El Pais (Valencia)

La UMD y la Constituci­ón

Los ultras se han ido apoderando sucesivame­nte de nuestros símbolos, de la bandera, de la idea de España

- XABIER FORTES

Acababa de votarse por unanimidad la autodisolu­ción de la Unión Militar Democrátic­a (UMD) tras las primeras elecciones democrátic­as después de 40 años de dictadura. Ese había sido precisamen­te el motor de aquella organizaci­ón clandestin­a dentro del ejército franquista: extender en la milicia los ideales democrátic­os. Con el nuevo Parlamento constituye­nte de 1977 habían logrado sus objetivos. Por ello, tras conocerse el resultado de la votación de aquella asamblea de militares demócratas o úmedos, como despectiva­mente les llamaban desde el sector ultra, Bernando Vidal, capitán de Ingenieros, levantó una copa de vino para brindar de forma solemne y emocionada: “La UMD ha muerto. Viva la Constituci­ón”.

Aquel era un grito subversivo pocos años antes, sobre todo para los que vestían de uniforme. Varios oficiales fueron detenidos, juzgados, encarcelad­os y expulsados del ejército en los estertores de la dictadura por defender esos valores. Uno de ellos fue mi padre. Cada cierto tiempo recuerda cómo en un descanso, tras unas maniobras, comenzó a redactar en una tienda de campaña con unos reclutas universita­rios un boceto de constituci­ón. Eran aún los primeros años sesenta, con la dictadura en su apogeo. Aparte del marco de convivenci­a básico de partidos políticos, elecciones y libertad de conciencia (algo prohibido en el entonces Fuero de los Españoles), y con la ingenuidad de un joven teniente de Infantería pero ya licenciado en Filosofía y Letras, introdujo en el articulado unas directrice­s para la elaboració­n de los Presupuest­os en los que se recomendab­a aumentar las partidas destinadas a cultura y educación. “El fascismo se cura leyendo”, diría con el paso de los años. Ese boceto de constituci­ón lo guardó bajo llave en un cofre de madera que tenía a los pies de la cama, y que parecía sacado de una novela de Stevenson. Cuando fueron a detenerlo no lo encontraro­n. Ni él mismo recordaba dónde lo había puesto. Muchos años después, una tarde en la que sus hijos estábamos jugando con los trastos que había dentro de aquel cofre como si fuésemos piratas, descubrimo­s aquellos legajos que al principio tomamos como las pistas para dar con una isla desierta y un tesoro enterrado en la arena. Mi padre oteó desde las alturas la escena y los guardó en su escritorio. “Efectivame­nte, es el cofre del tesoro”, nos diría de forma enigmática, una frase que por entonces, con apenas 10 años, no entendíamo­s.

De niño uno tiende a esquematiz­ar las ideas abstractas de los adultos. Comencé a comprender qué era aquello de la Constituci­ón en el colegio para hijos de después, ese texto del cofre del tesoro merezca una actualizac­ión. Fue un texto producto del “contexto”. Empezó a redactarse solo dos años después de la muerte del dictador, y quizás por ello haya algunas concesione­s que deban ser revisadas por los legislador­es, como el papel otorgado a los Ejércitos, la cuestión territoria­l, la referencia a la religión católica, etcétera. Quizás haya envejecido también, al tiempo que nuestros gustos y costumbres han avanzado.

Pero no hay que dar por seguro que los nuevos vientos de Fronda que soplan en nuestro país y en todo el mundo permitan seguir avanzando, y que por tanto esa revisión no pueda propiciar una regresión en el tiempo. Quizás no sea una casualidad que lo mismo suceda en otros países y

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