El ISIS se ensaña con los chiíes en Afganistán
“Matan en mercados, escuelas y mezquitas y no se aclara quién fue”, dice una víctima
nocer la existencia de indicios concluyentes ha sido el ministro de Interior, Süleyman Soylu, quien ayer dijo a la agencia Anadolu: “Las pruebas son poderosas, pero esto es trabajo de la Justicia. La Justicia sacará todo esto a la luz”.
“El Gobierno turco está enfadado porque lo sucedido es una brutal violación de su soberanía y del protocolo diplomático, pero hay riesgos en mostrarse demasiado enfadado en público con Arabia Saudí”, sostiene Aaron Stein, autor de Turkey’s New Foreign Policy: “Es obvio que quien filtra esta información es la propia oficina de Erdogan para hacer que Arabia Saudí sienta la presión de la comunidad internacional”.
Investigación. Dado que las legaciones consulares son consideradas inviolables por la Convención de Viena para las Relaciones Diplomáticas, la policía turca no pudo registrar el consulado en busca de pruebas hasta recibir el permiso de Riad, lo que ocurrió el lunes, casi dos semanas después de la desaparición, y tras numerosas negociaciones. Los turcos accedieron antes a trabajar con un equipo de agentes saudíes enviados desde su país.
El presidente turco explicó el martes que se buscan rastros de “tóxicos”, utilizados, quizás, para disolver y hacer desaparecer el cuerpo del periodista, y también que algunas pruebas habían sido manipuladas “pintando sobre ellas”. Pero la investigación sí que logró hallar “ciertas pruebas” del crimen, aseguró una fuente turca a la agencia AP.
Salvar a MBS. Aún se desconoce quién será el que cargue con el muerto. Varios medios estadounidenses han publicado esta semana que Riad podría reconocer el crimen pero achacarlo a elementos “incontrolados” dentro de los servicios secretos, que habrían actuado sin el conocimiento de la cúpula saudí, lo que permitiría a MBS salvar la cara.
Washington también parece ir en este sentido. Trump tuiteó el martes que MBS le “negó cualquier conocimiento de lo ocurrido en el consulado”. ASESINADO UN CANDIDATO AL PARLAMENTO AFGANO. Abdul Jabar Qahraman, que aspiraba a un escaño en las elecciones, murió ayer por la explosión de un artefacto colocado en su oficina. Los talibanes, que boicotean los comicios, reivindicaron el atentado, en el que perdieron la vida otras tres personas. Cascotes, cristales rotos, puertas que se han salido de sus quicios... Poco ha cambiado diez meses después de que un terrorista suicida se reventara en el centro sociocultural Tebyan. Incluso los zapatos de muchas de las víctimas siguen abandonados en el semisótano. Desde entonces, al menos otros tres atentados igualmente mortíferos han sacudido la misma zona de Kabul, el barrio de Dasht-e Barchi, de mayoría hazara. Esta comunidad, que sigue la rama chií del islam, se ha convertido en uno de los objetivos favoritos de la franquicia local del Estado Islámico, empeñada en abrir una brecha sectaria en Afganistán.
“Como todos los jueves, se había organizado un debate con estudiantes de universidades y escuelas religiosas. Llegó un grupo numeroso y el vigilante de la cancela no pudo cachearlos a todos. Su compañero sospechó de uno de los asistentes, se acercó a él y se produjo la explosión”, relata Sayed Hasan Hoseini, director de la agencia de noticias Afghan Voice Agency, que se hallaba en la redacción, situada en el segundo piso.
Al menos 52 personas murieron. “Perdí a nueve periodistas”, recuerda Hoseini. Varios habían bajado a escuchar la charla organizada por el hoyatoleslam Hoseini Mazari, el fundador del centro. El Estado Islámico en la Provincia de Jorasán, como se autodenomina la rama local del ISIS, se responsabilizó de la matanza.
“No sé si ha sido el Daesh [despectivo para el Estado Islámico] u otro grupo. Lo que está claro es que hay un ataque sistemático a los chiíes. Quieren matar a nuestros líderes religiosos, figuras de la cultura, e incluso a nuestros atletas”, denuncia Hoseini en referencia al rosario de agresiones que han sufrido este año. Tras el del Tebyan, el grupo se ha atribuido atentados contra un local de registro de electores (en el que murieron 60 personas) y una academia de preparación de la selectividad, que causó 48 muertos.
Unas calles más allá se encuentra el lugar del último golpe terrorista, un complejo deportivo donde otro suicida acabó con la vida de una treintena de personas el pasado 5 de septiembre. La mayoría eran miembros del club de lucha Maiwand, que entrena en las instalaciones. El simbolismo es enorme para los afganos. La lucha olímpica ha sido tradicionalmente el deporte de los hazara y sus títulos en esa disciplina les han dado relumbre entre el resto de grupos étnicos del país (14, según la Constitución). Cuatro campeones de distintos pesos, todos hazara y miembros del Maiwand, murieron en el ataque.
Vista gorda policial
El gimnasio está cerrado esta mañana de miércoles, pero muy cerca vive el maestro Abbas, un luchador ya retirado que estaba dirigiendo el fatídico entrenamiento y perdió el brazo izquierdo en la explosión. “Oí un disparo. Me dirigí a la puerta para ver qué ocurría. Al ver al vigilante muerto, quise volver a cerrar, pero entonces el terrorista se hizo estallar y ya no recuerdo cómo me sacaron de allí”, rememora sentado frente al refresco con el que agasaja a sus visitantes.
Abbas, que ha vuelto a entrenar a los que quedan del grupo, se niega a aceptar que fuese una acción contra los chiíes. “El club está abierto a todos, entreno tanto a chiíes como a suníes. En este país los terroristas matan a la gente en escuelas, mezquitas y mercados y nunca se aclara quiénes son”, concluye escéptico.
Hasta ahora los chiíes (en su mayoría hazara y entre el 15% y el 20% de los más de 30 millones de afganos) no han entrado a trapo en la provocación sectaria. Pero el ataque al Maiwand amenaza con desbordar su paciencia. Se sienten acosados, desconfían del Gobierno y muchos están convencidos de que si la policía no tuvo que ver en el atentado, al menos hizo la vista gorda. De ahí que tanto Hoseini como Abbas relativicen la autoría del ISIS.
“La comunidad chií no está protegida. Por eso me presento a las elecciones [del próximo sábado]”, declara Ruqia Alimi. La candidata es una chií de los sadat, que trazan su linaje hasta Mahoma. Los atentados sólo añaden dolor a su situación”, explica convencida de que, sea quien sea el autor, busca usar las diferencias etnosectarias para dividir el país.