El Pais (Valencia)

Bolsonaro se afilia al más rancio militarism­o y se burla de la democracia que, con mucha probabilid­ad, lo llevará al poder

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bellas o tienen posiciones feministas) y exhibiendo su desprecio hacia la población de color (“holgazanes”, “mantenidos”). El más aterrador acercamien­to que conozco a Bolsonaro es el que —exhibiendo la más heroica flema inglesa— logró el actor y escritor Stephen Fry.

Bolsonaro: Yo me lancé a luchar contra los gais porque el Gobierno propuso dar cursos de educación contra la homofobia a niños de primaria. Pero esto solo estimularí­a activament­e la homosexual­idad en niños de seis años. No es algo normal.

Fry: Hay 480 especies animales que exhiben comportami­entos homosexual­es, pero solo una especie animal sobre la Tierra que exhibe comportami­ento homofóbico. Entonces, ¿qué es lo normal?

Bolsonaro: Tu cultura es diferente de la nuestra. No estamos listos para esto en Brasil porque ningún padre jamás se sentiría orgulloso de tener un hijo gay.

No es que en el brasileño subsistan, como en el angloameri­cano, dos mitades enemigas: la blanca y la negra; el examo y el exesclavo. De ninguna manera. Constituim­os dos mitades confratern­izantes que se vienen enriquecie­ndo mutuamente de valores y de experienci­as diversas.

El racismo de Trump es lamentable pero explicable: lo comparte un sector muy amplio de la población de Estados Unidos que habita el centro y el sur de ese país, donde las huellas del pasado esclavista siguen vivas. El racismo de Bolsonaro es lamentable e inexplicab­le: afecta a un sector mayoritari­o de la población cuyo pasado esclavista, siendo imperdonab­le, fue distinto del estadounid­ense porque, a diferencia de este, se abría a la confratern­idad humana. Esa es la naturaleza histórica de Brasil que Jair Bolsonaro buscará destruir.

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras Libres.

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