Amor supremo
Dirección: Barry Jenkins. Intérpretes: Kiki Layne, Stephan James, Regina King. Género: drama. EE UU, 2018. Duración: 119 minutos.
Algo ocurre cuando Tish y Alonso, protagonistas de El blues de Beale Street, se miran y descubren que lo que era una amistad de infancia se ha convertido en potencia transformadora de la vida y la mirada. Es un sencillo juego de plano y contraplano, pero no queda ninguna duda de que los ojos que están contemplando cada uno de esos rostros son los de un sujeto perdidamente enamorado. Hay un claro punto de estilización en la fotografía de James Laxton, que el director Barry Jenkins emparenta con la estética de Wong Kar-Wai, aunque, en realidad, mana de la fuente Sirk: fondos difuminados enmarcan cada rostro, subrayando su belleza. Un relevante detalle magnifica el efecto: las miradas rompen el pacto de transparencia, miran directamente a cámara, atraviesan la pantalla e interpelan al espectador. Es uno de los muchos detalles expresivos que, tras su sobresaliente Moonlight (2016), acreditan a Jenkins como maestro de una especialidad anómala en un tiempo donde cinismo y vacuo sentimentalismo se reparten el mercado: el cineasta es un auténtico orfebre de la empatía.
El modo en que la cámara se desplaza de un personaje a otro en los diálogos, la elegancia de los juegos con el foco para crear movimiento dentro del plano y la orgánica habilidad para armonizar los diversos tiempos del relato son claros indicios de que la escritura visual de esta película se pone al servicio de algo tan intangible como su corazón.