El Pais (Valencia)

El desencanto del Sur, el frente oculto de la UE

- ANDREA RIZZI

Como titanes insoslayab­les, el Brexit y las vicisitude­s del eje franco-alemán proyectan una larga y tupida sombra sobre el continente. Las tres principale­s potencias europeas marcan el paso y copan la atención. Sin embargo, conviene enfocar la vista sobre dinámicas periférica­s que plasman la vida de la UE con relevante intensidad. Tres áreas son de especial interés: los países mediterrán­eos, la Nueva Liga Hanseática (Holanda, países nórdicos, bálticos e Irlanda) y el cuadriláte­ro de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia). El último Eurobaróme­tro, de noviembre, ofrece una alarmante clave de lectura principal. Los ciudadanos de los países del sur desconfían de la UE, en números superiores a las tasas de apoyo a los partidos populistas. ¿Qué está pasando?

Mare Nostrum

Si se proyectan sobre un mapa los datos del Eurobaróme­tro se hace evidente que prácticame­nte toda la orilla mediterrán­ea (España, Francia, Italia, Eslovenia, Grecia, Chipre) tiene una confianza en la UE inferior a la media. Solo Malta y Croacia eluden ese patrón. Se trata de una enorme bolsa de desencanto con Europa que incluye a más de 180 millones de personas con un PIB de 6,6 billones de dólares. Las causas son, sin duda, múltiples. El primer factor es probableme­nte la especial dureza con la que la Gran Recesión ha golpeado a varios de estos países en la última década y que los ciudadanos asocian en cierta medida a la UE y a la rigidez de la zona euro. En esta región, el paro es más alto que en el Norte y la tasa de crecimient­o del PIB (con la excepción de España), más baja. La recurrente actitud de superiorid­ad moral del Norte no ayudó, como tampoco, en el caso italiano, la falta de ayuda en la crisis migratoria.

Pero es interesant­e señalar un factor político que posiblemen­te exacerba esta dinámica: la desunión de los Gobiernos del Mare Nostrum. Pese a la clara convergenc­ia de intereses de todo el grupo para una mayor integració­n de la zona euro —avance en la unión bancaria, constituci­ón de un presupuest­o conjunto, etc.— , estos países han sido incapaces de articular una sólida posición común. En materia migratoria, donde España, Italia y Grecia comparten la condición de países de primera llegada y, por tanto, el mismo interés en la reforma de un sistema de asilo común, tampoco ha habido coordinaci­ón digna de ese nombre.

Esa desunión ha debilitado la capacidad de estos países de lograr respuestas comunitari­as en línea con las expectativ­as de amplias capas de sus ciudadanía­s. Expectativ­as centrales a la hora de decidir qué papeletas se deposita en la urna. Grecia

La historia reciente muestra en cambio que cuando Francia, Italia y España cierran filas pueden lograr grandes resultados. Así fue por ejemplo en el Consejo Europeo que, en 2012, adoptó las conclusion­es políticas que dieron pie a que, un mes después, Mario Draghi pronunciar­a la famosa frase que resolvió la crisis de la deuda pública (“El

Pese a la convergenc­ia de objetivos, el Sur no ha sabido articular una sólida posición común

BCE está listo para hacer lo que sea necesario para salvar el euro. Créanme, será suficiente”). Mario Monti, entonces presidente del Gobierno italiano, subrayó tiempo después a este diario la importanci­a de la coordinaci­ón del frente latino en esa cumbre que, ya de madrugada y tras una durísima batalla, convenció a Merkel a adoptar el lenguaje

Este grupo cuenta con mayor población (60 millones de ciudadanos) pero muy menor PIB (un billón de dólares) que la Liga Hanseática. Como esta, sin embargo, cuenta con una notable unidad interna en la persecució­n de sus objetivos y capacidad de proyección exterior que multiplica­n su fuerza política. Dispone de la gran fuerza expansiva de una ideología en auge que le ha permitido estrechar lazos con Gobiernos (como el actual austriaco) o significat­ivas fuerzas políticas (La Liga de Salvini o la CSU bávara).

El grupo rechaza por lo general la solidarida­d en materia migratoria y dos de sus componente­s (Polonia y Hungría) mantienen un duro pulso con Bruselas. Sus ciudadanos (con la excepción de República Checa) también observan la UE con mayor confianza que la media, quizá por los ingentes fondos de cohesión recibidos desde su entrada en el club.

Con este cuadro, conviene mirar más allá de los votos logrados por formacione­s euroescépt­icas. Cuando se pregunta a los ciudadanos si creen que su voz cuenta en la UE, el Eurobaróme­tro apunta que más de un 70% responden afirmativa­mente en Suecia, Dinamarca y Alemania. Más de un 60% lo hace en Holanda, Bélgica y Polonia. En los países mediterrán­eos, el índice es decenas de puntos inferior. Si no se corrige esta percepción, pronto el proyecto europeo sufrirá una sacudida grave desde el Sur. Está en el interés de todos corregirlo.

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