El desencanto del Sur, el frente oculto de la UE
Como titanes insoslayables, el Brexit y las vicisitudes del eje franco-alemán proyectan una larga y tupida sombra sobre el continente. Las tres principales potencias europeas marcan el paso y copan la atención. Sin embargo, conviene enfocar la vista sobre dinámicas periféricas que plasman la vida de la UE con relevante intensidad. Tres áreas son de especial interés: los países mediterráneos, la Nueva Liga Hanseática (Holanda, países nórdicos, bálticos e Irlanda) y el cuadrilátero de Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia). El último Eurobarómetro, de noviembre, ofrece una alarmante clave de lectura principal. Los ciudadanos de los países del sur desconfían de la UE, en números superiores a las tasas de apoyo a los partidos populistas. ¿Qué está pasando?
Mare Nostrum
Si se proyectan sobre un mapa los datos del Eurobarómetro se hace evidente que prácticamente toda la orilla mediterránea (España, Francia, Italia, Eslovenia, Grecia, Chipre) tiene una confianza en la UE inferior a la media. Solo Malta y Croacia eluden ese patrón. Se trata de una enorme bolsa de desencanto con Europa que incluye a más de 180 millones de personas con un PIB de 6,6 billones de dólares. Las causas son, sin duda, múltiples. El primer factor es probablemente la especial dureza con la que la Gran Recesión ha golpeado a varios de estos países en la última década y que los ciudadanos asocian en cierta medida a la UE y a la rigidez de la zona euro. En esta región, el paro es más alto que en el Norte y la tasa de crecimiento del PIB (con la excepción de España), más baja. La recurrente actitud de superioridad moral del Norte no ayudó, como tampoco, en el caso italiano, la falta de ayuda en la crisis migratoria.
Pero es interesante señalar un factor político que posiblemente exacerba esta dinámica: la desunión de los Gobiernos del Mare Nostrum. Pese a la clara convergencia de intereses de todo el grupo para una mayor integración de la zona euro —avance en la unión bancaria, constitución de un presupuesto conjunto, etc.— , estos países han sido incapaces de articular una sólida posición común. En materia migratoria, donde España, Italia y Grecia comparten la condición de países de primera llegada y, por tanto, el mismo interés en la reforma de un sistema de asilo común, tampoco ha habido coordinación digna de ese nombre.
Esa desunión ha debilitado la capacidad de estos países de lograr respuestas comunitarias en línea con las expectativas de amplias capas de sus ciudadanías. Expectativas centrales a la hora de decidir qué papeletas se deposita en la urna. Grecia
La historia reciente muestra en cambio que cuando Francia, Italia y España cierran filas pueden lograr grandes resultados. Así fue por ejemplo en el Consejo Europeo que, en 2012, adoptó las conclusiones políticas que dieron pie a que, un mes después, Mario Draghi pronunciara la famosa frase que resolvió la crisis de la deuda pública (“El
Pese a la convergencia de objetivos, el Sur no ha sabido articular una sólida posición común
BCE está listo para hacer lo que sea necesario para salvar el euro. Créanme, será suficiente”). Mario Monti, entonces presidente del Gobierno italiano, subrayó tiempo después a este diario la importancia de la coordinación del frente latino en esa cumbre que, ya de madrugada y tras una durísima batalla, convenció a Merkel a adoptar el lenguaje
Este grupo cuenta con mayor población (60 millones de ciudadanos) pero muy menor PIB (un billón de dólares) que la Liga Hanseática. Como esta, sin embargo, cuenta con una notable unidad interna en la persecución de sus objetivos y capacidad de proyección exterior que multiplican su fuerza política. Dispone de la gran fuerza expansiva de una ideología en auge que le ha permitido estrechar lazos con Gobiernos (como el actual austriaco) o significativas fuerzas políticas (La Liga de Salvini o la CSU bávara).
El grupo rechaza por lo general la solidaridad en materia migratoria y dos de sus componentes (Polonia y Hungría) mantienen un duro pulso con Bruselas. Sus ciudadanos (con la excepción de República Checa) también observan la UE con mayor confianza que la media, quizá por los ingentes fondos de cohesión recibidos desde su entrada en el club.
Con este cuadro, conviene mirar más allá de los votos logrados por formaciones euroescépticas. Cuando se pregunta a los ciudadanos si creen que su voz cuenta en la UE, el Eurobarómetro apunta que más de un 70% responden afirmativamente en Suecia, Dinamarca y Alemania. Más de un 60% lo hace en Holanda, Bélgica y Polonia. En los países mediterráneos, el índice es decenas de puntos inferior. Si no se corrige esta percepción, pronto el proyecto europeo sufrirá una sacudida grave desde el Sur. Está en el interés de todos corregirlo.