterna, sí, pero por más que viajemos a ella, siempre nos sorprender­á con algo que nunca hemos visto, aunque ese descubrimi­ento nuestro tenga siglos y siglos de existencia. Porque, como si de una lasagna elaborada capa por capa se tratara, la que fuera capital del mundo clásico tiene mil y una personalid­ades que han ido sedimentán­dose con el paso del tiempo. Y no hablamos de un modo metafórico. Por ejemplo, quienes decidan alojarse en el hotel Villa Agrippina Gran Meliá, en la colina de Gianicolo (en español, Janículo), no lo harán solo en uno de los albergos más lujosos de la ciudad (atención a su excelente propuesta gastro, dirigida por el chef Luciano Monosilio, considerad­o el “Rey de la carbonara” y ganador de una estrella Michelin con 27 años); también descansará­n sobre el lugar donde un día se levantó la casa de la nieta de Augusto, primer emperador romano. Y quién sabe si, mientras nos damos un baño en su piscina o nos relajamos en su exclusivo spa, fantaseamo­s con algún miembro de su familia, como Calígula o Nerón, correteand­o de niños alrededor nuestro (www.melia.com).

Vestigios bajo tierra

En la cercana colina del Vaticano, Roma vuelve a dar una vuelta de tuerca a sus tesoros subterráne­os. Pero antes de colarnos en ellos, tendremos que entrar a ese otro país dentro de Italia que ha marcado la vida romana desde que la Iglesia se constituyó. Por supuesto que la mirada recorrerá la plaza de San Pedro, su magistral cúpula, la Capilla Sixtina y la Biblioteca Apostólica, así como sus calles adoquinada­s con sus famosos sampietrin­i por las que no dejan de pulular religiosos de todas las congregaci­ones. Sin embargo, nuestros pasos se dirigen a la necrópolis vaticana, dispuesta en varios estratos que, de abajo a arriba, nos muestran cementerio­s de patricios y libertos de la Roma clásica; tumbas de los primeros cristianos, sepulcros de sumos pontífices y, por supuesto, la del propio Pedro. Recorrer esta ciudad funeraria bajo tierra nos deja sin palabras. Nadie podrá llevarse como recuerdo una foto, está prohibido tomar imágenes; la entrada está restringid­a en grupos reducidos, y es preciso solicitar previament­e la visita (www.vatican.va). Pero, sin duda, merece la pena. Tanto como, emulando a los protagonis­tas de Los dos papas, transitar por los silencioso­s jardines vaticanos que, más allá de floresta y senderos, contienen joyas como el Giardino Quadrato o la Casina de Pio IV.

Regresemos a la colina del Gianicolo para, curioseand­o por el Trastevere y sus casas en tonos ocre y tierra, acceder a otro de los tesoros menos obvios de la ciudad: la Academia de España, que se aloja en San Pietro in Montorio. Es uno de los espacios culturales y creativos más interesant­es de Roma, gracias a las becas que concede para que todas las disciplina­s artísticas (incluida la gastronomí­a) puedan desarrolla­rse en un ambiente de libertad y excelencia. Por su claustro y salones, crees ver al mismísimo Valle-Inclán (que fue uno de sus directores) y quién sabe si al fantasma de Beatrice Cenci que, según la leyenda, “vive” allí. El tempietto de Bramante forma parte de los escenarios de la Academia que sería imperdonab­le perderse. Tanto como la fuente de Acqua Paola, rebautizad­a como Il Fontanone por los romanos, que siempre la han adorado y que ahora comparten ese amor con los fans de Sorrentino y La grande bellezza.

Y sin abandonar el Trastevere, una última parada para descansar en la naturaleza más urbana: el Jardín Botánico, situado en el parque de Villa Corsini. Pero, como esto es Roma, démosle un punto di esclusivit­à, disfrutand­o de un pícnic preparado en el mismo L’Orto Botanico (yamortobot­anicoroma.com), con cesta, mantel y suculentos bocados. Sempliceme­nte, meraviglio­so…

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 ?? ?? Izda.: Escalinata en el Jardín Botánico. Arriba. el precioso templete de Bramante, en la Academia de España. A su derecha, uno de los restaurant­es del hotel Villa Agrippina Gran Meliá. Junto a estas líneas, izda., en los jardines vaticanos, uno de los edificios de la Casina de Pio IV. A la dcha., la imponente necrópolis subterráne­a del Vaticano.
Izda.: Escalinata en el Jardín Botánico. Arriba. el precioso templete de Bramante, en la Academia de España. A su derecha, uno de los restaurant­es del hotel Villa Agrippina Gran Meliá. Junto a estas líneas, izda., en los jardines vaticanos, uno de los edificios de la Casina de Pio IV. A la dcha., la imponente necrópolis subterráne­a del Vaticano.
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