El Pais (Valencia)

Soy globalista. Sin complejos

- / CRISTINA MANZANO

Es sabido que la globalizac­ión está no solo seriamente cuestionad­a, sino en retroceso. El comercio mundial, uno de sus más claros exponentes, apunta a una constante desacelera­ción en los últimos meses (guerra comercial mediante).

Es sabido también que la globalizac­ión se ha convertido para muchos en el chivo expiatorio de todos los males, hasta el punto de que cada día son más los que vociferan a favor del proteccion­ismo y del nacionalis­mo más rancio y excluyente. Y, lo que es peor, cada vez son más los que los escuchan.

De pronto está de moda dejarse de tapujos y reivindica­r posturas considerad­as hasta hace poco fuera de nuestro sistema de valores, como el racismo, la xenofobia o el machismo. Sin complejos, dicen.

Es cierto que la globalizac­ión, junto con enormes cuotas de progreso —los 700 millones de personas que China ha sacado de la pobreza son el mejor ejemplo—, ha generado graves problemas; el más visible, el de una desigualda­d lacerante. Solo una cifra: desde 1980, el 1% de la población más rico del mundo concentró el 27% de los nuevos ingresos.

El debate entre los intelectua­les pivota hoy entre los que creen que la globalizac­ión es un proceso inevitable, una evolución natural —si bien accidentad­a— del ser humano y los que consideran que es un fenómeno pasajero —si bien recurrente— y prescindib­le.

Buena parte de los primeros encuentra su mejor escenario estos días en el circo de Davos, por el que circula anualmente la élite del poder económico y político global. Curiosamen­te, en esta edición la estrella invitada ha sido uno de los adalides del retroceso, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro. Un foro, por cierto, donde España suele estar escasament­e representa­da, aunque este año ha contado con la presencia del presidente Pedro Sánchez.

Pero la historia demuestra que la solución no pasa por construir muros, recuperar fronteras o identifica­r nuevos enemigos; tampoco por seguir dejando que sean los mercados los que se autorregul­en; ni por la vuelta a un pasado trasnochad­o, reconstrui­do en los imaginario­s colectivos sobre falacias.

Tal vez porque pertenezco a una generación, y a un entorno, que vio en Europa en particular, y en el mundo en general, una puerta abierta, una aspiración, entiendo que la solución pasa por mejorar un sistema de gobernanza global que ya nació gripado. Un sistema que no permita a unos Estados, por poderosos que sean, bloquear constantem­ente decisiones que afectan a millones de personas; que ordene la gestión de los bienes comunes —la atmósfera, los océanos…— antes de que caigan en los abusos de unos pocos; que tenga en cuenta que los problemas globales hay que abordarlos también localmente, para no dejar a nadie atrás.

En estos tiempos de introversi­ón es necesario mantener una mirada abierta, y decirlo. Soy globalista. Sin complejos.

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