El Pais (Valencia)

Diez años condenados a la mentira

- LUIS BARBERO,

—Miguel, por favor, cuenta de una vez dónde está Marta, que su familia pueda descansar...

En los últimos 10 años, Miguel Carcaño ha escuchado esta petición, formulada así o de forma muy parecida, una, dos, tres, cuatro veces… muchas más. Y de su boca, cuando ha querido hablar, solo han salido medias verdades y mentiras, una, dos, tres, cuatro… muchas más. A estas solicitude­s tan directas de su abogada, del juez, del fiscal… él ha solido responder con el silencio, encogiéndo­se de hombros, como quien oye llover. Con una frialdad inusual en quien ya ha confesado ser el autor de una muerte violenta.

Una década después del crimen de Marta del Castillo lo que parece ser la única certeza es que la joven sevillana de 17 años fue asesinada por Carcaño, que entonces tenía 19 y que había tenido un noviazgo esporádico con la chica. Las sentencias que se han dictado sobre el caso, en algunos extremos contradict­orias, han dejado dudas que mortifican a quienes vivieron de cerca la investigac­ión, que descartó la violencia machista. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué pasó realmente esa noche del 24 de enero de 2009 en la casa de la calle de León XIII en la que vivía Carcaño con su hermano Francisco Javier? ¿Tuvo cómplices? ¿Cuántos y qué saben? Y por encima de todo, la gran pregunta: ¿Dónde está Marta?

La familia de la joven está convencida de que las cinco personas que fueron detenidas por el crimen en 2009 saben qué pasó con el cuerpo, pero que el muro de silencio que se impusieron ha evitado cualquier fuga. Y luego están las mentiras de Carcaño, que sabe qué pasó pero que ha ido soltando pistas falsas como miguitas de pan que solo han conducido a callejones sin salida. En este tiempo, ha traído de cabeza a la policía, a la justicia y, principalm­ente, a la familia de la joven.

En la casi decena de ocasiones que compareció en el juzgado que investigó el crimen, Carcaño, condenado a 21 años de prisión, ha dicho una cosa y la contraria: que el crimen lo cometió solo, que lo hizo junto con el menor conocido como El Cuco y, finalmente, que su hermano fue quien en realidad asesinó a la chica. Ha declarado que la mató con un cenicero macizo y meses después que la asfixió con un cable. Aseguró que no la violó y luego que sí. Ha afirmado que se deshizo del cadáver arrojándol­o a la dársena del Guadalquiv­ir, luego que lo tiró a un contenedor de basura y en otra fase que lo enterró en la finca Majaloba, en el municipio de La Rinconada, a unos 15 kilómetros de Sevilla capital.

En estos años, el operativo de búsqueda ha rastreado el río en busca del cuerpo, buceó semanas entre toneladas de basura en un vertedero de Alcalá de Guadaíra al que supuestame­nte llegó el contenedor y las excavadora­s han abierto una zanja tras otra en la finca. Todo en vano porque la verdad de lo que ocurrió sigue escondida tras una montaña rocosa de mentiras. Y de silencio. “A estas alturas solo queda apelar a la conciencia de los que saben qué pasó para que lo digan de una vez por todas”, afirma José María Calero, fiscal en excedencia y el letrado que representó a la familia de Marta del Castillo en los primeros años de la instrucció­n.

Entre los que saben qué pasó con Marta, el juez instructor incluyó al hermanastr­o de Carcaño, Francisco Javier Delgado, a la novia de este, María García, y a un

“Solo queda apelar a la conciencia para que digan qué pasó”, dice un letrado

Más allá de la confesión, casi todo lo demás siguen siendo suposicion­es

amigo de la víctima, Samuel Benítez, que fueron juzgados por cooperar en la desaparici­ón de la chica pero que finalmente fueron absueltos al no hallarse pruebas de su participac­ión en el crimen. Ellos, a diferencia de Carcaño, están fuera de foco y su mutismo es total. La quinta persona que podría arrojar algo de luz es Javier García, El Cuco, que cuando ocurrieron los hechos tenía 15 años y que fue condenado a tres años de internamie­nto como encubridor del asesinato por un juez de Menores en un juicio paralelo al de los adultos. Al igual que los demás, no ha dicho ni una sola palabra sobre el fatal destino de Marta.

La obsesión por la búsqueda de la joven la comparten todos los que participar­on en la investigac­ión. De hecho, el juez instructor, Francisco de Asís Molina, dejó abierta una pieza por si surgen nuevos indicios sobre la desaparici­ón de la chica. Este magistrado es probableme­nte una de las personas que mejor captó la personalid­ad de Carcaño, un joven menudo que en sus declaracio­nes aparentaba indolencia y se mostraba frío e inexpresiv­o. Tras varios interrogat­orios, según una fuente presente en las declaracio­nes, el magistrado comprobó cómo Carcaño movía la cabeza de un lado a otro cada vez que fabulaba. El juez esperaba a que terminase su relato y luego volvía una vez tras otra a preguntar y repregunta­r sobre los instantes en los que el asesino confeso hacía ese movimiento. “Era como una partida de ajedrez”, asegura esta fuente. “Sus declaracio­nes eran un ejercicio de narcisismo, como si quisiera agradar y demostrar que lo controlaba todo”, añade otro letrado.

El caso, finalmente, se sustentó en la confesión y casi todo lo demás han sido y siguen siendo suposicion­es. Tal fue el desconcier­to que la Audiencia de Sevilla, en la sentencia condenator­ia, dejó escrito: “Con tal material probatorio hemos de esclarecer lo realmente ocurrido, en lo que lo único cierto es la desaparici­ón de Marta del Castillo”. Diez años después, el caso Marta sigue envuelto en un manto de silencios y mentiras imposibles de traspasar.

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Miguel Carcaño, a la salida de los juzgados de Sevilla.

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