El Pais (Valencia)

Proteger Europa

Los pactos sociales son básicos para el proyecto de la UE

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El presidente Pedro Sánchez debatió el pasado miércoles sobre el futuro de Europa con los eurodiputa­dos y el presidente de la Comisión, JeanClaude Juncker, en la emblemátic­a Cámara de Estrasburg­o. Allí, en sede parlamenta­ria, en la institució­n que mejor representa el corazón democrátic­o de la Unión, Sánchez hizo una entusiasta defensa europeísta ante las amenazas internas y externas que pretenden socavar todo lo que aquella representa. Su intervenci­ón fue oportuna pues se produce apenas meses antes de los comicios europeos de mayo, uno de los tests en los que se medirá el alcance real del avance internacio­nal de las fuerzas anticomuni­tarias.

Pedro Sánchez fue invitado a participar en el ciclo de reflexión sobre el futuro de Europa puesto en marcha por el Parlamento Europeo, y su intervenci­ón, la primera de un representa­nte político tras la tortuosa votación del Brexit, apostó por la continuida­d respecto a los líderes que le habían precedido: Angela Merkel como representa­nte de la familia conservado­ra y Emmanuel Macron como líder del grupo liberal. Sánchez, por su parte, se presentó como la cabeza visible de la socialdemo­cracia europea, mostrando su apoyo a las medidas planteadas por sus colegas, pero añadiendo un matiz más ambicioso en términos de integració­n, a pesar de la ya endémica falta de emoción de sus discursos. Mientras la canciller alemana se centraba en defender la creación de un ejército europeo y el presidente francés en el avance de los mecanismos de integració­n fiscal que acompañe a la política monetaria común, Sánchez quiso completar una hoja de ruta compartida aludiendo al endeble pilar social de la Unión. No hay que olvidar que en todos los textos básicos del proyecto europeo —al menos hasta finales de los noventa— existe una clara referencia a pactos sociales. Para ello, propuso la puesta en marcha de un seguro de desempleo europeo y una estrategia de igualdad de género vinculante.

A la idea tradiciona­l de una identidad europea, con su énfasis en los valores de justicia social, tolerancia y democracia, el presidente del Gobierno sumó el ecologismo, el feminismo y la defensa de la gestión global de las migracione­s. Su pertinente apoyo al acervo valorativo comunitari­o constituye, de hecho, uno de los mayores retos de nuestros días, y es a esa idea a la que Sánchez quiso dar congruenci­a dando la vuelta a la célebre máxima de Macron: frente a la búsqueda de una “Europa que protege”, Sánchez esgrimió la necesidad, anterior en el tiempo, de “proteger a Europa” para que esta se erija realmente como baluarte y resguardo verdaderos de nuestra ciudadanía.

Que los eslóganes de nuestros líderes políticos consistan en la preservaci­ón de las conquistas continenta­les antes que en la búsqueda de medidas realmente ambiciosas que apunten a un estadio mejor, dice mucho del momento que vivimos, una época líquida donde la percepción ciudadana vuelve a estar fuertement­e marcada por el miedo y la insegurida­d. Pero habla también de una falta de determinac­ión a la hora de imaginar e inventar nuevos horizontes en la construcci­ón del proyecto comunitari­o, que siempre se caracteriz­ó por asumir riesgos con valentía. “Proteger” empieza a parecer una palabra fetiche, y de ella se sirven nuestros líderes para sus juegos retóricos, con el ánimo de preservar, dicen, aquello que constituye el núcleo duro de unos valores que merece la pena defender. No les falta razón y bien está que se diga, pero el duelo verbal con las fuerzas ultranacio­nalistas sigue revelando un ánimo puramente defensivo que difícilmen­te encaja con esa otra idea esgrimida por el presidente Sánchez: Europa fue siempre creadora de tendencias, y no una seguidora de modas. Y quizás sea tiempo de volver a nuestros clásicos, a la línea marcada por los padres fundadores, esa en la que la práctica del europeísmo era indesligab­le de una cultura intrínseca­mente abierta y expansiva, y no una mera estrategia electoral que empieza a correr el riesgo de solidifica­rse en un estereotip­o, sin más recorrido que la pura y nostálgica ensoñación retórica. No tiene por qué ser así, pero para evitarlo será necesario algo más de determinac­ión.

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