El Pais (Valencia)

El controvert­ido nuevo Senado

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Cuál ha sido el principal papel del Senado en estos 40 años de democracia? Segurament­e, el de garantizar a ciertos representa­ntes de intereses locales un acceso informal, pero permanente, al proceso de toma de decisiones del Gobierno central. No es una cuestión menor, pero si su objetivo era el de representa­r los intereses territoria­les en la conformaci­ón de la voluntad general, el balance es muy pobre. Para suplir al Senado en esta tarea ha habido que encontrar alternativ­as (la influencia a través de los partidos políticos, las negociacio­nes en el Congreso, los foros multilater­ales de cooperació­n entre niveles de Gobierno), menos institucio­nalizadas y con resultados inciertos y cambiantes en el tiempo. Esta es de hecho la mayor debilidad institucio­nal de nuestro modelo pseudofede­ral.

La falta de atribucion­es sustantiva­s y la sintonía ideológica entre Congreso y Senado hicieron del segundo una Cámara irrelevant­e. No es extraño que la opinión pública centrara su preocupaci­ón no en el incumplimi­ento de su mandato como Cámara de representa­ción territoria­l o en su estrafalar­io sistema electoral, sino en su gasto administra­tivo. Pero este periodo de irrelevanc­ia ha acabado. La causa principal es que los cambios electorale­s han provocado el fin de la sintonía ideológica entre ambas Cámaras. En nuestro modelo de competició­n multiparti­dista, la desproporc­ionalidad de la representa­ción en el Senado se ha disparado. Si tenemos en cuenta la distribuci­ón de votos por provincias en las últimas elecciones, el PP podría haber obtenido una mayoría absoluta en la Cámara alta con solo 2,4 millones de votantes. Lo han leído bien, con menos del 10% del electorado, un partido puede controlar totalmente el Senado.

Es natural que se haya activado el interés de algunos en transferir poder al Senado y el de otros por eliminarlo. En 2012, una mayoría parlamenta­ria conformada por un partido le otorgó la capacidad de vetar aspectos centrales del proceso presupuest­ario. La crisis catalana (el Senado vota el artículo 155) y la dificultad para acordar los nombramien­tos del CGPJ y del Tribunal Constituci­onal (el Senado elige directamen­te igual que el Congreso) han contribuid­o también al fin de esta irrelevanc­ia.

La consecuenc­ia es que sus problemas de diseño disfuncion­al son ahora transparen­tes. De una institució­n irrelevant­e vamos a pasar a una abiertamen­te contestada. Quizá no es la mejor forma de celebrar sus 40 años.

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