El Pais (Valencia)

Gloria para Pratto y Quintero

El delantero argentino y el centrocamp­ista colombiano, fuera habitualme­nte de los focos, se convierten en las grandes estrellas

- JUAN I. IRIGOYEN,

que no tiene un Palacios, se encomendab­a a Pablo Pérez, futbolista con cicuta en los tacos. Más directo Boca, con más carrete River. Imprecisos los dos.

De otro de los innumerabl­es chascos llegó el gol de Boca. El tanto partió de un ataque de River y una cantada del portero xeneize Andrada. El balón salió escupido hacia el uruguayo Nández. Y el charrúa mereció el brindis de los espectador­es incoloros que mendigaban una chispita de fútbol. A su asistencia respondió en estampida Benedetto, más ágil que los rígidos centrales de River. A los muchachos del Muñeco Gallardo les tocaba remar como nunca. Los de Barros Schelotto, con confetis por refugiarse en las cuerdas.

Prórroga y expulsión

No hubo disimulos y cada cual expuso el relato previsto, aunque se rebajaron los borrones y el partido fue un pelo más pinturero. A Boca le costaba un océano hilar una contra. A River le suponía un reto alpino dar con Andrada. A los de Núñez, si acaso con un punto mayor de finura, les faltaba Palacios, extraviado en un encuentro tan selvático. Pero encontró una rendija, se alió con Fernández y Pratto, hasta entonces solo un combatient­e con los centrales adversario­s, vio la puerta abierta de par en par. Inopinadam­ente, en un duelo tan legionario, con tantos cocodrilos, los goles llegaron como ahijados de las mejores jugadas de la noche. Abrochado el empate ya no hubo remedio y esta final para la eternidad se eternizó un poco más con una prórroga. Los futbolista­s, con el corazón en los huesos y el cuerpo apalizado. Sus militantes, con el alma a dieta y las gargantas cocidas a fuego, en Madrid y en Buenos Aires.

Al primer instante del tiempo extra fue expulsado Barrios, al que ya le colgaba una amarilla, por advertir el árbitro una pisada a Palacios. Todo a favor de River, obligado por la ventaja numérica. Para colmo, Andrada, su guardameta, con una pierna tiesa. Congojas para Boca, para entonces ya gobernado por Gago, que aún tiene algo de poso, por más que le falle la carrocería. A su compás, los penales eran el horizonte de la resistenci­a xeneize. La geometría de River ya era otra desde que a la hora irrumpió el menudo y habilidoso Quintero. Por fin alguien intrépido. Afeitado Boca y con el colombiano como agitador, el éxtasis millonario llegó a los cuatro minutos del segundo tiempo añadido.

Cuando cabía concebir un empate a perpetuida­d, Quintero reventó la portería del cojo Andrada con un zurdazo explosivo, otro gran gol. Los de la Bombonera se engancharo­n a Tévez, pretoriano de Boca a punto de marchitar. Ya no hubo remedio, pese a un remate al poste del xeneize Jara a un parpadeo del cierre. Precedente del 3-1 de Pity Martínez. River se llevó la gloria monumental de una final que nunca pareció tener final. Y dejará cháchara, chanzas y jodas de generación en generación. Las radios de la policía no paraban de sonar. Entonces, emergió una incómoda tensión en la Calle del Padre Damián. Se acordonó a los aficionado­s tras una valla de seguridad y el silencio se apoderó de los seguidores, más curiosos que expectante­s, mientras de fondo se escuchaban a los aficionado­s más ruidosos. Lejos, en cualquier caso, de donde estaba la acción. Sin riesgo, apareció el autocar de River Plate por la orilla del Santiago Bernabéu y fue imposible no contagiars­e con la emoción de los muchachos de Marcelo Gallardo que saltaban, golpeaban las ventanilla­s y cantaban. “¡Vamos River!”, se despertó la hinchada. Chamartín, sin embargo, no es Núñez.

La afición de River entendió de entrada la tradición del speaker, en Argentina conocida como la voz del estadio. El Monumental no cita las alineacion­es con los nombres de pila de los jugadores para que la hinchada coree sus apellidos. Pasaron por desapercib­idos los tres primeros millonario­s que cantó el speaker, justamente los referentes de los seguidores del club de la banda, Armani, Maidana, Pity Martínez, también Ponzio. Ya le habían pillado el truco cuando le llegó el turno a Pratto. Paradójica situación para el delantero argentino, en general indiferent­e para la afición, condiciona­do por su falta de puntería. La hinchada de Boca ignoró al speaker cuando nombraba a sus muchachos, no la de River, que contestó con un “puto” a cada jugador xeneize.

Pasó como si el grito de la hinchada fuera el despertado­r para sus jugadores, mientras que los referentes parecían dormidos en Chamartín. El delantero marcó el gol más importante desde que aterrizó en el Monumental, definitiva­mente uno de los más importante­s en la historia de River, el del empate en la segunda parte.

A Ponzio, exjugador del Zaragoza, que se había perdido el duelo de ida por una lesión muscular, le favoreció la suspensión del duelo de vuelta, el pasado 24 de noviembre. Acusó el chico de River la falta de ritmo en el Santiago Bernabéu. Impreciso con el cuero, lento en los cruces. Lo sufrió Matías Biscay, el segundo entrenador, que sustituyó en el banquillo al suspendido Gallardo, y más lo padeció la zaga millonaria, que se desfigurab­a en cada transición del cuadro de la Boca. Pifió en un control en la puerta del área, que solucionó con una dura falta. Pronta amarilla para un mediocentr­o que acostumbra a jugar al límite.

Los inesperado­s

Ponzio nunca pudo pegar las líneas de River. Situación que condicionó a los centrales, sobre todo a Maidana. El zaguero, único futbolista que levantó la Libertador­es con Boca (2007) y River (2015), nunca estuvo a gusto en el Bernabéu. Le generó el primer susto de la final a Armani con un mal despeje, mal ubicado en el gol de Benedetto, siempre dubitativo en los centros cruzados de Pavón y Villa. Reaccionó Biscay, que reemplazó a Ponzio por el tan intermiten­te como desequilib­rante Quintero. El colombiano enchufó al cuadro de la banda, junto con Palacios, también clave en la reacción de River. Si el plan A con una nueva variante táctica de Gallardo, con el 4-5-1, no le funcionó, sí lo hizo el plan B.

Un nuevo sistema y el fútbol de Quintero activó al menos esperado: Pratto. El delantero llegó a River por 9,2 millones de euros, fichaje millonario para los millonario­s, pues nunca en Núñez se había pagado tanto por un futbolista. El delantero, mudo de goles en la Superliga, marcó su sexto gol en la Copa Libertador­es, el tanto que desinfló a Boca en el Santiago Bernabéu.

Pero si la Gran Final premió a Pratto, catapultó a lo más alto de la historia de River a Juan Fernando Quintero. El colombiano primero le dio fútbol al cuadro de la banda, y después cantó el gol de los goles. Un golazo único para un partido único. No se termina de enganchar el volante en el equipo de Gallardo, mucho menos en los seguidores. Hoy, no hay dudas. Si la hincha de River reivindicó a Pratto, el nombre de Quintero ya está marcado para siempre en la historia grande, definitiva­mente infinita, de River. En Chamartín no hubo noticias de Maidana, de Ponzio ni de Martínez, que solo apareció en la última galopada para cerrar la final. Los referentes se quedaron en silencio en el Bernabéu, y en cambio apareciero­n los inesperado­s: Pratto y Quintero, para la gloria eterna.

 ?? / PAUL HANNA (REUTERS) ?? Quintero marca el segundo gol de River.
/ PAUL HANNA (REUTERS) Quintero marca el segundo gol de River.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain