Los reaccionarios, cuando idolatran los rasgos nacionales, aspiran a erradicar aquello que las personas comparten a un nivel profundo
al Cáucaso estaba teñido de amargura, pues ese mismo año, el KGB le había confiscado el manuscrito de Vida y destino.
La superficie pétrea de los altiplanos y las cordilleras de Armenia, así como la esencia de su arquitectura y cultura, invitó a Grossman a escribir sobre el juez supremo de la historia: el tiempo. La edad del mineral pone en su sitio el orgullo humano, los imperios y a sus gobernantes. En aquella década afloraban los sentimientos nacionalistas de algunas repúblicas soviéticas. Más que la lógica de su existencia —en el caso armenio surgieron como reacción a la represión, el genocidio y la diáspora forzada, algo que él entendía bien como judío—, le inquietaban la arrogancia y la excesiva reafirmación del carácter nacional. Para Grossman, este solo era un matiz, un color de la naturaleza humana, y los reaccionarios, cuando idolatran los rasgos nacionales por encima A sus interlocutores, sin darse cuenta, se les habían empobrecido el alma y el corazón.
Me acordé de Vasili Grossman en el funeral de Claudio López Lamadrid, uno de los artífices de que Barcelona sea la ciudad literaria que se congratula de ser y creador de puentes con otros territorios y culturas en un maravilloso mapa de las lenguas. En el acto hubo ausencias institucionales, tal vez porque no sentían suyo ese mapa. Hay quienes promulgan y exaltan los aspectos más superficiales del carácter nacional, pues prefieren, afirmaba Grossman, la cáscara al grano. A Claudio, nacido en Barcelona en 1960, le importaba lo segundo, la parte que germina y crece. Adoptara la forma de amistad o libro —la mayoría de veces de ambas—, siempre apelaba al carácter humano, a su milagrosa y necesaria diversidad.
Marta Rebón es traductora y escritora.