Con todos sus errores, el texto constitucional nos ha acompañado en los mejores años de nuestra historia. Pasamos a ser ciudadanos libres
militares en el que cursaba 5º de EGB en 1977. Y ya se sabe que los niños raramente se equivocan. Cuando vi al padre de un compañero escupir sobre la pantalla del televisor una mezcla de galletas y café, y farfullar la palabra “traidor” al aparecer Adolfo Suárez hablando de la Constitución, entendí que aquel hombre era necesariamente una buena persona, y que la Constitución también debía de serlo. Los ultras odiaban más a Suárez que a Carrillo.
Han pasado 40 años de aquellas fechas y la intuición de infante preadolescente no creo que me haya fallado. Con todos sus errores, ese texto constitucional nos ha acompañado en los mejores años de nuestra historia. Pasamos de ser súbditos de una dictadura a ser ciudadanos libres de una democracia que eligen a sus gobernantes. No siempre con acierto, pero no creo que de eso deba acusarse a la Constitución.
Pocos dudan que cuatro décadas latitudes. Salvini, Orbán, Trump, Bolsonaro, Duterte… Eso sí es una conjunción planetaria en la que no se pone el sol, y no aquella de Obama y Zapatero.
La Constitución de 1978 comienza en su preámbulo diciendo que España es un Estado social y democrático de derecho. Y esa palabra, social, marca ya de inicio una senda; obliga en teoría a que los Gobiernos se ocupen tanto de nuestros derechos individuales como de nuestro bienestar, de que tengamos un trabajo digno o una vivienda digna en tiempos de desahucios y salarios esclavistas. Otra cosa es que se cumpla el espíritu de 1978, que se cumpla la ley de leyes. Desde entonces, los ultras se han ido apoderando sucesivamente de nuestros símbolos, de la bandera, de la idea de España. Ya solo les queda apoderarse también de la Constitución para poder luego hornearla a su gusto.
Xabier Fortes
es periodista.