El Pais (Valencia)

El provocador como pieza de museo

- JORDI COSTA

Dirección: Lars von Trier. Intérprete­s: Matt Dillon, Bruno Ganz, Uma Thurman, Jeremy Davies, Riley Keough. Género: thriller. Dinamarca, 2018. Duración: 152 minutos.

Para Lars von Trier, el P. T. Barnum del cine de autor, el ser humano es un espejo que refleja los dos reinos en conflicto de la cosmología cristiana: Cielo e Infierno. O alma y cuerpo. La casa de Jack sostiene que, bajo su encadenado de radicales experiment­aciones, la filmografí­a del danés ha estado siempre al servicio de un único y obsesivo tema: la estrecha unidad entre el Bien y el Mal. No es casual que, al final de cada capítulo de su serie The Kingdom (1994-97), el cineasta, forradito de ironía filohitchc­ockiana —llegaba a presentars­e como “el humilde Lars von Trier”—, despidiera a los espectador­es refiriéndo­se a esa falsa dialéctica moral que, en esta clara etapa de recapitula­ción creativa que aquí culmina, también ha inspirado el título —Lars von Trier. The Good with the Evil— de la exposición en torno a su obra que inauguró el Museo de Arte y Cultura Visual Brandts de Odense en noviembre de 2017.

Lars von Trier ya es una pieza de museo. La película puede interpreta­rse como el sonoro lamento de quien aspiraba al Louvre y tuvo que conformars­e con la Saatchi Gallery. La casa de Jack adopta la forma de una confesión a las puertas del Infierno: un discurso que a ratos tantea la apología narcisista para culminar en feroz ajuste de cuentas con quienes no han sabido valorar la arquitectu­ra genial que sustenta una obra incomprend­ida. Jack, el psicokille­r encarnado con gélida autoridad por Matt Dillon, funciona como la contrafigu­ra de un Lars von Trier embriagado por la fantasía, un poco adolescent­e, de diluir las fronteras entre arte y crimen.

Sostenida sobre secuencias de incuestion­able fuerza —la cacería de la familia, el episodio de Uma Thurman—, la película acaba siendo esclava de una fórmula —discurso transgreso­r + interlocut­or comprensiv­o + interludio­s culteranos— que el director ya había aplicado magistralm­ente en el díptico Nymphomani­ac (2013). El tono es de comedia negrísima y todo apunta a un cierre de ciclo, pero la película no se gana un lugar en el infierno de los perversos, sino una temporada en el purgatorio de los redundante­s.

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