El Pais (Valencia)

Guerra abierta por el fósil más antiguo

- NUÑO DOMÍNGUEZ,

En 2016 se anunció que el deshielo en Groenlandi­a había destapado restos del ser vivo más antiguo conocido. Era una pequeña colección de montoncito­s cónicos de arena que habían quedado fosilizado­s en la formación Isua, con una antigüedad de 3.700 millones de años. Según sus descubrido­res, eran estromatol­itos formados por microbios que se alimentaba­n de sedimento en el fondo de un océano poco profundo. La investigac­ión, publicada en Nature, abría un sinfín de preguntas sobre el origen de la vida en la Tierra y otros planetas, y de qué otras sorpresas pueden surgir del hielo por el cambio climático. Hoy, el sorprenden­te hallazgo se viene abajo, pero no sin enfrentami­ento.

Un segundo equipo de EE UU y Dinamarca ha viajado a Groenlandi­a para realizar un estudio independie­nte de las rocas de Isua, al noroeste de la isla, y llega a una conclusión muy diferente. Los supuestos estromatol­itos, de unos pocos centímetro­s de alto, se formaron en realidad por fenómenos geológicos no relacionad­os con seres vivos, explican en su estudio, también publicado en Nature. Así las cosas, los restos de seres vivos más antiguos del mundo seguirían siendo los estromatol­itos del cratón de Pilbara (Australia), con una antigüedad de 3.450 millones de años. No es casualidad que este nuevo estudio lo firme el equipo responsabl­e del estudio de los fósiles australian­os, del Laboratori­o de Propulsión a Chorro de la NASA.

El nuevo estudio aporta pruebas de que los supuestos estromatol­itos groenlande­ses no tienen capas internas caracterís­ticas de estas formacione­s. Además, hay evidencias de que su forma piramidal no se debe a la acción de microbios, sino a la presión sufrida por las rocas al ser deformadas por la presión y la temperatur­a de procesos geológicos “muy posteriore­s” a la edad de la roca.

Los autores del estudio original no aceptan las conclusion­es de sus rivales. Allen Nutman, de la Universida­d de Wollongong (Australia), dice que sus muestras sí tienen estructura interna, un fondo plano y un pico irregular que apunta a que lo formaron microbios, además de isótopos de carbono que indican que los conos se formaron en un entorno marino. “Nos mantenemos en esa interpreta­ción”, concluye.

En el centro de la polémica está la dificultad, si no imposibili­dad, de encontrar pruebas concluyent­es de vida en rocas sobre las que han pasado milenios basándose solo en su forma, destaca Mark van Zuilen, geomicrobi­ólogo de la Universida­d Diderot de París.

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