El Pais (Valencia)

¿Por qué la Virgen está llorando sangre?

- TOMMASO KOCH,

Le dijeron que se moviera. Que saliera de casa e hiciera algo, algún deporte. Pero Niccolò Ammaniti no había pisado un gimnasio en su vida. Ni mucho menos le apetecía ir a correr. Si fuese por él, admitía durante una reciente visita a Madrid, ni sacaría a pasear a sus perros. Así que encontró una alternativ­a: dirigir una serie. “He perdido cinco kilos, me encuentro muy bien”, se ríe. Hay también, claro, razones creativas detrás del debut en televisión de uno de los escritores más conocidos de Italia: “Era una historia de amplio recorrido, con muchos personajes; no valdría para el cine. Y luego estaba la imagen inicial, bellísima, que la literatura no lograría contar en todos sus colores”.

Porque El milagro —sus ocho capítulos están disponible­s en Sky desde ayer— arranca con la irrupción policial en la guarida de un mafioso. Los agentes encuentran al capo empapado en sangre, al igual que el suelo de la habitación. ¿Un ajuste de cuentas? No. La responsabl­e es la Virgen. En concreto, una estatuilla de la madona que no para de llorar plasma. Los análisis químicos despejan las dudas: no hay truco ni broma. Las lágrimas son reales y fluyen infinitas, nueve litros la hora. No solo eso: se trata de sangre humana.

“¿Qué reacciones habría ante algo así?”, fue la primera pregunta que se planteó Ammaniti. En la serie, el supuesto milagro sacude a Italia y la vida de los protagonis­tas, desde el primer ministro hasta una joven científica. Política, religión y mafia se mezclan en una trama que funde fe y misterio, lo más alto del espíritu y el deseo más oscuro y terrenal. “Se trataba de obligar a los personajes a confrontar­se con algo que los colocaba solos ante el sentido de la existencia”, agrega el novelista.

De la pluma a la cámara, el estilo de Ammaniti no ha variado. Y en Italia su dirección ha obtenido los aplausos que suelen encumbrar su literatura. El autor de Te llevaré conmigo o Como Dios manda retrata la miseria y debilidad humanas sin piedad, pero con delicadeza. Su universo está poblado de criaturas derrotadas, aunque nunca condenadas. Lo intentan, casi nunca ganan, y se acaban rindiendo a los instintos más bajos; tipos tan patéticos como enterneced­ores. Es decir, humanos. Ammaniti narra, ironiza, acaricia y abofetea, pero no juzga. Y, a menudo, fía la esperanza a algún personaje joven. La sombra llena sus obras, pero la luz nunca se apaga. “Al hacerme mayor busco acercarme a la intimidad de mis protagonis­tas. Antes los usaba más como marionetas, y los destrozaba. Aunque, al final, los acabo masacrando igualmente”, sonríe.

Muy distinto, en cambio, ha sido el proceso creativo. Acostumbra­do a la soledad del escritor, a parar o seguir como y cuando quisiera, ha descubiert­o el plató, el trabajo en equipo, sus alegrías y sus traumas. “No tienes tiempo para nada más. Sales, regresas a casa, mueres, y vuelta a empezar. Ya no tenía amigos, ni les contestaba al móvil. Apenas visitaba a mis padres una vez a la semana. No conseguía leer, ver películas. A la vez, te juntas con gente con la que compartes un sueño y estás en el centro de un grupo, te sientes protegido”, asegura.

De la experienci­a ha sacado más lecciones. Aprendió a enfadarse, a decir lo que piensa, a soltar noes y asumir que se hieren sensibilid­ades. Y hasta se regaló una sorpresa: “Todo esto te obliga a moverte muchísimo. He vuelto a ver Roma después de siglos; fue una maravilla. Y me he dado cuenta de que no soy terribleme­nte perezoso como creía”. Tanto, que ahora le ha cogido gusto. Dice que rodará otra serie. El gimnasio puede esperar.

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