Entre la euforia y la angustia
Providencial, accidentalmente, la Convención Nacional del PP coincide con la investidura de Juan Manuel Moreno como presidente de la Junta de Andalucía. Fue el pasado mes de octubre cuando Génova redondeó las fechas de la terapia de grupo, pero resultaba temerario o ingenuo imaginar entonces que la primera kermés de Casado coincidiría no ya con la capitulación de la mayor fortaleza socialista sino con el cambio de las inercias de la política nacional.
La conquista del palacio de San Telmo representa un acontecimiento propicio a la euforia de los populares, un ejercicio de autoestima a la gloria de Casado mismo, pero la salud del PP se resiente de un escenario hostil que han recrudecido el enemigo natural (PSOE), la rivalidad liberal de Ciudadanos, la competencia ideológica de Vox y las discrepancias internas a las que ha puesto envergadura o cordura la autoridad de Núñez Feijóo.
El presidente gallego tuvo que intervenir para recuperar el discurso ortodoxo de la violencia de género. Y volvió a hacerlo el lunes en los micrófonos de Carlos Alsina para enfatizar la idiosincrasia ultraderechista de Vox. No sólo por razones académicas, sino porque Feijóo, llamado a presidir la Convención Nacional, representa la corriente que discrepa o abjura del discurso populista, visceral del PP en sus complejos miméticos. Perseguir a Vox en su territorio implica el peligro de acabar atrapado en él. Y supone un riesgo disuasorio de los votantes. Bien porque prefieran el original a la copia. O bien porque la testosterona de la derecha desacomplejada predispone la fuga de votos hacia el centro, especialmente si Ciudadanos recupera el modelo liberal (economía) y progresista (libertades) que el propio Feijóo ha consolidado en el territorio de Galicia.
La irrupción de Vox era un escarmiento al marianismo que ha padecido Casado de forma inapropiada y extemporánea, pero sí corresponde al nuevo presidente popular la decisión del rumbo que adopta el PP. La tentación populista garantiza por retirar las palabras “humanismo cristiano” de la definición ideológica de los estatutos, el concepto, introducido en 1977, permanece. El último congreso, no obstante, autorizó el voto en conciencia (es decir, suprimir las multas por romper la disciplina en cuestiones como el aborto) y las primarias. “Huíamos de ellas porque provocan una división brutal, pero la sociedad se impone”, afirma un veterano militante que pide el anonimato para no perjudicar su actividad actual.
Cuando pedían “descentralización”.
Hoy, Casado apuesta por recentralizar las competencias en Educación, pero en la ponencia política de 1989, el PP valoraba las “realidades regionales” y pedía un “mayor grado efectivo de descentralización” frente a un “sistema autonómico concebido como aparato ortopédico y uniforme para todos”. Fueron los nacionalistas catalanes y vascos quienes dieron al PP su primer Gobierno en 1996. Era la época en la que Aznar hablaba “catalán en la intimidad”.
Vox y el giro a la derecha.
“La principal debilidad del PP en 1989 era la fortaleza de Felipe González. Vencerle era extraordinariamente difícil. Y la principal fortaleza, que agrupaba todo desde el PSOE hasta el abismo de la extrema derecha”, afirma uno de los pesos pesados del partido entonces. “La principal debilidad actual es que donde antes había un actor, ahora hay tres. Si, como está haciendo Casado, te escoras a la derecha, te arriesgas a que el sector más templado de tu electorado se desplace a Ciudadanos y que blanquees a Vox, que los ciudadanos dejen de verlo como una opción extravagante. Y la principal fortaleza ahora es la renovación del liderazgo. Casado está en mejores condiciones para enfrentarse a Rivera y a Sánchez porque no es el pasado. Pero es más potente la debilidad que la fortaleza. La situación actual es tremendamente difícil para el PP”, añade.
acuerdos de Gobierno en comunidades y municipios tanto como expone a los populares a un deterioro electoral, patrimonial y conceptual.
Vox es un partido venenoso que aspira a intoxicar al PP, diezmarlo, conducirlo a una degradación, retratarlo en la cobardía que la ortodoxia derechista —Aznar, Esperanza Aguirre— atribuía al manierismo del marianismo. La fractura de los patriarcas es tan evidente que Rajoy y Aznar han declinado la propuesta de coincidir en la Convención. Casado los recibirá en jornadas distintas, como si tuviera que decantarse entre la mesura que representan Feijóo y Moreno, y la ferocidad del ala justiciera.
No puede ser lo mismo votar al PP que a Vox. Admitirlo, fomentarlo, asimilarlo, tanto desdibuja la credibilidad de los populares en el espectro democristiano, homologable, europeísta, liberal, como favorece la ferocidad de Santiago Abascal a lomos de Incitatus.