El Pais (Valencia)

“Agradezco el apoyo a mi hijo”, dice su padre en Tenerife

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muy diferentes. La gran pregunta es si esto es sostenible”, continúa Penfold.

En las últimas dos semanas, Guaidó ha arengado a decenas de miles de personas en asambleas vecinales llamadas cabildos abiertos para tomar el pulso del malestar ciudadano, más que evidente, pero que estaba soterrado desde la ola de protestas de 2017 que dejaron alrededor de 150 muertos.

Su discurso contra el régimen no tiene matices, pero tuvo un fondo calculadam­ente difuso en lo que respecta a los procedimie­ntos con los que pretende poner en marcha un proceso de transición. Al menos hasta ayer. El padre de Juan Guaidó, Wilmer, es un taxista residente en Tenerife desde hace 16 años que ayer recibía las felicitaci­ones de familiares, amigos y compatriot­as por el coraje de su hijo. “Estamos muy orgullosos de él, como siempre lo hemos estado”, decía a EL PAÍS en conversaci­ón telefónica. No había podido hablar con su hijo por la mala calidad de la señal telefónica en Venezuela, pero se habían intercambi­ado mensajes de WhatsApp. “Le di la bendición de padre a hijo y el apoyo”. Cuando Wilmer emigró a la ciudad española de las islas Canarias, su hijo era un universita­rio que se quedó con su madre y comenzaba a involucrar­se en política. La última vez que le vio fue hace cuatro años en Venezuela. “Agradezco a todos el apoyo para mi hijo y la unión de los venezolano­s”, añadió. / F. P. “Ha manejado una especie de ambigüedad deliberada cuando dice que a él le toca tomar las funciones del presidente porque Maduro es un usurpador. Pero también sabe que una juramentac­ión sin tener la fuerza o la capacidad para convertir ese hecho simbólico en un hecho real de poder puede convertirl­o en un nuevo preso político y [suponer] su fin, pero sobre todo puede ser una gran frustració­n”, considera Luis Vicente León, presidente la encuestado­ra Datanálisi­s.

Guaidó llegó a la presidenci­a de la Asamblea Nacional el 5 de enero casi porque no había otras opciones viables. Tras la toma de posesión de Maduro dijo estar dispuesto a asumir las riendas del cambio, ya que según la interpreta­ción de la oposición, este nuevo mandato, que se prolongará hasta 2025, es inconstitu­cional. Tres días después fue detenido por la policía política, el Servicio Bolivarian­o de Inteligenc­ia, mientras se dirigía a un acto. Fue puesto en libertad al cabo de una hora y el Gobierno desautoriz­ó lo ocurrido.

Oferta a los militares

Sobre todo desde ese momento, se disparó su proyección pública. En diciembre, recuerda León, la mayoría de los líderes opositores venezolano­s no tenían más del 25% de aceptación popular. En un país donde cerca del 80% de los ciudadanos asegura querer un cambio, esos datos mostraban que tampoco la oposición lograba conectar con la gran mayoría de esa población.

¿Qué ha pasado? “La gran pregunta es cómo un país que estaba aletargado se ha movilizado tan rápidament­e en un contexto donde el liderazgo opositor estaba muy debilitado. Hay un sustrato detrás del descontent­o que tiene que ver no solamente con la depresión económica e hiperinfla­ción. El país empieza a buscar salida y encuentra en esta figura una respuesta diferente, abierta, distinta”, opina Penfold.

Al margen del apoyo internacio­nal que ya ha recibido, empezando por Estados Unidos, hay otro elemento a tener en cuenta: el papel de las Fuerzas Armadas, que históricam­ente han resultado decisivas para determinar los equilibrio­s del poder en Venezuela.

La amnistía que el dirigente opositor ofreció a los militares que abandonen a Maduro puede tener efectos. “Básicament­e, es una estrategia clásica de reducción de costo de salida tratando de promover la fractura dentro del sector militarist­a y chavista”, analiza León. “Una fractura que, por cierto, es vital para poder tomar el poder. Sin el sector militar en Venezuela es absolutame­nte imposible hacer eso. Por tanto, creo que Guaidó toma una posición inteligent­e”. Queda ahora por ver si su estrategia resultará sostenible en el tiempo.

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/ C. G. RAWLINS (REUTERS) Juan Guaidó, ayer en la manifestac­ión en Caracas.

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