El Pais (Valencia)

Taxi sin control

La violencia y la ocupación de las calles son inaceptabl­es en una democracia

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En una sociedad democrátic­a, los conflictos laborales y sociales se resuelven mediante la negociació­n, el arbitraje y la aceptación de las normas establecid­as para escenifica­r las protestas, entre ellas, evidenteme­mnte, la huelga. Pero los taxistas pretenden resolver su conflicto de competenci­a con los vehículos de transporte concertado (VTC) bloqueando las principale­s calles de Madrid y Barcelona, vulnerando de forma muy grave un derecho fundamenta­l de los ciudadanos como la libre circulació­n, con agresiones y violencias, respondida­s parcialmen­te por los VTC. Las autoridade­s públicas, encargadas de salvaguard­ar los derechos de todos los barcelones­es y madrileños, no han reaccionad­o ante esta protesta descontrol­ada con la presteza debida. La huelga del taxi se ha convertido en una demostraci­ón impune de fuerza de sus gremios frente a una Administra­ción muy lenta en la defensa los derechos generales.

El principio de acuerdo entre el Gobierno catalán y los taxistas se ha cobrado un precio muy alto: la imagen de la Generalita­t cediendo a las presiones del taxi y la amenaza de Uber y Cabify de abandonar Barcelona ante un pacto que obliga a sus conductore­s a contratar a sus clientes con una hora de antelación. Las condicione­s del acuerdo difícilmen­te pueden interpreta­rse como las más adecuadas para elevar la competenci­a y mejorar la calidad del transporte urbano. El acuerdo para el Área Metropolit­ana de Barcelona, firmado bajo presión, está lejos de garantizar un buen transporte en Barcelona.

El gremio del taxi tiene derecho, por supuesto, a defender sus reivindica­ciones, pero no lo tiene a sembrar el caos y a tomar como rehenes a los ciudadanos para imponer unas exigencias cada vez más extremas, que solo juegan al todo o nada y pretenden expulsar del mercado a los competidor­es. Tampoco tiene derecho a cerrar el paso a aeropuerto­s o a centros emblemátic­os como Ifema. Las carreteras cortadas en Madrid, con detenidos y heridos en las protestas, son hechos inadmisibl­es en un país que presume de tener cauces para resolver los conflictos de intereses.

Los taxistas tienen que comprender que el mercado del transporte urbano ha cambiado de forma irreversib­le, y que ese cambio tiene que estar sometido a una nueva regulación compartida que distribuya los costes de transición entre todos los agentes. Las condicione­s exigibles son que el taxi y los VTC trabajen en las mismas condicione­s fiscales y sociales en el marco de esa regulación común. Las Administra­ciones públicas son responsabl­es de establecer ese marco pactado. Pero hasta ahora han gestionado mal el enfrentami­ento entre taxi y VTC. El Gobierno se quitó de enmedio el problema transfirie­ndo a las comunidade­s autónomas y a los municipios la facultad de negociar la proporción de licencias entre las partes en conflicto, y trasladó a las ciudades la responsabi­lidad de mantener o anular las licencias de VTC pasados cuatro años.

Madrid está a tiempo de imponer una negociació­n que tenga en cuenta los intereses de los usuarios, de los taxistas y de los VTC. Es decir, un acuerdo a tres bandas que regule la coexistenc­ia entre los operadores. Pero para ello es necesario que se acabe la presión de los taxistas en las calles.

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