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Bretaña, la reserva secreta de Francia
Dos horas de vuelo a Nantes y otras dos de carretera para un derroche de historia y naturaleza en el sur de Bretaña. Aquí se come y se respira bien. Por lo menos, desde el Neolítico.
En estos tiempos en que la vibración del teléfono en el bolso o en el bolsillo rige la comunicación humana, reconforta llegar a un lugar en el que la cobertura se convierte en una especie de dicha intermitente. La isla de Groix, en el sur de Bretaña, alterna esas luces y sombras. Y se agradece: es un pequeño paraíso de 8 por 3 kilómetros que se gobierna en bicicleta de alquiler o a través de sus 30 kilómetros de perímetro senderista, con rutas bien señalizadas. Gozar con ese aislamiento puede ser insuficiente con los tres días planificados: dan ganas de alquilar una de las coquetas viviendas unifamiliares con flores y ventanas de colores que tientan desde la bici. Mejor eléctrica, que algún repecho hay.
Es Groix un retiro orgulloso de su límpida playa convexa (Les Grandes Sables), y de otros arenales peculiares como Les Sables Rouges o la cala de Port Sant Nicolás, muy del gusto de instagram con esas rocas de formas caprichosas que estimulan la imaginación.
La industria del pescado, inherente a cualquier territorio cercado por el mar (no es raro ver langostas en Port Lay, el puerto de acceso), constituye aquí un ejemplo de sostenibilidad y de respeto a la tradición. Las conservas y los ahumados alientan la investigación de los empresarios. Maxime Quiltu, chef local y propietario de Les Fumaisons de Groix, ahúma con sal de Guérande y madera de haya. Su última apuesta es el mújol (lisa, en el litoral español), con cuyas huevas espera el éxito de los mejillones, el pulpo y el atún rojo, que pasa por la isla en su inquietud migratoria y se degusta en múltiples interpretaciones.
Demos marcha atrás en el mapa y en el plan de viaje. A Groix se accede en ferry desde Lorient, historia viva naval y comercial de Bretaña y de Francia. Al final del brazo de mar de Keroman, que encadena todos los puertos de la ciudad (deportivo, pesquero, comercial, recreativo...), impone la silueta de hormigón de la base de submarinos que el ejército alemán construyó en la Segunda Guerra Mundial como parte del muro del Atlántico para contener a los Aliados.
Desde el transbordador se aprecia bien, pero el amante del turismo bélico disfrutará en una pequeña embarcación con patrón que pespuntea los hangares y la barrera de barcos hundidos por los propios nazis como refuerzo a una obra de ingeniería de tres años. La primera base, utilizada por la marina francesa hasta 1997, se mantiene intacta. Los otros dos aparcamientos submarinos se han adaptado. Uno, como centro de operaciones (Lorient la Base) para los mejores veleros de competición del mundo en regatas como la Vendée Globe. El tercero, absolutamente reformado y de interés comercial, alberga algún museo temático.
Culto al mar, defensa del mar
Lorient es estratégica desde que el ser humano puso el pie por aquí. Otra prueba es la ciudadela de Port Louis, con un interesante museo sobre la Compañía de las Islas Orientales que rigió en Europa en el siglo XVII (impactantes su colección de porcelanas y la reconstrucción etnográfica del papel de este puerto en el esclavismo hacia América), y el museo de la Marina, que se especializa en arqueología submarina, un filón en estas costas.
Al sur, la bahía de Morbihan, seguramente una de las fortalezas naturales más perfectas del planeta. Hay vestigios prehistóricos que refrendan su importancia milenaria: desde el puerto de Larmor-Baden se llega a una islita, Gravinis, con restos megalíticos del 3.500 a.C.
La capital del departamento es Vannes, en el estuario del río Marle. Cuesta distinguir en esta región entre río, ría y entrante de mar, en un mapa tan garabateado. Lugar de retiro final del muy venerado valenciano San Vicente Ferrer, tiene una villa amurallada de base romana que compite en interés con las señoriales casas medievales -con colorista entramado de madera- que hoy albergan en sus bajos galerías de arte, cafeterías o bistrós.
Apenas a media hora en coche de Vannes, hay que parar en Auray a pasear por el puerto de Saint-Goustan, fiel a su diseño original del siglo XV. En temporada ofrecen ostras y otros mariscos a precio asequible en cualquiera de sus terrazas. Y de postre, hay que probar el kouign-amann (pronúnciese “cu-ña-mán”), “tarta de mantequilla local”, en bretón. Porque la personalidad bretona es de recias convicciones. Un ejemplo más: si el viajero quiere tomar un refresco de cola, seguramente le ofrecerán Breitz Cola, su versión de la chispa de la vida, difícil de encontrar.
Cómo llegar. Iberia Air Nostrum vuela de Madrid-Nantes, donde se alquilan vehículos de todas las compañías. Alquiler de barco con patrón. www.keylargo.bzh
Dónde dormir. Hotel Ty Mad (Groix).