Una “radiografía emocional”
Perseguida tanto por algunos sectores de la izquierda como por los falangistas, Clara Campoamor inició en Argentina en 1938 un exilio en el que las circunstancias le empujaron a aparcar su faceta de activista política y abogada. Así afloró, explica la investigadora Beatriz Ledesma, “su vocación dormida por la literatura”. Una pasión que ha conseguido rescatar del olvido con Del amor y otras pasiones, en el que ha compilado 29 artículos de la intelectual publicados entre 1943 y 1945 en la revista femenina Chabela, una de las numerosas
Dos entrevistas a la pensadora, publicadas en Caras y caretas en 1932 y 1933, encabezan la edición. En ellas, Campoamor habla, entre otras cosas, del papel de la mujer. Por ejemplo, se refiere a un tema de marcada actualidad, el lenguaje inclusivo, sobre el que defiende para los “cargos, honores o profesiones que la mujer conquista por sí misma” terminaciones comunes con cambios de articulo, como en el/la pianista. Eso sí, acaba diciendo sobre el tema: “En ningún caso sería esta una cuestión que hubiera de restarme media hora de sueño”. Robles destacó ayer este último giro y reivindicó a Campoamor como “luz y guía de los y las feministas”. publicaciones que trataban de saciar la creciente voracidad cultural de amplias capas de la sociedad argentina de la época.
De los ensayos, modo de reflexiones y comentarios de texto sobre poesía, Ledesma destaca su deseo de contagiar “una pasión por esos poetas que admiraba”, por lo que iba más allá de la “valoración estrictamente literaria”. “Ella habla de sentimientos y, si leemos atentamente, encontraremos una radiografía emocional de Clara Campoamor”, asegura. Un repaso sentimental que va desde Juan de Mena, el Marqués
Más en estos tiempos: “Hace que nos olvidemos de las cosas menos esenciales y caminemos todos juntos. El hecho de segmentar el feminismo y que haya gente que quiera repartir carnés de feminismo hace un daño enorme”.
Lo cierto es que la madrileña siempre defendió —desde sus ideales feministas, liberales, laicos y republicanos— su propia visión, aunque significase ir a contracorriente. Como con el voto femenino —que le costó un aislamiento político que relata en El voto femenino y yo: mi pecado mortal— o a la hora de describir los desmanes de algunos grupos republicanos en Madrid tras el alzamiento militar de 1936, de Santillana, Fray Luis de León, Cristóbal de Castillejo, Quevedo, Góngora y Garcilaso hasta Manuel Machado y Amado Nervo, pasando por Espronceda, Zorilla, Bécquer o Bartrina, entre otros.
Aquella vocación literaria —que de paso le ayudaba a sostenerse económicamente— se mostraba también en forma de conferencias y traducciones del francés —por ejemplo, de obras de Victor Hugo y Zola— y la publicación de varias biografías: de Sor Juana Inés de la Cruz, Concepción Arenal y Quevedo. También colaboró en programas de radio en espacios en los que habló, entre otras cosas, de mujeres españolas “sobresalientes” como Emilia Pardo Bazán o Rosalía de Castro.
que describió en La revolución española vista por una republicana, publicado originalmente en francés. Una obra poco conocida que describe, en “un trabajo serio y honesto”, la revolución que en realidad estalla “cuando las autoridades del Frente Nacional deciden armar a las milicias de sus partidos”, escribe Luis Español Bouché, editor y traductor de la obra que acaba de publicar su sexta edición; él mismo la presentó en el Senado el mes pasado. Allí volvió a reivindicar a “una mujer independiente y ecléctica” cuyo objetivo siempre fue, asegura en su libro, “la equiparación de los derechos de la mujer con los del hombre, ni más ni menos”.