Berlín y París intentan relanzar su alianza frente a los desafíos de la UE
Francia y Alemania renovaron ayer su histórica alianza en Aquisgrán con la vista puesta en los desafíos mayúsculos a los que se enfrenta una UE alicaída y asomada a un abismo
Angela Merkel y Emmanuel Macron procedieron a la firma solemne del tratado en el salón de la coronación del Ayuntamiento de Aquisgrán, la ciudad fronteriza alemana, que simboliza como pocas otras el espíritu europeo. El acuerdo busca una “profundización de las relaciones bilaterales” para hacer frente a “los desafíos a los que los Estados de Europa deben enfrentarse en el siglo XXI”. Con las elecciones europeas a las puertas, Reino Unido de salida y los populismos galopando sin aparente freno, París y Berlín son conscientes de que emitir señales de fortaleza europea se ha convertido en una necesidad acuciante.
“Queremos afrontar los grandes retos de nuestro tiempo juntos”, anunció Merkel, en un discurso en el que se mostró algo más apasionada que de costumbre. “En todos nuestros países, los populismos y los nacionalismos avanzan, mientras que el multilateralismo se enfrenta a una creciente presión”, constató. “Setenta años después de la Segunda Guerra Mundial, lo que parecía sólido se cuestiona. Necesitamos nuevas bases para la cooperación en la UE”, dijo la canciller, para quien los 28 capítulos del Tratado de Aquisgrán constituyen “el marco para una cooperación futura”.
Macron consideró que la alianza es “esencial” en un momento en el que “las amenazas vienen de fuera de Europa, pero también del interior de nuestra sociedad, donde la cólera aumenta”. “Francia y Alemania deben asumir la responsabilidad de mostrar la vía de la ambición y de la soberanía real”, dijo el presidente francés, respondiendo al torbellino de noticias falsas que las fuerzas populistas han desatado en su país a raíz de la firma del tratado. Acusan a Macron de minar la soberanía nacional y de “vender” el país existencial. La firma del Tratado de Cooperación e Integración franco-alemán fue un acto cargado de simbolismo que Berlín y París aspiran a que ocupe un lugar destacado en la historia, como lo hizo el Tratado de reconciliación en 1963 y que busca allanar el camino para la integración europea. El tratado nace sin embargo con una ambición mermada, de la mano de dos líderes debilitados y hasta ahora renuentes a acometer reformas.
a la potencia alemana y sus intereses económicos.
“Deseamos hacer converger las economías, los modelos sociales, favorecer la diversidad cultural y acercar a las sociedades y sus ciudadanos”, reza el texto de 16 páginas. En el capítulo de defensa, se establece que Alemania y Francia se prestarán “ayuda y asistencia por todos los medios disponibles, incluida la fuerza armada, en caso de agresión contra uno de sus territorios”. El tratado defiende también una política exterior y de defensa y seguridad común.
El pacto, concebido para servir de ejemplo de estrecha cooperación entre países europeos, nace pues con unas expectativas muy rebajadas respecto a las suscitadas tras el discurso de Macron en La Sorbona, en el que detalló un ambicioso plan para avanzar en la integración europea en otoño de 2017. Desde entonces, Berlín ensimismada en una sucesión de crisis internas, ha mermado la ambición de unas reformas —sobre todo las de la eurozona— que aspiraban a refundar la
europeos en el seno de la organización multilateral.
Berlín y París consideran además prioritaria la admisión de Alemania como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.