Rusia, árbitro en Oriente Próximo
El presidente ruso, Vladímir Putin, anunció ayer una reunión entre Ankara, Teherán y Moscú, en la capital rusa, para discutir el futuro de Siria tras el conflicto. El líder ruso ha tomado buena parte de las riendas del proceso diplomático ante el alejamiento cada vez mayor de la Administración de Trump. Putin afirmó que Francia, Alemania y Reino Unido han bloqueado la propuesta de crear un comité constitucional para Siria, patrocinado por la ONU.
Con ese papel de vigía autoimpuesto, Rusia exigió ayer a Israel —a través de la portavoz del Ministerio de Exteriores, María Zajárova— que ponga fin a sus “ataques arbitrarios” contra Siria, en respuesta a los últimos bombardeos del Ejército israelí contra objetivos en el país árabe. en mantener allí su influencia y también en evitar un nuevo éxodo migratorio desde allí hacia sus fronteras— despejaba esa zona de terroristas. Pero en las últimas semanas el Ejército turco ha sufrido unos cuantos reveses.
Influencia en la zona
Putin y Erdogan han estado en bandos opuestos en el conflicto sirio. Moscú, como Teherán, ha dado su apoyo al régimen del presidente sirio Bachar el Asad durante el conflicto. Ankara ha respaldado a las fuerzas que han tratado de derribarlo. Pero Turquía, Rusia e Irán se han unido para negociar un acuerdo de paz para Siria, motivados fundamentalmente por el deseo de socavar la influencia de Estados Unidos en la región. También por hacerse con un buen pedazo del pastel en el diseño de Siria después de la guerra. Y más ahora que Washington parece haber salido del mapa. Un punto que Rusia todavía duda. “Si [la retirada de EE UU] se hace efectiva, tendrá un efecto positivo y ayudará a estabilizar una región tumultuosa”, dijo Putin.
Rusia ha ido ganando influencia en Oriente Próximo desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Y ahora, pese a que la decisión de Estados Unidos de retirar sus tropas aún debe materializarse, ha reafirmado su papel como árbitro en la región, en la que ha recuperado el papel de potencia indispensable que había perdido tras la caída de la Unión Soviética.
Queda aparcada por el momento la idea planteada por Ankara de crear lo que llamó una “zona segura”. Una franja de unos 32 kilómetros junto a su frontera, en el noreste de Siria. Turquía afirma que la intención de este tapón es alejar a las milicias kurdo-sirias del YPG de su territorio. Pero el objetivo también es desalojarles de esa área de influencia y pasar a controlar un jugoso terreno al este del río Éufrates. Pero ayer quedó claro que Moscú preferiría que, como todo el país, pasase a manos del régimen de Damasco. El temor de Erdogan ahora es que en ese diálogo que Moscú ha apostado por promover, las milicias kurdo-sirias del YPG lleguen a un acuerdo con el régimen de El Asad y Ankara pierda su baza.
del Ministerio de Exteriores ruso lamentaba el “rápido deterioro” registrado en Idlib, rodeada por una franja desmilitarizada patrullada por rusos y turcos.
Putin parece haber dado largas a las aspiraciones territoriales de Turquía, que pretendía establecer una zona tampón en Siria a lo largo de toda su frontera. El asunto queda sobre la mesa mientras el Kremlin le recuerda a Ankara que aún tienen deberes pendientes para estabilizar la provincia rebelde de Idlib, como “liquidar a los terroristas” del antiguo frente Al Nusra.
El mensaje del presidente ruso para que las milicias YPG —que ya solicitaron en diciembre la presencia del Ejército del régimen en la estratégica ciudad de Manbij ante una amenaza militar turca— alcancen una solución territorial con el Gobierno de Damasco puede entenderse como una invitación al autogobierno kurdo. El diktat del nuevo patrón de Oriente Próximo es también un revés para la ambición de Erdogan de recobrar por la vía de los hechos consumados territorios que gobernaban sultanes otomanos hace cien años.