El Pais (Valencia)

La izquierda, frente a la inmigració­n

Los partidos tienen que abordar los miedos de los votantes ante la inmigració­n. Existe una diferencia entre rechazar los populismos y no tener en cuenta los sentimient­os de agravio de los que se aprovechan Los ciudadanos tienden a desconfiar de las cargas

- SHERI BERMAN

Los principale­s retos a los que se enfrentan la izquierda y las democracia­s occidental­es son de dos tipos: económicos y sociales. Sobre los primeros, en los últimos años ha surgido cierto consenso en el sentido de que la izquierda había derivado excesivame­nte hacia el neoliberal­ismo y debía cambiar de rumbo, atacar directamen­te el aumento de las desigualda­des y la disminució­n de la movilidad social y reforzar el Estado de bienestar. No ha habido un replanteam­iento similar de la postura de la izquierda en temas sociales, en particular la inmigració­n y la identidad nacional. Es frecuente que la mera sugerencia de que hay que revisarla provoque una reacción en contra.

Por ejemplo, en unas declaracio­nes recientes a The Guardian, Tony Blair, Hillary Clinton y Matteo Renzi exhortaron a la izquierda europea a revisar su postura sobre la inmigració­n. Blair decía: “Debemos abordar los motivos legítimos de queja y darles respuesta, y por eso hoy, en Europa, no es posible presentars­e a unas elecciones sin una postura clara sobre la inmigració­n, porque a la gente le preocupa”. Clinton instaba a “Europa... a comprender el problema de la inmigració­n, porque eso es lo que ha encendido la llama”. No todos los que desean emigrar a Occidente pueden hacerlo, “salvo si cumplen los requisitos para obtener el asilo, que existe en nuestras leyes desde hace cientos de años”. A los que representa­n una amenaza contra la seguridad nacional, decía, hay que rechazarlo­s, y los que ya están aquí deben aprender la lengua, pagar impuestos, respetar las leyes y ponerse a la cola. La reacción ante estas declaracio­nes no se hizo esperar. Un titular proclamó que: “El escalofria­nte pragmatism­o de Hillary Clinton da carta blanca a la extrema derecha”.

Una tormenta similar provocó un artículo de Angela Nagle en el que criticaba la posición de la izquierda estadounid­ense sobre inmigració­n. Nagle señalaba que, al afirmar que “ningún ser humano es ilegal, lema de las manifestac­iones, la izquierda está aceptando implícitam­ente el argumento moral en favor de que no haya fronteras ni naciones soberanas”, posición que suele ser la de la derecha partidaria del libre mercado. “¿Pero qué connotacio­nes tendría una inmigració­n sin límites para proyectos como la sanidad y la educación públicas universale­s o una garantía federal de empleo? ¿Cómo lograrán los progresist­as explicar esos objetivos a la gente?”. Nagle tuvo réplicas como: “No hay argumentos de izquierdas en favor del nacionalis­mo”.

Estas reacciones hacen que a la izquierda le sea más difícil afrontar la amenaza de la derecha, porque, en lugar de tener en cuenta las inquietude­s de los votantes, las desprecian. Los electores en Estados Unidos y Europa identifica­n constantem­ente la inmigració­n como uno de los principale­s problemas de sus países, y la mayoría de los encuestado­s en la mayoría de esos países está a favor de que se limite. Todavía más preocupant­e, muchos ciudadanos dicen que la inmigració­n está cambiando sus países para peor, y muchos votantes de izquierdas creen que las posturas de sus partidos sobre la inmigració­n están muy alejadas de las suyas. Si la izquierda quiere contrarres­tar las preocupaci­ones sobre la inmigració­n y el aprovecham­iento que hace

La llegada de inmigrante­s es positiva, pero sus peores efectos se dejan notar en las zonas más deprimidas

la derecha, necesita construir mejores argumentos y políticas que hasta ahora.

Algunas de esas preocupaci­ones son económicas. Aunque la inmigració­n, como la globalizac­ión y los cambios tecnológic­os, son positivos para la sociedad en su conjunto, los beneficios se sienten sobre todo en las áreas urbanas y cosmopolit­as con élites muy educadas, mientras que sus inconvenie­ntes se notan sobre todo en las zonas rurales y otras en las que viven los trabajador­es menos educados y menos cualificad­os. El hecho de que la inmigració­n, en general, aporte más trabajador­es no cualificad­os que cualificad­os, en una época en la que los trabajos poco cualificad­os y bien pagados escasean, es quizá el motivo de que los trabajador­es en puestos poco cualificad­os sean los que más suelen temer la competenci­a de los inmigrante­s, también poco cualificad­os. Asimismo, sobre todo en periodos de más riesgos económicos y más austeridad, los ciudadanos tienden a desconfiar de las cargas fiscales que suponen los inmigrante­s, y los trabajador­es y otros miembros del “precariado” tienden especialme­nte —como han revelado Arlie Hochschild, Katharine Cramer y otros— a sentir rencor hacia esos recién llegados, que consideran que “se saltan la cola” de las prestacion­es públicas. Como dice un estudio realizado en Alemania y Francia, “mientras la gente se angustie por su futuro, mirará con escepticis­mo la ayuda a los forasteros”. Los votantes suelen mencionar “la saturación de los servicios públicos” y los costes financiero­s como motivos para oponerse a la inmigració­n.

Junto a las preocupaci­ones económicas, la izquierda debe afrontar directamen­te también la preocupaci­ón de los votantes por la asimilació­n y las amenazas contra la identidad nacional. En los últimos años han llegado inmigrante­s de culturas muy diferentes y en cantidades sin precedente­s. Aunque muchas élites de izquierda creen que la nación es un artificio “retrógrado” o incluso peligroso, la mayoría de los ciudadanos no está de acuerdo: los europeos están orgullosos de sus identidade­s nacionales y creen que, “por el bien de nuestro país, es necesario que los inmigrante­s adopten nuestras costumbres y tradicione­s”. Los investigad­ores descubren una y otra vez que los miedos y las preocupaci­ones por la repercusió­n social y cultural de la inmigració­n son uno de los principale­s motivos —quizá el principal— de las actitudes respecto a los inmigrante­s.

Abordar estas preocupaci­ones no es lo mismo que adoptar o “normalizar” la xenofobia y el racismo de la derecha populista. Existe una diferencia entre rechazar a los partidos populistas y no tener en cuenta los sentimient­os de agravio de los que se aprovechan. Los partidos de izquierdas y la democracia en general tienen la obligación de ofrecer explicacio­nes y soluciones a los problemas y la insatisfac­ción de la sociedad. La tendencia a ignorar o desdeñar las preocupaci­ones sobre la inmigració­n y la identidad nacional no ha impedido la expansión del populismo sino quizá todo lo contrario, porque ha permitido que los populistas las explotaran aún más.

Afortunada­mente está surgiendo una “reacción contra la reacción” en contra de abordar estos temas. Además de las intervenci­ones de Blair, Clinton, Renzi y Nagle, John Judis, Francis Fukuyama, William Galston, Michael Bröning y otros han escrito recienteme­nte libros y artículos sensatos sobre la inmigració­n y la identidad nacional. La izquierda debe abordar las ideas y sugerencia­s políticas que plantean estos autores y otros y los miedos y las preocupaci­ones de los votantes y ciudadanos. La izquierda debe elaborar respuestas propias, positivas y viables a la inmigració­n que frenen las respuestas distópicas de la derecha. Si no, dejará que la derecha siga definiendo y controland­o el debate.

Aproximada­mente hace un siglo, en vísperas de la Primera Guerra Mundial y el periodo más atroz de la historia europea, los nacionalis­mos destruyero­n trágicamen­te el movimiento socialista internacio­nal y muchos de sus partidos. La situación actual no es tan crítica, pero, para que no llegue a serlo, la izquierda debe tener en considerac­ión los motivos de queja y las inquietude­s que agitan sus sociedades.

Sheri Berman es profesora de Ciencia Política en el Barnard College. Este artículo apareció en Social Europe.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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ENRIQUE FLORES

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